miércoles, 29 de abril de 2020

HUMANO, DEMASIADO HUMANO (1878), DE FRIEDRICH NIETZSCHE. UN LIBRO PARA PENSADORES LIBRES.

Cuando Nietzsche habla de espíritus libres, en primer lugar está hablando de sí mismo, no como de un ser superior, sino como de alguien capaz de establecer su propio pensamiento y propósito de vida. De ello trata fundamentalmente Humano, demasiado humano, un libro que quiere ser ante todo filosófico, es decir, al que no le basta con ofrecer conocimiento, sino que busca profundizar en los conceptos, muy humanos, de arte, vida y acción. El mundo que conocemos, después de todo, no es más que una representación del mismo interpretado por la religión y luego por la ciencia, pero dicha interpretación está continuamente sujeta a cambios con el paso del tiempo a través de nuevos descubrimientos y paradigmas.

Para llegar a este autoconocimiento, es necesario no renunciar a la experiencia, tampoco a las dolorosas. Somos hijos de la evolución, animales que se han racionalizado que a veces tenemos la necesidad de volver a un primitivo estado de naturaleza que no tiene que nada tiene que ver con el descrito ingenuamente por Rousseau. Y la comprensión absoluta de la realidad es una quimera, sobre todo si se pretende hacer exclusivamente a través de erudición y conocimiento, abandonando ese lado salvaje que forma parte ineludible de nuestro ser. Tampoco es deseable la experiencia del otro, porque, para la mayoría, la vida solo puede sentirse como algo valioso a través de las vivencias propias. Salir de nuestra estricta individualidad y penetrar en el sentimiento de otros seres podría tener resultados traumáticos:

"Aquel que pudiera tomar parte en ellos, desesperaría de la vida; si llegase a comprender y a sentir en sí mismo la conciencia total de la humanidad, prorrumpiría en maldiciones contra la existencia, pues la humanidad no tiene en su conjunto ningún fin, y por consiguiente, el hombre, examinando su marcha total, no puede encontrar en ello consuelo ni reposo, sino, por el contrario, desesperación."

De aquí pasamos al concepto cambiante de moral, que un cierto periodo histórico puede fomentar costumbres y actitudes que después serán juzgadas como aberraciones. ¿No estaba obrando según un criterio estrictamente moral el inquisidor que estaba convencido de que su labor era imprescindible para lograr el supremo bien de la salvación de las almas? El inmoral sería aquel que no ha asimilado suficientemente "los motivos intelectuales. superiores y delicados que la civilización nueva del momento ha introducido". La civilización y sus profundos cambios crean normas que solo tendrían sentido si establecemos el libre albedrío como una verdad absoluta. Para Nietzsche, el hombre no es libre, pero sí se cree libre, por lo que la responsabilidad de sus acciones sería muy limitada:

"Nadie es responsable de sus actos, nadie lo es de su ser; juzgar tiene el mismo valor que ser injusto, y esto es verdad aun cuando el individuo se juzga a sí mismo. Esta proposición es tan clara como la luz del sol, y sin embargo, todos los hombres quieren volver a las tinieblas y al error, por miedo a las consecuencias."

La aproximación a la verdadera libertad solo es posible dejando de lado la multitud de ideas mortificantes creadas por la religión o el Estado: ni hay pecados ni hay virtudes en un sentido metafísico o absoluto, puesto que la imperfección humana crea imperfectos conceptos del bien y del mal. El verdadero conocimiento de las cosas es aquel que no está lastrado por conceptos morales. El concepto de virtud no es más que la obediencia interna a una determinada moral. El verdadero espíritu libre es aquel que deja atrás lo que se espera de él respecto a su origen, relaciones, situación o empleo, una decisión extremadamente complicada y que muy pocos se atreven a llevar a cabo. Después de todo, lo que nos suele producir vergüenza no es lo que pensamos, sino lo que los otros nos atribuyan ese pensamiento, el juicio ajeno. La solución que propone el filósofo es reforzar nuestra individualidad frente a la moral establecida, porque así preservamos la esencia de nuestro ser y nuestra verdadera libertad:

"Hacer de uno mismo una persona completa, y en todo lo que se hace proponerse uno mismo su mayor bien, vale mucho más que esas miserables emociones y acciones en provecho de otro. Padecemos todavía de demasiado poco respeto a la personalidad en nosotros; se ha separado muy violentamente nuestro pensamiento de la personalidad, para ofrecerla al Estado, a la ciencia, a aquél que tiene necesidad de ayuda, como si la personalidad fuera un elemento malo que debiera ser sacrificado. También hoy queremos trabajar por nuestros semejantes, pero solamente en la medida en que hallamos en aquel trabajo nuestro mayor provecho, ni más ni menos."

Nietzsche es absolutamente crítico con las religiones establecidas, sobre todo con la cristiana, que actúan como una especie de narcótico lanzado sobre la humanidad para que se sume a una moral absurda y lastrante del verdadero potencial de la misma y de sus miembros individuales. La idea de lo natural se convierte en la idea del pecado y, por consiguiente, la de la necesidad de redención que solo puede lograrse acudiendo la correspondiente Iglesia, que ni siquiera ha sido elegida por el individuo entre todas las existentes, sino que le ha sido impuesta:

"Es una artimaña del cristianismo el enseñar tan altamente la total indignidad, pecabilidad y depreciación del hombre en general, que el desprecio de los contemporáneos no es con ello posible. «Soy indigno y despreciable en todos los grados», se dice el cristiano. Pero aun este sentimiento ha perdido su aguijón más penetrante, porque el cristiano no cree en su demérito habitual: es malo como todos los hombres en general, y descansa en el axioma: Todos somos semejantes."

Pero para que todo esto sea posible, para que el hombre puede pensar por sí mismo y decidir, hace falta tiempo, un lujo que muy pocos pueden permitirse. Lo lógico entonces es acogerse a la moral establecida y rechazar a los divergentes. Dicho pensamiento divergente, según épocas, puede llevar simplemente desde la autoexclusión de muchas actividades de la vida cotidiana a arriesgar la propia vida en épocas oscuras. Esto nos lleva a un razonamiento brillante:

"Es señal de lo que ha bajado el valor de la vida contemplativa, que los sabios luchen hoy con las gentes de acción en una especie de gozo apresurado, al punto de que parecen también ellos apreciar más esta manera de gozar que lo que les conviene. Los sabios tienen vergüenza del otium. Y sin embargo, es cosa noble. Si la ociosidad es el comienzo de todos los vicios, también es la proximidad de las virtudes: el hombre ocioso es siempre mejor que el activo. No creas, señor perezoso, que hablo contigo."

Humano, demasiado humano, es un libro profundo, pero cuya lectura es placentera, ya que el autor intenta condensar muchas de sus ideas en esas píldoras filosóficas llamadas aforismos, de las cuales Nietzsche fue un verdadero maestro. También es cierto que mejor no nombrar demasiado las dedicadas al género femenino, pues sería difícil hallar pensamientos más políticamente incorrectos que los del pensador alemán al respecto, aunque es posible que cambiara de idea si pudiera valorar lo que ha conseguido la igualdad de géneros patrocinada por las democracias durante el siglo XX. Me quedo con esta flecha contra los idealistas ciegos, muy necesaria en estos tiempos de partidismos extremos:

"Todos los idealistas se imaginan que las causas a que ellos sirven son mejores por esencia que todas las demás causas del mundo, y no quieren creer que su causa necesita del mismo estiércol pestilente que todas las demás empresas humanas."

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