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viernes, 14 de marzo de 2025

HERE (2024), DE ROBERT ZEMECKIS.

Si por algo destaca Here es por su opción narrativa. Se trata todo el tiempo de un plano fijo en el que el espectador contempla la evolución del salón de un vivienda a través de las décadas, mostrándonos las vidas de sus habitantes. Pero no es solo eso, la película a veces retrocede a tiempos más remotos, en los que la construcción todavía no existía e incluso, al principio de la misma, tenemos imágenes de la prehistoria, cuando los dinosaurios dominaban la Tierra. Aunque Zemeckis centra su historia en el matrimonio formado por Richard y Margaret, sus amores y desamores, la película dará frecuentes saltos en el tiempo, a veces con la técnica de abrir un encuadre más pequeño en el que podemos ir vislumbrando una ventana al pasado o al futuro respecto a lo que transcurre en pantalla. Aunque no es perfecta, el riesgo que asume Here tiene su recompensa para el espectador que asiste a una magnífica reflexión acerca del paso del tiempo, de lo efímero de nuestra existencia frente a a la solidez de algunas construcciones humanas que, pese a todo, también verán su final algún día. En cierto modo la película recuerda a A ghost story, otra obra que transcurría en un mismo espacio, aunque en este caso con elemento sobrenatural añadido. Una propuesta muy estimulante por parte de Zemeckis que consigue introducir una narración de corte clásico - en la que también vislumbramos la evolución de EE.UU. - con una propuesta experimental bien desarrollada.

P: 7

domingo, 3 de enero de 2016

EL DESAFÍO (2015), DE ROBERT ZEMECKIS. ALCANZANDO LAS NUBES.

Hace más o menos un año tuve la oportunidad de ver Man on wire, un documental que refleja los mismos hechos que se narran en El desafío. Por eso, cuando supe que Zemeckis había rodado esta película, pensé que se trataba de una decisión casi tan temeraria como la que tomó Philippe Petit cuando se obsesionó con la idea de caminar por un cable entre las dos torres gemelas, que estaban a punto de ser finalizadas en 1974, aunque ya había mucha gente trabajando en sus oficinas. En aquellos tiempos las opiniones de los neoyorkinos acerca de los nuevos edificios se encontraban muy divididas entre quienes se encontraban fascinados por sus dimensiones casi inabarcables y quienes pensaban que eran dos enormes archivadores que afeaban el perfil de la ciudad. Con el tiempo, todos se acostumbrarían a considerarlas parte integrante del paisaje de su ciudad, una seña de identidad que por las noches, con sus ventanas iluminadas, cobraba una inusitada hermosura. Por eso lo que sucedió el 11 de septiembre de 2001 no fue un mero atentado terrorista, sino una auténtica amputación, muy traumática para Nueva York. Tanto, que se ha dicho que El desafío viene a ser una especie de terapia para exorcizar aquel hecho terrible.

El retrato que ofrecew Zemeckis de Philippe Petit, es bastante fiel, mostrando al personaje con sus luces y sus sombras. Petir era en aquella época un joven obsesionado por lograr su sueño, un sueño que a veces se convertía para él en su única realidad y en una fuente de tormento para los que le rodeaban, aunque de entre éstos en la película solo se preste atención a su pareja, Annie. Al principio la narración adquiere un punto de vista onírico, con un Petit encaramado a la estatua de la libertad contando directamente al público su historia, teniendo como fondo a una Nueva York que exhibe con orgullo sus dos torres gemelas. El protagonista aparece entonces como alguien egocéntrico y caprichoso, pero también carismático y genial. Y este último calificativo no es gratuíto, porque la hazaña que logró Petit, tanto en planificación, para burlar a las autoridades, como en ejecución, parece imposible y, viéndola reflejada cinematográficamente, apenas parece creíble, hasta que los que vimos en su día el documental comprendemos que todo sucedió exactamente de la manera que se nos está mostrando.

Bien es cierto que las medidas de seguridad de los años setenta distan mucho de las podría haber en una obra de esas dimensiones en estos tiempos de terror generalizado. Resulta curioso, por otra parte, que precisamente en la época en la que Nueva York estaba viviendo sus peores momentos, con una criminalidad que se desbordaba por momentos y una permanente amenaza de bancarrota, se inaugurara este símbolo de optimismo en el futuro que era el World Trade Center. No hay referencia alguna - al menos no de forma directa - a la increíble destrucción que sucedería treinta años más tarde. En este sentido El desafío constituye todo un homenaje a unas maravillas arquitectónicas desaparecidas trágicamente y una especie de llamamiento a los neoyorkinos que todavía puedan estar traumatizados por aquello a que recuerden también otro momento singular, pero esta vez en sentido positivo, el instante en el que un hombre realizó una hazaña absolutamente increíble y ofreció un espectáculo que, a ojos de los afortunados que pudieron verlo, ser convirtió en una auténtica obra de arte, en un acto hermoso en sí mismo.

El director de El vuelo ha filmado esta historia con mucho oficio, con absoluto respeto a la autobiografía de Petit y con un sentido de la espectacularidad en su último tercio, en el que se consuma el sueño del protagonista, que hacen que merezca la pena su visionado, a pesar de que el recuerdo de Man on wire sea tan reciente. 

lunes, 13 de abril de 2015

EL VUELO (2012), DE ROBERT ZEMECKIS. HÉROE POR ACCIDENTE.

La catástrofe aérea provocada por el piloto Andreas Lubitz ha vuelto a recordarnos que la seguridad absoluta no existe en la navegación aérea ni en ningún otro medio de transporte. Una vez que uno se sube en el avión, se convierte en un ser pasivo, en un pasajero encerrado con la confianza de que los pilotos y demás responsables del vuelo sabrán realizar correctamente su trabajo y depositarlo en su destino. A veces - muy muy pocas veces, todo hay que decirlo - las cosas salen mal y los telediarios se abren con la espantosa noticia de un avión estrellado o desaparecido. En el caso de German Wings todo ha sido aderezado por la circunstancia excepcional de que el copiloto estrelló voluntariamente el aparato, después de que le hubieran sido detectados problemas psíquicos que deberían haberle impedido ejercer tales responsabilidades. Intentar encontrarle sentido a este asunto es una tarea muy complicada. 

Esta actualidad le ha otorgado una nueva dimensión a la muy estimable película El vuelo, que precisamente intenta ofrecer un discurso acerca de la responsabilidad de un piloto frente a circunstancias adversas, tanto provocadas por el azar, como por su propio comportamiento irresponsable. 

Whip Whitaker (interpretado por un muy solvente Denzel Washington) es un piloto divorciado, mujeriego, alcohólico y de vuelta de todo, pero que de cara a su profesión intenta mantener una imagen profesional intachable, aunque algunos de su compañeros sospechen que esto no es más que una fachada. Por eso, cuando logra evitar una catástrofe aéra con una maniobra imposible, se convierte enseguida en un héroe para los medios de comunicación. La cuestión es que la situación de peligro no parece haberla creado él, a pesar de que su estado no parece ser el mejor en cuanto a la definición de lo que debería ser un piloto responsable. Pero en la historia que plantea el director todo es tan incierto que es posible que la euforia provocada por el alcohol y las drogas le hayan proporcionado el valor y la sangre fría suficientes como para salvar la situación. De esta ambigüedad moral que impregna El vuelo habla Zemeckis en una entrevista que concedió a la revista Dirigido:

"Lo cierto es que una de las cosas que me atrajeron del guión es que la ambigüedad moral está en todas partes. No solo en Whip, sino en todos los otros personajes, no hay blancos y negros, son todos grises. Esto te obliga como espectador a cuestionarte en dónde estás parado y cuál es tu posición frente a lo que están haciendo estos personajes. La ambigüedad moral me resulta muy atractiva, y yo creo que la vida real es así. Sin embargo, raramente un guión la presenta con tanta fidelidad como en este caso."

Este debate actual sobre responsabilidades y ocultamiento de datos médicos, es un buen contexto para repasar El vuelo, para comprobar que la verdad y la mentira tienen muchas más caras que las que habitualmente percibimos. La historia de este hombre solitario y autodestructivo puede servir como reflexión acerca de cómo los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Y a veces en la misma jornada.

domingo, 16 de octubre de 2011

REGRESO AL FUTURO (1985), DE ROBERT ZEMECKIS. EL PORVENIR DE MI PASADO.


En el último episodio de esa serie magnífica llamada "A dos metros bajo tierra", la menor de los hermanos Fisher se despedía del resto de su familia para emprender su vida en solitario. Mientras recorría en automóvil la distancia entre Los Ángeles y Nueva York iban surgiendo imágenes del futuro del resto de los protagonistas de la serie y sobre la forma en la que cada uno de ellos iba a morir. Un final sobrecogedor para una serie memorable.

De algún modo la trama de las tres partes de "Regreso al futuro", que he revisado en estos días me ha recordado a este pasaje de la serie de Alan Ball. Dos de las reglas esenciales de la vida humana son que no podemos conocer el futuro ni cambiar el pasado. Al protagonista de las películas se le da la oportunidad de viajar en el tiempo, de conocer a sus padres cuando tenían su misma edad (unos 16 o 17 años, se supone) y de verse a sí mismo de cuarentón. Cualquier decisión, por nimia que sea puede hacer derivar la propia vida en un sentido o en otro y conocer nuestro futuro sería condenarnos a una angustia intolerable.

La película de Zemeckis es una de las que marcó estilo en los ochenta. Es bien conocido y estudiado el fenómeno que supuso la serie "Star Wars" para el negocio cinematográfico. El bombazo fue de tal calibre que todos los estudios quisieron revivir ese éxito y el cine se infantilizó en exceso. El camino de madurez que estaban experimentando creadores como Coppola, Scorsese o Polanski se atenuó y el protagonismo recayó en historias, mejor o peor contadas, con elementos fantasiosos dirigidas a un público familiar.

Desde luego esta nueva tendencia dio también obras memorables, como la serie de Indiana Jones o esta que comentamos, una historia muy dinámica con un guión inteligente, sobre todo en la primera parte. Ví la segunda sin muchas esperanzas, creyendo que me iba a encontrar ante una película realmente mala. A pesar de que el futuro que muestra en su primera mitad es bastante cutre, como si la estética de los ochenta se trasladara a nuestros años, hay que aplaudir el ritmo endiablado que sujeta al espectador al asiento y no lo suelta hasta el final. La tercera parte es un poco distinta a las otras dos, un homenaje al western y a la propia saga de "Regreso al futuro", también muy entretenida, pero de planteamiento algo más flojo. En cualquier caso, una saga que cumple su función de hacer pasar un buen rato al espectador, que incluso puede darle pie a reflexionar sobre su pasado, presente y futuro.