martes, 30 de marzo de 2021

EL ENJAMBRE HUMANO (2019), DE MARK W. MOFFETT. CÓMO NUESTRAS SOCIEDADES SURGEN, PROSPERAN Y CAEN.

El hombre es el único animal que puede entrar en una habitación llena de desconocidos sin alterarse. Este hecho, que parece tan trivial, es un logro evolutivo que nos ha permitido crear sociedades formadas por millones de individuos. Dichas sociedades se encuentran en permanente proceso de evolución y cambio, existiendo permanentemente la posibilidad de emprender un camino de decadencia que la haga ser sustituida por una nueva. Si los humanos no contáramos con tan refinadas formas de comunicación con los demás, la construcción de unos lazos sociales tan complejos sería imposible. Porque muchas de las bases sobre las que está edificada nuestra forma de vida se basan en símbolos abstractos que son universalmente aceptados por casi todos los miembros de una sociedad: la bandera, el himno, la autoridad... Dichos consensos tienden a hacerse más complejos y a la vez más estables con el tiempo.

Para ser exitosa, una sociedad tiene que cumplir al menos con dos requisitos básicos: proveer de medios de subsistencia y de seguridad a sus miembros, a la vez que es capaz de imponerse a otras que se le opongan en la eterna lucha por los recursos cuando estos son escasos. Todavía hoy cualquier ser humano se siente confortado, aunque sea de manera inconsciente, de pertenecer a una organización social fuerte y que es capaz de protegerle frente a los extranjeros. Mucho del populismo que se encuentra en auge en la política actual se alimenta de estimular estos sentimientos básicos de seguridad frente a la injerencia de extraños que pueden disputarnos lo que sentimos como nuestro. Sin embargo, lo verdaderamente curioso de nuestras complejas formas de existencia, de las múltiples normas a las que estamos sometidos en nuestro día a día, es que esta forma de vida está más emparentada con la de ciertos insectos sociales que a la de cualquier otro mamífero:

"(...) ningún chimpancé tiene que someterse a las normas de una autopista o llevar las cuentas de una granja, al igual que tampoco conoce los embotellamientos de tráfico, los problemas de salud pública, las cadenas de montaje, el trabajo complejo en equipo, el reparto del trabajo, la economía de mercado, la gestión de los recursos, las grandes guerras o la esclavitud. Por extraños que nos parezcan los insectos en su aspecto e inteligencia, solo ciertas hormigas y sociedades humanas hacen ese tipo de cosas, junto con algunos otros insectos sociales, como las abejas y algunas termitas."

Sin embargo, los marcadores que nos hacen identificarnos con nuestros vecinos son muchos más complejos que el olor que utilizan las hormigas. Cualquier símbolo que identifique a los miembros de una determinada sociedad puede haber pasado por un dilatado proceso de evolución hasta llegar a su significado actual, pudiendo, por muy relevante que sea hoy, llegar a ser olvidado con el transcurso de los siglos, como ha sucedido con múltiples ritos religiosos del pasado. Lo que persiste es una prevención instintiva frente al extraño, sobre todo si sus marcadores (raza, forma de vestir, idioma, religión...) son diferentes a los nuestros. Se trata de un mecanismo de supervivencia básico que, aunque ya no sea necesario en nuestras sofisticadas sociedades, persiste en todos nosotros de manera inconsciente y es la raíz de muchos conflictos que no pueden explicarse de manera meramente racional:

"El psicólogo de Princeton Alex Todorov ha descubierto que, en la misma décima de segundo que tardamos en embutir a una persona en una categoría, ya nos hemos formado opiniones sobre si es de fiar, entre otros estereotipos. Un extraño a nuestro grupo genera en nosotros las evaluaciones más rápidas y superficiales. Excita las amígdalas que provocan la ansiedad, la misma parte del cerebro que se activa cuando, con el corazón acelerado, apartamos de un manotazo a un abejorro. Nuestra respuesta amplificada y apresurada a lo que consideramos una potencial amenaza es «resistente al cambio y propensa a la generalización», ha dicho un neurocientífico."

El paso del nomadismo al estilo de vida sedentario significó que las poblaciones podían empezar a crecer y los hombres, poco a poco, se especializaban en ciertos oficios que pasaban de generación a generación, por lo que ya no era necesario que cada individuo contara con nociones básicas de los conocimientos fundamentales para poder sobrevivir. El conocimiento compartido fortalece a las sociedades, pero, como hemos dicho, no es ni mucho menos el único ingrediente para de cohesión: las emociones compartidas que emiten un himno, una victoria deportiva o el odio a un enemigo estimulan el orgullo de pertenecer a una determinada nación, aunque las personas individualmente tengan un comportamiento humilde. Esto puede estimular también comportamientos aberrantes si se perpetran en el anonimato del grupo: nuestra moral individual puede diluirse con facilidad cuando la supeditamos al fervor de la masa de la que formamos parte. 

En cualquier caso la unión de sociedades diferentes en un mismo territorio era en numerosas ocasiones fruto del conflicto por explotar determinados recursos. Los perdedores podían ser reducidos a la esclavitud, liberando así recursos a través de la explotación de mano de obra gratuita. Los vencedores podían seguir aprovechando su éxito con la conquista de nuevas tierras, fundándose así los primeros imperios, cuya compleja gestión necesitaba de una administración cada vez más especializada. Frente a la vigilancia continuada a la que se sometían mutuamente los miembros de las pequeñas sociedades de cazadores-recolectores, la invención de dioses omnipotentes que vigilaban en todo momento a cada individuo resultó un instrumento fundamental para seguir influyendo en el comportamiento, aunque la persona pudiera empezar a tener espacios de privacidad.

Considerarse a uno mismo el hombre más inteligente o fuerte de la Tierra es ridículo. Sin embargo, cuando tales calificativos están dirigidos al propio país, buena parte de los individuos aplauden la afirmación. Por esto mismo la Unión Europea no despierta el compromiso emocional que sí producen en sus ciudadanos las naciones que la componen: no ofrece una historia compartida ni símbolos o tradiciones venerables (aunque sea toda una evolución positiva que los principios de la unión entre países se basen en el comercio, no en la conquista), lo cual explica comportamientos tan irracionales como el éxito del referéndum del Brexit. Quizá examinando los últimos acontecimientos y la posibilidad de próximos conflictos sociales en occidente, frente al éxito de China y otros países de su entorno puedan ser señales de nuestra próxima decadencia o quizá se trate de una crisis pasajera de la que salgamos reforzados como sociedad, no hay manera de saberlo. Lo que sí es seguro es que ninguna sociedad es eterna: todas acaban cayendo o se transforman de tal manera que se vuelven irreconocibles. En realidad nuestra mejor baza siempre será la racionalidad que ofrece la ciencia frente a la apelación a las emociones más básicas, aceptando que la unión entre todos los hombres en una sola nación es, hoy por hoy, prácticamente una utopía:

"Nuestra desgracia ha sido, y será siempre, que las sociedades no eliminen el descontento; simplemente lo redirigen hacia los extraños, que paradójicamente pueden incluir a grupos étnicos. Conocer mejor a los demás no siempre ha sido suficiente para mejorar nuestro modo de tratarlos. Necesitaremos comprender mejor el impulso a ver a otros pueblos como menos humanos, incluso como sabandijas, si nuestra especie quiere romper con la historia de discordancias entre grupos, que se remonta a mucho antes de la Antigüedad. También debemos saber más sobre cómo los humanos reformulan sus identidades y responden a cada cambio radical con el menor perjuicio posible. El Homo sapiens es la única criatura de la Tierra que es capaz de esto. Nuestra predisposición hacia los extraños varía; unos tendemos a la cautela y otros, a la confianza, y, sin embargo, compartimos una aptitud para aprovechar nexos con otros aparentemente incompatibles. Nuestra salvación radica en reforzar este don, guiado por los cada vez más sutiles descubrimientos de las ciencias a las que este libro apela. El lado bueno de esta historia es que los humanos tenemos cierta capacidad para contrarrestar nuestra tendencia heredada al conflicto mediante la autocorrección deliberada. Divididos estaremos, y divididos debemos estar."

3 comentarios:

  1. Guauu...muy interesante. Y me sorprendió la comparación delos humanos y las hormigas con un chimpancé...increíble

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  2. Es verdad, somos una especie especial, con normas y mecanismos de adaptación muy concretos.

    Un abrazo

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  3. Desde nuestro punto de vista: lamentable la visión de este autor .Donde él ve un enjambre humano, nosotros vemos Seres que sin duda poseen una Trascendencia que acaso ellos mismos ignoran. No sé si ha sido culpa de las Religiones, que en esta Civilización - o remedo de ella- millones de personas ignoran la importancia de la Civilización egipcia, que - según los restos de un Papiro hallado en bastantes malas condiciones en Turin - revela que la Egipcia se extendió por 360 siglos. Treinta y seis mil años! Básicamente en algún punto de nuestro genoma, deben aparecer algunos rastros de ellos. Todas las leyes de la Geometría y de las Matemáticas,los griegos fueron a Egipto a iniciarse en ellas.Y al final esa enorme Civilización que navegó hasta las mismas costas de Brasil, del actual Chile y Perú, y con sus vecinos Fenicios se trajeron oro, piedras preciosas, hojas de coca y un muy largo etc. los actuales egipcios poco y nada saben .Porque su mayúsculo Imperio al final fue derrotado por unos guerreros del Sudán y los sudaneses derrotados a su vez por el Imperio Romano. Del que aún queda en pie una modesta franja de tierra dentro de Italia.

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