Desde los primeros instantes de la cinta, Edgar Wright se propone seducir al espectador con un ejercicio de estilo visual apabullante, hasta el punto de que la historia que cuenta Última noche en el Soho está al servicio del mismo: se trata de acumular ocasiones con las que demostrar un indudable virtuosismo en la composición y planificación de escenas. Todo esto no quiere decir que el guion carezca de interés: se trata de un viaje entre onírico y terrorífico entre el presente y el pasado que aprovecha para mostrar una visión idealizada de la época de finales de los años sesenta en Londres, fantástico retrato de una ciudad festiva que poco a poco se va tornando siniestra y opresiva. Hay también en Última noche en el Soho una espléndida selección de temas musicales que acompañan a la acción casi como en un video-clip, pero sin caer en ese tipo de estética. Mención también a sus dos jóvenes protagonistas, que entablan una extraña relación basada en ese espacio entre el sueño y la realidad que visita Eloise todas las noches. Una película diferente y original en la que destacan estética y dirección.
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