"Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero las familias desgraciadas lo son cada una a su manera". Este es el famoso comienzo de Anna Karenina y podría aplicarse perfectamente a la propuesta que nos trae Luis Landero en Lluvia fina. Porque la novela nos disecciona, tomándose su tiempo, pero de manera implacable, las mezquinas relaciones de un núcleo familiar después de años y años de pequeñas rencillas, agravios sin reparar y conflictos soterrados. De cara a la galería se trata de una familia unida pero, como vamos descubriendo en las conversaciones de cada uno de sus miembros con Aurora, la mujer de uno de los hermanos y paciente confesora de todos ellos, la realidad es siempre mucho más rica y compleja de lo que aparenta a simple vista.
Los problemas de esta familia se desencadenan con la muerte del padre, que al parecer era un hombre afable y cariñoso con sus hijos. La madre, que recoge su autoridad, dejará claro a sus vástagos cual va a ser su destino a partir de ese momento: una existencia de trabajo y sacrificios en pos de la supervivencia de un hogar con una economía muy comprometida. A partir de ese instante la idea de placer y alegría queda borrada de la vida de esta familia, que solo ha de pensar en el ahorro y en la austeridad. La madre es uno de esos seres que contemplan la realidad cotidiana como un entorno hostil en el que la desgracia siempre está a la vuelta de la esquina, una idea muy simple que trata de grabar a fuego en la mentalidad de sus tres hijos. La apertura de una mercería va a significar nuevas responsabilidades y servidumbres, pero la obsesión de la madre por el bienestar familiar llega al punto de casar - en una especie de matrimonio concertado a la antigua - a su hija adolescente con un treintañero propietario de una tienda de juguetes y un piso enorme en el centro.
Horacio, el juguetero, va a ser descrito como un ser peculiar, una especie de hombre-niño pervertido y degenerado que violará repetidamente a su joven esposa. Claro que esta es solo una versión de la historia. A los oídos de la pobre Aurora tendrán que llegar nuevas variantes de las mismas narraciones con puntos de vista divergentes, discursos tan elocuentes y apasionados como repletos de encono por hechos del pasado. Porque esta es una de las características de la novela de Landero: el lector nunca va a poder estar seguro de si lo que lee es la realidad (la realidad dentro de la lógica del relato, se entiende) o una versión distorsionada de la misma, ya sea por pura mentira del familiar que narra en ese momento, ya sea por lo falibles que son los recuerdos. De lo que si estamos seguros es de que en todas las familias habitan este tipo de fantasmas, aunque esperando que en pocas se alcance el nivel de envenenamiento presente en las relaciones de los personajes de Lluvia fina.
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