lunes, 20 de abril de 2020

LA STRADA (1954), DE FEDERICO FELLINI. EL EXTRAÑO AMOR DE GELSOMINA DI COSTANZO.

Pocas imágenes más icónicas en el cine italiano que la del forzudo Zampanó (Anthony Quinn), partiendo unas cadenas con la fuerza de su pecho, en un espectáculo que repite todos los días, ya sea en solitario, ya sea formando parte de algún circo ambulante. La Strada es la calle, la vida errante de los que se ganan de la vida de manera incierta, pobres entre los pobres que intentan llevar un poco de alegría a los desheredados. Pero, a pesar de las alegrías ocasionales, la vida que se retrata aquí es, ante todo, sórdida. La supervivencia diaria debe basarse en sacrificios constantes, entre los que se encuentran mostrar una permanente sonrisa ante el público, aunque luego las estrellas de la función tengan que dormir en un carromato destartalado, del que tira una motocicleta vieja.

Zampanó es un ser primitivo, que cuando se le muere la mujer con la que comparte su vida, no duda en, literalmente, comprar a su hermana para sustituirla. Gelsomina, que vive en la miseria más absoluta, acepta su destino con la esperanza secreta de ser feliz. Pasar de una vida tan vacía como la playa en la que habita a formarse como artista. Para ello debe adaptarse a su nueva existencia junto a un Zampanó que la trata como a un animal de compañía. La mujer no es una persona con sentimientos, sino un objeto más, que sirve para complementar su actuación y para aderezarle las noches con un poco de sexo. Vivir con Zampanó significa que la comida es escasa, el vino abundante y el aprendizaje se realiza a base de palos. Gelsomina asume con naturalidad su papel sumiso, asiste impasible a los episodios derivados del carácter pendenciero de su dueño e incluso tiene que ser testigo de cómo éste se emborracha y se va con una prostituta delante de sus narices, dejándola abandonada en la puerta de una taberna. La única defensa de Gelsomina es el llanto, un llanto más parecido al de una perrita asustada que al de una mujer que quiere expresar su frustración.

En contraste con todo lo anterior, conocerá a otro artista, apodado El Loco, que es la antítesis de Zampanó, un equilibrista alegre y bromista y que no evita la confrontación directa con el bruto, lo que traerá graves consecuencias. A pesar de las oportunidades que tiene de abandonar a Zampanó, Gelsomina desarrolla una especie de dependencia o fidelidad a ese hombre que la maltrata, quizá porque es capaz de ver en él una posibilidad de redención que quizá solo pueda manifestarse en circunstancias dramáticas. Cine neorrealista con un Fellini magistral, en una etapa que para mí es bastante superior al barroquismo exagerado de posteriores filmes. Un retrato preciso de la miseria en la Italia periférica, la de los excluidos que viven en tierra de nadie, adornado por la preciosa banda sonora de Nino Rota, complemento perfecto a la expresividad de Guiuletta Masina.

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