El señor Klein se ve a sí mismo como un hombre pragmático. Por eso no le importa aprovecharse de la situación que vive Francia en 1942, durante la ocupación y se dedica a hacer negocio a través de vendedores judíos desesperados. Un día recibe en su puerta un diario judío que solo llega a suscriptores. El hecho le inquieta y decide investigar. Pronto se va a ver envuelto en una intriga de corte kafkiano, en la que incluso empieza a dudar de su propia identidad, puesto que existe alguien que se llama igual que él que puede haberle tendido una trampa que le haga caer en la telaraña nazi. Como si de una dosis de karma se tratara, Klein empieza un lento descenso a los infiernos que puede despojarle de su magnífico bienestar e identificarle con los parias de aquel momento histórico. El espectador se identifica en todo momento con la extraordinaria interpretación de un Alain Delon al principio cínico, después desconcertado y finalmente horrorizado por el giro del destino que está sufriendo su existencia. La última escena de la película es realmente memorable y resume todo el horror de una época infame no solo para Alemania, sino también para la colaboracionista Francia. Todo ello marcado por una atmósfera asfixiante que va creciendo gracias al ejemplar guion de Costa-Gavras.
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