Vivimos en unos Estados cada día más controladores. Con la excusa de la seguridad, de la lucha contra el terrorismo, contra el tráfico de drogas y la inmigración ilegal, el paso, por ejemplo, por esos no-lugares fronterizos que son los aeropuertos se convierte en una experiencia desagradable. O en una pesadilla de tintes kafkianas, como le sucede a la pareja protagonista de Upon Entry, residentes en Barcelona que quieren vivir en Estados Unidos y creen llevar todos los papeles en regla. Ambos son sacados de la cola y llevados a una habitación aparte, donde tienen que enfrentarse a una espera inquietante - con la angustia de perder su vuelo de conexión - y después a un incomodísimo interrogatorio que en muchos momentos roza lo íntimo. La principal característica de Upon Entry es que sabe transmitir perfectamente la incomodidad de los personajes, su inquietante situación, al espectador. Y así sus directores pueden hablar del desasosiego que nos produce a veces una Administración que quiere protegernos a toda costa, obviando en ocasiones nuestros derechos y libertades e incluso las formas más elementales de educación. En cualquier caso, no todo es lo que parece en la película y también se aprovecha para reflexionar sobre las formas de pareja contemporánea, esas relaciones que transcurren sin que los miembros de la misma conozcan del todo al otro, a través de unas relaciones líquidas e intercambiables. Sistema y relaciones deshumanizadas se dan cita en un pequeño habitáculo del aeropuerto JFK.
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