El antequerano Antonio Báez trabaja como profesor de latín y griego en un instituto de Málaga. Quizá sea su especial vínculo con el pensamiento heleno el que ha desarrollado su desmedida curiosidad ante los aspectos más ínfimos y personales aspectos de la vida humana. Porque Griego para perros es un conjunto de relatos - algunos tan cortos como para poder ser calificados como microrrelatos - que producen la extraña sensación de poder ver lo cotidiano con unos ojos totalmente distintos, transmitidos por unos instantes del escritor al lector. Y esto desemboca casi irremediablemente en una cierta adicción por explorar "todos esos mundos secretos y sórdidos que son contiguos a las rutinas familiares". Báez tiene la facultad de transformar la existencia cotidiana en la que nos sumergimos todos los días, apenas sin darnos cuenta, cuando nos levantamos de la cama, en algo sumamente inquietante. Quizá lo más aproximado a una declaración de intenciones del escritor se encuentre en este párrafo del relato titulado Literatura:
"Pensé que más allá de su mucho o poco talento un escritor es un ser pintoresco, casi estorbadizo. Saqué de la biblioteca pública Missing de Alberto Fuguet, donde dice, en la primera hoja: "Un escritor puede ser raro, puede vivir en su cabeza, no tiene que - no debe - vivir igual que los demás". A veces uno comienza a escribir una historia e igualmente sigue uno leyendo cosas, porque uno, si cree en algo es en la contaminación. Y es como cuando caes, te fracturas una pierna, te la escayolan y sales a la calle y no dejas de ver escayolados en todas partes. Del mismo modo en lo que escribes, en lo que lees, hasta en lo que sueñas empiezas a encontrar señales, marcas coincidentes que le dan al mundo una orientación, un atisbo de orden. No es por otro motivo sino por ese por lo que sigues adelante. A la espera de las serpientes que tienen que venir del mar."
Porque si existe algún punto en común que vertebre una buena parte de estos relatos es su vertiente autobiográfica, respecto a la que el lector no conoce donde empieza lo imaginario y termina lo real. Y aquí no tengo más remedio que utilizar de nuevo la palabra sórdido para calificar una experiencia vital en la que el realismo sucio puede convertirse en sexo sucio o la sucia vida de una vagubunda que, sin embargo, resulta fascinante por cuanto vive una existencia de plena libertad. La pérdida de un dedo en una noche de juerga juvenil - una ofrenda permanente a lo absurdo -, los paseos sin rumbo que desembocan en un quebranto del sentido de la orientación espacial y temporal, el placer de compartir un cigarrillo con un desconocido conversando sobre temas banales: la inquietud y la incongruencia existencial . Me gusta mucho el relato Modelo, que bien podría haberse titulado Continuidad de los parkings, una visión de la posibilidad de una biografía subterránea, sin arraigo, que es la que desearía el protagonista, para poder observar a los seres humanos como lo haría un desapasionado científico que estudiara una variedad de plantas.
Les dejo aquí esta pequeña joya, para que puedan juzgar lo que pueden encontrar si se acercan a los relatos de Báez, Ludopatía, donde se recrea con suma sencillez la historia de una obsesión:
"La mujer inmadura cogió la última moneda y no sopesó la diferencia entre perderlo todo (aquella era su última moneda) y ganar. Había llegado hasta allí para pulirse una herencia. Finalmente tuvo lo que ella llamaba un presentimiento. Metió la moneda en la ranura y le dio un trago a su cubata. Detrás de su última moneda, debajo de ella, o en su canto, podían estar grabados muchos rostros mudos. La máquina hizo su trabajo de soniquetes y luces y cuando se detuvo la mujer ya no le prestaba atención. Supo de repente que el premio sería un castigo que la iba a encadenar a aquel lugar. Sintió una sed inconsolable. Apuró el cubata, recogió las monedas en un cubo y se acercó a la barra a pedir una nueva consumición."
Si quieren conocer mejor a este autor, pueden acercarse a su blog:
http://cuentosdebarro.blogspot.com.es/
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