lunes, 27 de julio de 2009
EL CABALLERO OSCURO (2008), DE CHRISTOPHER NOLAN. CIUDAD ROTA.
Batman siempre ha sido un personaje con grandes posibilidades. No solo por él mismo, con sus traumas y obsesiones, sino por la magnífica galería de secundarios (héroes y villanos) que suelen acompañar sus historias. El murciélago, junto con James Bond e Indiana Jones, completan mi trinidad de héroes sagrados del cine de los últimos años.
Si obviamos la ridícula serie de los años sesenta, Batman comenzó su carrera cinematográfica bajo la personal visión de Tim Burton y parecía que la iba a acabar penosamente bajo la batuta del mediocre Joel Schumacher, que llevó al personaje al ridículo más espantoso con "Batman y Robin". Por suerte, unos años después llegó Nolan al rescate, dirigiendo la fascinante "Batman begins", una puesta al día hiperrealista del personaje, que se nos presentaba como un ser complejo y contradictorio, preparándose para una guerra que le va a llevar al límite de sus recursos físicos y morales.
"El caballero oscuro" se sitúa cronológicamente un par de años después de la primera. Batman está limpiando la ciudad con bastante éxito, aunque nadie lo diría, cuando muestra su magullado cuerpo, lleno de cicatrices de batallas pretéritas y prepara el golpe definitivo contra la mafia. Tan optimista se siente que está pensando en retirarse. Pero esta situación se invierte radicalmente con la llegada del Joker, un psicópata que pondrá en jaque a la ciudad entera.
El Joker de Nolan es bastante diferente al de los cómics, aunque comparte los rasgos esenciales. Es despiadado, brutal, inteligente, carente de empatía y, lo que es peor, carece de objetivos, como no sean crear el caos y la anarquía. En una de las escenas quema sin remordimiento alguno un montón de millones de dólares. El dinero no le interesa a este monstruo, solo su particular juego. Resulta fascinante la necesidad que muestra por Batman, como si estuviera enamorado de él de una manera siniestra. Lo necesita como enemigo, para retarle y para pasárselo bien a su costa. Es inmune al dolor (más bien lo disfruta, como demuestra en el interrogatorio) y su mayor anhelo es probar la fragilidad del orden social, poniendo a prueba la resistencia de la ciudad de Gotham. Se ha hablado mucho de las excelencias de la interpretación de Heath Ledger y no seré yo quien contradiga esas opiniones, pero tengo que romper una lanza a favor de Aaron Eckhart, un magnífico fiscal Dent, puesto a prueba por el Joker de la manera más horrorosa, prueba viviente de que hasta el ser más recto e incorruptible puede sucumbir si se le tocan las teclas adecuadas. Eckhart nos transmite de una manera magistral los sutiles cambios que se van operando en su personaje en su particular viaje al corazón de las tinieblas.
Batman se nos aparece aquí como un personaje amargo y poco romántico. La misión que se ha autoimpuesto le pesa como una losa. Incluso se sugiere que su actuación al margen de la ley es propia de un fascista. El superhéroe aparece como totalmente impotente ante el desbordamiento de los acontecimientos. Como mucho es capaz de poner una tirita en la hemorragia que crea el Joker. Batman ve como en pocos días se deshace el trabajo que tanto le costó realizar. Nolan no tiene compasión con él. Es el Batman menos heroico y más desvalido que se recuerda. En muchas ocasiones solo puede dar palos de ciego y su triunfo final es ciertamente amargo, por todo lo que ha perdido y el sacrificio que se autoimpone con tal de que quede un atisbo de esperanza entre los ciudadanos de Gotham. El Joker, a pesar de ser capturado, se carcajea estrepitosamente, pues ha conseguido lo que buscaba. La ciudad difícilmente va a recobrarse de sus andanzas. Él ha probado que solo se necesita un pequeño impulso para que toda su insolidaridad, miedo y corrupción salgan a la superficie.
Una gran película que auna género negro y superheroico. Una amarga reflexión social de Nolan, que recoge lo mejor de los cómic de Frank Miller y Alan Moore para construir un Batman tan oscuro como el título de la película. El cine (y el cómic) de superhéroes, tal y como queda probado también en la magnífica "Watchmen", son instrumentos válidos para reflexionar acerca de nuestro presente. Esperamos con ansiedad la tercera parte.
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