sábado, 15 de noviembre de 2025

EL RUGIDO DE NUESTRO TIEMPO (2025), DE CARLOS GRANÉS. BATALLAS CULTURALES, TRIFULCAS POLÍTICAS.

Vivimos en un mundo muy extraño en el que los artistas se han vuelto moralistas y los políticos son unos transgresores que ofrecen espectáculos cada día más grotescos.  A raiz de fenómenos como el Me Too, el auge del feminismo y de los valores de una izquierda purista e identitaria han convertido a una buena parte de los componentes del mundo del arte y la cultura en unos moralistas insoportables: la idea de justicia, de ética, prevalece sobre la libertad del artista. La política en cambio es más que nunca un campo de batalla en el que todo vale. Personajes tan insólitos como Trump o Milei, que hace unos años hubieran parecido risibles a cualquier elector, suscitan pasiones inusitadas y adhesiones fervientes, quizá porque venimos de un tiempo de promesas incumplidas, de políticas que han favorecido sistemáticamente a los más poderosos en detrimento de una clase media que pierde poder adquisitivo y derechos a pasos agigantados:

"La política era ahora el campo de las bajas pasiones, de la teatralización del odio y del desprecio, de la performance agresiva y visceral que encarnaba la rabia contenida y la contagiaba. Su función era aglutinar a través de la animadversión y del resentimiento. Destruir un orden global liberal para que volvieran a imponerse los valores tradicionalistas, nacionalistas y religiosos, si quien hablaba era Javier Milei, Santiago Abascal o Donald Trump, destruir la oligarquía, a los conservadores, el neoliberalismo o la "fachosfera·, si quien hablaba era Petro, AMLO o Pedro Sánchez, Cambiaba el rol del político. Ahora importaba menos lo que hacía en la realidad, sus acciones concretas para resolver problemas, porque más relevante era la manera en la que intervenía en el mundo simbólico que se materializaba en pantallas y en las redes."

Quizá no somos conscientes, pero los asesores de los políticos ya no se encargan tanto de guiarlos en decisiones económicas, sociales o legislativas. Ahora lo importante es la construcción de un relato (en la mayoría de los casos ficticio y absolutamente interesado) que sea satisfactorio para la parroquia propia. No se quieren ganar batallas reales, que tengan que ver con los problemas que afectan a los ciudadanos en su día a día, sino simbólicas. El político tiene que tener un estilo reconocible y su actividad debe ser juzgada en las redes más que en el Parlamento. Si hay una crisis de la vivienda, por ejemplo, no se elabora un plan ambicioso de construcción de vivienda pública, sino que se lanza una campaña publicitaria asegurando al ciudadano que el gobierno ha hecho todo lo posible para resolver el problema (algo que casi nos remite a la célebre frase de Groucho Marx: "¿a quién va a creer usted, a mí o a sus propios ojos?") y se habilita un teléfono para que el afectado se empodere (otra de las grandes palabras grandilocuentes y vacías de contenido de nuestro tiempo) frente al inmenso problema que va a seguir ahí en los próximos años.

Cuando se le pregunta al gobierno por los casos de corrupción que empiezan a oler de forma insoportable, por los fallos en las pulseras de víctimas de violencia de género o por otros temas incómodos, las respuestas jamás serán concretas sino que remitirán a una conspiración de jueces y ultraderecha o negarán sistemáticamente los errores cometidos. Esta forma de actuar puede que salve al día a día, pero a medio plazo resulta demoledora para los intereses de los ciudadanos y del propio gobierno, ya que va a llegar el momento en el que tengan que responder, aunque sea delante de un juez. Nos han tocado vivir unos tiempos muy inquientantes, en el que la mentira descarada se ha instalado en la normalidad del discurso político y en el que empiezan a escucharse argumentos cada vez más aislacionistas en muchos países. Es un acierto que Granés dedique uno de sus capítulos a analizar a cada uno de los líderes políticos de la esfera hispanoamericana (incluyendo también a Donald Trump), llegando a conclusiones desoladoras con cada uno de ellos. Es lo que nos ha tocado vivir y el futuro no parece mucho mejor en un mundo cada vez más desesperanzado.

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