lunes, 15 de enero de 2024

SALTBURN (2023), DE EMERALD FENNELL.

Saltburn comienza como la típica película de género universitario-académico. Un novato llega a la Universidad de Oxford. Oliver Quick se muestra como un muchacho hecho a sí mismo. A diferencia de muchos de sus compañeros, ha llegado a tan prestigiosos estudios, no por formar parte de una familia rica, sino por méritos académicos. La primera parte de Saltburn relata el proceso de adaptación del protagonista y el inicio de su amistad con el Adonis de Oxford, Felix Catton, quien le acabará invitando a pasar el verano en la inmensa finca familiar. A partir de aquí la película se viene abajo, no porque la propuesta de Fennell sea mala, sino por cómo está planteada, sobre todo porque la familia Catton es retratada como un grupo esperpéntico, quizá en la estela de series y películas de los últimos años que retratan a los ricos como codiciosos retrasados. El protagonista se transforma entonces paulatinamente, a ojos del espectador, en una especie de Tom Ripley que poco a poco va ganándose a su familia adoptiva con artes que van desde lo seductor a lo maquiavélico. Todo muy de sal gruesa en un relato que va derivando a lo gratuitamente escandaloso - en estos tiempos, esta característica del film es la que ha cimentado su éxito en el mundo de las plataformas - para terminar penosamente con una explicación en imágenes de cómo se las ha ingeniado el protagonista para conseguir lo imposible, aunque jamás sepamos sus auténticas motivaciones.

P: 5

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