Bien es cierto que existen normas morales universales, que se aplican a todos los grupos, porque hay circunstancias vitales que son indispensables para que cualquier grupo humano sobreviva y prospere: "ama a tu familia, ayuda a tu grupo, devuelve los favores, sé valiente, obedece a la autoridad, sé justo, respeta la propiedad de otros". Quizá todas estas reglas provengan de la leyes de la evolución, es decir que quienes mejor se adaptan a las mismas son los que acaban progresando. Si por un capricho de la naturaleza para la supervivencia de grupo fuera necesario, por ejemplo, que la madre se comiera al primer hijo varón que concibiera, ésta se hubiera adaptado por los grupos humanos como una norma moral indiscutible y posiblemente hubiera llegado hasta nuestros días.
El problema de los imperativos morales es que no se consideran elecciones estrictamente personales. Quien posee una determinada moral, sea religiosa, política o social, tenderá a creer que debe ser impuesta a todos los demás, con lo que esto implica para la libertad personal de los que se consideran disidentes:
"La historia está repleta de atrocidades que fueron justificadas invocando los principios morales más elevados y perpetradas sobre personas que estaban igualmente convencidas de su superioridad moral. La justicia, el bien común, la ética universal y Dios han sido utilizados para justificar todo tipo de opresión, asesinato y genocidio. Dado que las convicciones morales se asocian a considerar que el fin justifica los medios y a apoyar la violencia, es una prioridad de la ciencia investigar cómo promueven formas constructivas, pero también destructivas, de acción política."
Lo peor de todo esto es que lo usual - a menos que estemos hablando de un psicópata - es que quienes perpetran todas estas barbaridades contra otros grupos creen estar obrando correctamente. La defensa de la nación, de la religión o de una determinada idea utópica justifica cualquier acción atroz, puesto que e realiza en defensa del bien absoluto. Cualquiera que se oponga a dicha idea es un enemigo al que hay que exterminar sin piedad. Estas creencias tan fuertemente arraigadas en la psique humana son las que alimentan esos conflictos que nos parecen tan absurdos cuando los analizamos racionalmente.
La tendencia a dividir el mundo entre nosotros y ellos es algo que está en nuestra naturaleza desde tiempos inmemoriales y es muy difícil escapar de su influencia en nuestras acciones diarias. Las peores atrocidades del siglo XX fueron alimentadas a través de imperativos morales lanzados a una población sensible a éstos, por lo que es rigurosamente cierto que cualquiera de nosotros podríamos haber participado en las mismas si se dieran las circunstancias adecuadas, porque casi nadie quiere quedarse fuera de la ideología moral imperante en una sociedad. Como dijo el gran Isaac Asimov, en una frase que precede unos de los capítulos de este libro: "El problema más difícil al que nos enfrentamos para evitar la destrucción de la civilización y la humanidad es la costumbre diabólica que tiene la gente de dividirse en pequeños grupos, cada uno ensalzándose a sí mismo y acusando a sus vecinos."
Teniendo en cuenta todo esto, no es raro que nuestro tiempo se haya llenado de indignados morales, gente que, aprovechando la nueva tecnología de las redes sociales necesita exhibir su virtud frente a la maldad de quienes pretendidamente se desvían de la moral imperante. Todas esas condenas que se lanzan contra aquel que pretende discutir los dogmas establecidos es vilipendiado y a veces se provoca su muerte social. Hay casos tan extremos de personas con un pensamiento disidente que ha llegado a perder su puesto de trabajo y a sus amigos por una determinada opinión expuesta en un tweet. Lo que antes podía resolverse con una discusión de barra de bar ahora puede hacerse viral a nivel mundial, con lo que esto implica para aquel que tomó la decisión de escribir algo políticamente incorrecto, independientemente de que lo expresado sea o no una barbaridad. No son raros los casos de suicidio por estas causas. ¿Cómo podría conseguirse una moralidad que fomentase el altruismo y la tolerancia con las opiniones de los demás? La respuesta no es nada fácil, puesto que se topa con el muro de la ancestral naturaleza humana y nuestra tendencia a dividir a la gente en grupos. El magnífico libro de Pablo Malo ofrece un completísimo repaso al estado de la cuestión y, lo que es más importante, consigue que el lector reflexione sobre todas estas realidades con la necesaria serenidad.
Todavía no he leído el libro, pero la arrogancia de decirnos lo que tiene que ser la moralidad y lo que no tiene que ser ¿no es una buena muestra de que el autor practica lo contrario de lo que predica?
ResponderEliminarNos hemos quedado varados en la frase de Asimov.Solo los jóvenes parecen tener actualmente una pertenencia. Uno o varios grupos de amigos. La Pandemia nos ha condenada a la falta de socialización, la carencia de diálogo mas allá de los miembros de la familia. Difícilmente las personas se comunican. Máxime en los países donde padecen una grieta de orden político. Pensamos que nunca la Humanidad estuvo mas sola que en estos tiempos.
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