miércoles, 24 de marzo de 2021

LA SEÑORITA JULIE (1888), DE AUGUST STRINDBERG Y DE LIV ULLMANN (2014). SUEÑO DE UNA NOCHE DE SAN JUAN.

En el prólogo que escribió para su propia obra Strindberg quiere dejar claro que La señorita Julie pertenece al movimiento naturalista, por lo que el espectador va a verse personalmente reflejado en el drama de los dos protagonistas, que tiene mucho que ver con la división en clases sociales de la Suecia de la época:

"El hecho de que la heroína nos despierte compasión depende únicamente de nuestra debilidad de no poder soportar el sentimiento de terror de que el mismo destino nos alcance a nosotros. Sin embargo, el espectador muy sensible quizá no estará satisfecho con esta compasión y el hombre de fe del futuro quizá exigirá algunas propuestas para remediar la maldad, en otras palabras, un tipo de programa. Pero para empezar, no existe el mal absoluto, pues el que una familia se hunda significa el resurgir de otra, y el paso de resurgir a hundirse compone uno de los placeres más grandes de la vida. La felicidad, pues, solo existe por comparación. (...) La vida no es tan matemáticamente idiota que solo los grandes se comen a los pequeños, sino que con frecuencia sucede que la abeja mata al león o al menos lo vuelve loco."

Ni Jean ni Julie son personajes prototípicos de sus respectivas clases sociales. Jean es un criado que se ha preocupado de recibir una educación autodidacta. Ha leído mucho, ha ido al teatro y escucha atentamente las conversaciones de las personas a las que sirve, por lo que es capaz de hablar de tú a tú a Julie. Aunque sea un sirviente, no es una persona que se resigne a esa condición en su fuero interno: aspira a abrazar algún día esa vida contempla y a la que no puede acceder debido al rígido muro que separa a las clases sociales. Julie, según ella misma confiesa, no ha recibido la educación convencional que correspondería a su nacimiento como noble ya que a su madre, de origen humilde "la educaron en las teorías de igualdad de su tiempo, la libertad de las mujeres y todo eso" y ella "me educó de manera natural y en el paquete incluyó enseñarme todo lo que se le enseña a un chico, y que yo sería un ejemplo de cómo una mujer puede hacer las cosas igual de bien que un hombre". Seguramente esto es lo que le permite acercarse con toda naturalidad a gente que no pertenece a su clase social, aunque en el caso de Jean dicha atracción es sobre todo de carácter sexual.

Frente a ellos se alza la figura de Kristin, la cocinera que conoce perfectamente cual es su papel en el mundo y trata, en vano, de hacer entrar en razón a su novio Jean, pues siente que el ímpetu de sus sueños le van a hacer caer al abismo. Kristin es una especie de convidado de piedra que intenta alzarse como la voz de la razón, pero no es escuchada e intenta como último y desesperado recurso acudir a la religión. Mientras tanto Jean y Julie han llegado a un punto de no retorno que trastorna de inmediato su fugaz relación, pues se dan cuenta de que han cometido un pecado irredimible. Piensan en huir, pero no parecen tomar en serio esta posibilidad, porque dejan que los invada un irresistible fatalismo. La decidida Julie se convierte en pocas horas en una sombra de sí misma, una mujer desnortada que se hunde en la más absoluta desesperación. El osado Jean se paraliza cuando siente que el conde ha vuelto a casa y automáticamente vuelve a su papel de sirviente, dejando que sus sueños se pudran una vez más. 

La versión cinematográfica de Liv Ullmann, llamativamente protagonizada por dos grandes estrellas de Hollywood, es una correcta traslación de la obra de Strindberg, sustentada ante todo por una sólida interpretación de Jessica Chastain, enriquecida por múltiples matices, secundada por un muy correcto Colin Farrell, que se defiende muy bien en un papel que en principio no parecía destinado a un intérprete de sus características. Mucho más explícita respecto a la consumación sexual de los protagonistas frente a la a la elipsis de la obra teatral, la versión de Ullmann conserva intacto el espíritu del original y no trata de hacer experimentos para adaptar su mensaje a nuestro tiempo, algo que se agradece, ya que no es necesario realizar cambio alguno en la obra de Strindberg para que siga fascinando al espectador actual. 

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