lunes, 20 de julio de 2009
CAPRICORNIO UNO (1978), DE PETER HYAMS. CONSPIRACIÓN EN LA SOMBRA.
Celebro los cuarenta años de la llegada del hombre a la Luna de la manera más retorcida posible, revisando este clásico sobre conspiraciones espaciales. Yo no soy de los que cree, ni mucho menos que la hazaña del Apolo XI fue un montaje, sobre todo porque me parece una teoría absurda, basada en presuntas anomalías en los juegos de luces y sombras sobre la superficie lunar. Realmente no me parece un imposible que los hombres hollaran nuestro satélite. Si se podían enviar cohetes no tripulados ¿por qué no iba a poder hacerse con tripulación?
"Capricornio Uno" juega con estas teorías conspirativas para ofrecernos una trama resuelta de una manera inteligente. Al mundo se le hace creer que va a despegar la primera misión tripulada a Marte, pero en el último momento, los astronautas son "secuestrados" y llevados a un plató cinematográfico secreto que simula la superficie del planeta rojo para que se interpreten a sí mismos simulando su hazaña, bajo la amenaza de represalias a sus familias si no lo hacen. Una manipulación a escala planetaria. Un escándalo de proporciones mayúsculas, si llega a desvelarse. Por eso, la evasión de los astronautas cuando se enteran de que la nave se ha estrellado de regreso a la Tierra y de que están oficialmente muertos, desencadenará una implacable persecución por parte del gobierno, para que nada de esto quede destapado. Y en todo esto tendrá mucho que decir un periodista, bien interpretado por Elliott Gould, que va a obtener la exclusiva de su vida.
La película juega con varios géneros a la vez: la ciencia ficción, el thiller y la investigación periodística y lo hace provocando el interés del espectador en todo momento, lo cual no es fácil.
¿Es posible organizar un montaje de esta envergadura sin que nadie se entere? La película demuestra que los astronautas, como profesionales que son, difícilmente entrarían en este juego. El mundo de las conspiraciones resulta muy interesante y siempre se nos puede argumentar para dudar de lo que ven nuestros ojos y para creer en lo que no ven (las religiones lo hacen continuamente), pero ya va siendo hora de exigir pruebas firmes a los que realizan afirmaciones insólitas y no meros indicios que deben ser complementados con una gran dosis de imaginación.
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