miércoles, 10 de marzo de 2021

EL SIGLO DEL POPULISMO (2020), DE PIERRE ROSANVALLON. LA DEGRADACIÓN DEMOCRÁTICA.

Establecer una definición de populismo se ha convertido en un asunto muy dificultoso, porque es una palabra de moda en la política actual. Los partidos se tachan unos a otros de populistas, pero en realidad las reglas de juego de nuestras democracias, siempre cortoplacistas, incitan a los gobernantes a establecer medidas llamativas basándose en las presuntas necesidades del pueblo, siendo aquí el pueblo la entera población de la nación, sin apenas matices.  Lo triste es que mucha de la política actual se basa en sondeos precipitados - y manipulados - y en pseudoestudios de marketing en los que la imagen del partido en el gobierno es mucho más importante que los resultados reales de las medidas para la gente de a pie. Además, desde el poder se fomenta una sutil pero peligrosa división de la sociedad entre grupos victimizados y el resto, apartando convenientemente las tradicionales reivindicaciones de las clases sociales más desfavorecidas, que empiezan a no tener voz si sus miembros no se adaptan a las exigencias de estas luchas populistas y vacías de contenido. Conviene que haya tensión social, sí, pero una tensión que no moleste el ejercicio del poder, sino que enfrente a unos ciudadanos con otros en estas postmodernas guerras culturales, mientras los derechos laborales y sociales se siguen esfumando y las administraciones públicas dejan cada vez más desamparado al contribuyente.

Lo vemos desde hace demasiado tiempo: aunque en España no se usa apenas del instrumento del referéndum (uno de los emblemas principales del populismo, que pretende así que el pueblo se pronuncie con resultados muchas veces envenenados, como el del Brexit), sí que se intenta tener domesticado al poder judicial y que sus decisiones barran para casa. En las campañas electorales la mentira descarada, sobre políticas de futuro o sobre alianzas, es algo ya tan habitual que ni siquiera llama la atención. Además, el laberinto selvático de las redes sociales se consolida como la alternativa a la tradicional prensa libre, una institución que agoniza perdiendo influencia cada año que pasa y que debe adaptarse a los tiempos compitiendo en atención con blogueros, youtubers e influencers que manejan mucho mejor los gustos de las nuevas generaciones. 

Estamos en la época de lo emocional frente a lo racional. El poder necesita apelar constantemente a enemigos que impiden que su utopía social se lleve a cabo y en parte tiene razón cuando discurre así, puesto que la globalización ha hecho que muchas de las decisiones de los gobiernos se tornen irrelevantes si molestan a los grandes grupos económicos, a los que nadie ha votado, pero que se mueven como pez en el agua en este mundo falto de regulaciones. Ya nadie espera - y menos después de la espantosa gestión de la pandemia - que las cosas mejoren, solo poder desahogar emociones frente a la imagen del enemigo, sea éste el poder económico, el inmigrante, la feminista, el neonazi o el progre, llegándose al punto de poder contemplar a miembros de un gobierno apoyando abiertamente actos manifiestamente ilegales si quienes los promocionan son considerados aliados. Los términos fascista o comunista pierden su sentido, porque así se denomina a todo aquel que no comulga con las ideas propias, según sean éstas de derechas o de izquierdas. La política tranquila del consenso que se marca unos objetivos razonables y que rinde regularmente cuentas al ciudadano ha dejado de existir, porque la agenda siempre viene marcada por el último asunto de actualidad que será sustituido por otro la semana siguiente. Mientras tanto, al ciudadano de a pie, embargado de terror al futuro, se le colapsan los mecanismos de adaptación:

"De hecho, la ira y el miedo son evidentemente los motores afectivos y psicológicos de la adhesión al populismo. Por añadidura, este parece capaz de dar armas al resentimiento, de ofrecer la posibilidad de una venganza. Adherirse a las ideas populistas es también identificarse con una comunidad que valora a quienes se resisten al pensamiento dominante, y al mismo tiempo autorizarse a tomar distancia de la realidad tal como casi siempre se la presenta. La propensión a suscribir «verdades polémicas» constituye por esto un elemento clave de lo que se podría definir como la personalidad populista. Esta se apoya en la tendencia al recelo sistemático por las visiones consensuales, acusadas de ser meros productos de la ideología dominante, e induce, a la inversa, una gran capacidad de agrupación negativa en quienes se conciben a sí mismos como denunciadores de las mentiras y manipulaciones de los poderosos. 

Los condenados de la tierra adquieren aquí el rostro de los mártires de la verdad, con la dimensión de fe sectaria que esto implica. En una época en que las promesas emancipadoras del progreso se han derrumbado, en estas nuevas tierras se arraigan el coraje del presente y la fe en un futuro mejor en el universo populista. Al mismo tiempo, la política adopta un perfil de tipo religioso, con esa capacidad para reescribir el mundo que emana de esta forma de afirmación de verdades propia de la fe."

Todo esto quiere decir que los problemas complejos se reducen a batallas absurdas entre el bien el mal, lo que deriva en la tendencia de mucha gente a encerrarse en sus propios laberintos de creencias inamovibles y así es fácil que "la democracia esté siempre amenazada de degradarse en demagogia, cuando el pueblo-cuerpo cívico se borra tras su doble deformante de multitud gobernada por las pasiones del momento". Se nos olvida con mucha facilidad que uno de los imperativos de las democracias es la formación de ciudadanos lúcidos y conscientes, dotados de un sano espíritu crítico basado en la racionalidad, con las dosis justas de componente emocional. El libro de Pierre Rosanvallon, aunque muy orientado a la realidad de Francia sirve como un manual conceptual de nuestro tiempo. El siglo del populismo establece los principales hitos de la historia del populismo y propone correcciones a una realidad que amenaza a la idea clásica de lo que es una democracia, acercándose a peligrosas alternativas que están más próximas a la triste realidad de países como Rusia, China o Venezuela. 

1 comentario:

  1. El sistema populista es una máquina de producir Pobreza y Miseria. Lo vemos con Venezuela. Otrora el País más rico de toda Sudamérica, con importantes yacimientos de petróleo - aunque denso- minas de oro, plantaciones de frutos exóticos que se vendían al resto del Continente; una clase media próspera y un largo etc. Tuvo que aparecer un militar parlanchín, capaz de vender la vida de Bolívar a su antojo y plagada de palabras que el héroe venezolano NO dijo. Tras su muerte y por ardides elaborados en suelo cubano, cayó el poder en manos de un chofer de autobuses que repite los discursos igual que los loros. La represión instalada por ex militares cubanos, produjo el éxodo de más de cinco millones de venezolanos que se largaron a pie por los caminos de Sudamérica. Miles de venezolanos opositores han sido fusilados y los mismos militares perdido todo poder. Ese es el populismo que ha llegado a la realidad actual de la misma España.

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