sábado, 20 de enero de 2024

SEIS AÑOS QUE CAMBIARON EL MUNDO, 1985-1991 (2015), DE HÉLÈNE CARRÈRRE D´ENCAUSSE. LA CAÍDA DEL IMPERIO SOVIÉTICO.

La caída de la Unión Soviética es uno de los acontecimientos más sorprendentes del siglo XX. Recuerdo que crecí con la sombra del enfrentamiento entre dos potencias nucleares que se dedicaban a la contención mutua para evitar entrar en conflicto directo. Una de ellas era la Unión Soviética, un imperio enorme que se había cimentado en una violenta Revolución, en una Guerra Civil y en la victoria sobre la Alemania nazi, con la que había obtenido el control de toda Europa del Este. En revistas, periódicos, programas de televisión y películas a veces se hablaba abiertamente de la posibilidad de una guerra nuclear, sobre todo en periodos especialmente tensos en las relaciones entre estos dos colosos. Lo que nadie podía esperar es que uno de ellos se derrumbara de forma tan estrepitosa y sin que su rival hubiera tenido que disparar ni un solo tiro. Fue un acontecimiento milagroso a la vez convulso, uno de esos espasmos inesperados que a veces tiene la historia que hacen que todo cambie y que el mundo tenga que adaptarse a una situación inesperada:

"Fue un milagro como pocos ha conocido la historia. Extrañamente, un cuarto de siglo más tarde, la memoria colectiva continúa subestimando, cuando no olvidando por completo, esa extraordinaria serie de acontecimientos, la desaparición pacífica e incruenta de un sistema estatal todopoderoso que se creía eterno, y de un inmenso imperio fuertemente armado. Lo que se recuerda sobre todo fue la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, que deja en la sombra el conjunto de la escena y se convierte en «el día que cambió el mundo». Sin embargo, la verdad es otra, y la resumió perfectamente Hubert Védrine, que fue uno de los grandes ministros de Asuntos Exteriores de la V República: «La caída del Muro de Berlín es emoción; la Historia es la caída del sistema soviético»."

Es evidente que la llegada Mijaíl Gorbachov fue el gran catalizador de unos cambios que llevaron un nombre que pronto se popularizó en todo el mundo: perestroika. Si algo favoreció la decisión aperturista de Gorbachov fue la reciente historia de la Unión Soviética, un Estado con un sistema en franca decadencia que ya no ilusionaba a nadie, cuyos últimos dirigentes habían sido ancianos inoperativos. Gorbachov intentó salvar al comunismo a base de restar autoritarismo, sumar transparencia - la gran prueba de fuego al respecto fue la tragedia de Chernóbil - y emprender una serie de reformas económicas que llegaban muy tarde. La principal consecuencia de todo ello fue la progresiva emancipación de los Estados satélites de Europa del Este (con la caída del muro de Berlín como hito realmente espectacular) y el comienzo de serios conflictos en la zona del Caúcaso.

Mientras Gorbachov disfrutaba de su inmensa popularidad en el escenario internacional dentro de casa las cosas iban cada vez peor. El nivel de vida de los ciudadanos se deterioraba y la ilusión de los cambios ya no era suficiente para evitar el descontento, circunstancia que aprovechó un dirigente tan singular como Boris Yeltsin para ir haciéndose progresivamente con cotas de poder cada vez más altas hasta que se llegó a una situación verdaderamente sorprendente, en la convivían la Unión Soviética con un nuevo Estado ruso con su propio Partido Comunista. La puntilla para un Gorbachov cuya influencia disminuía día a día mientras aumentaba la de Yeltsin fue el golpe de Estado de agosto de 1991, que fracasó pero acabó haciendo posible que a finales de año despareciera la URSS y diera paso a otra etapa de reformas radicales e inmensa corrupción que concluyó una década después con la llegada de Putin al poder. La historiadora francesa recorre magistralmente toda esta etapa y nos recuerda que la Historia nunca está escrita y que lo sorprendente siempre puede tener cabida en la misma.

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