domingo, 18 de mayo de 2014

LOS HOMBRES DEL TRIÁNGULO ROSA (1973), DE HEINZ HEGER. SI ESTO ES UN ARIO.

A raíz de la preparación de las jornadas contra la homofobia, he leído este libro que trata de una historia oculta para el gran público, dentro del holocausto nazi: el infierno que tuvieron que padecer miles de homosexuales a los que se condenaba en base al Código Penal que estaba vigente en Alemania desde ante de que llegara Hitler al poder. Daba lo mismo que el condenado fuera un ario puro: su condición sexual le dejaba automáticamente fuera de la sociedad alemana y dejaba de ser ciudadano para pasar a convertirse en una especie de engendro al que no había ni siquiera posibilidad de reeducar: la escoria del campo, motivo de burla y maltrato incluso de sus compañeros de cautiverio. Si en el libro de Primo Levi, el título jugaba con la exclusión de los judíos de la comunidad humana por parte de los nazis, en éste la exclusión se da de la comunidad de los hombres superiores arios. Aquí el artículo:



Hay mucha gente que no lo sabe, pero los campos de concentración y exterminio nazis no solo albergaron a judíos, prisioneros políticos o soldados soviéticos. También contaban con abundante población gitana de testigos de Jehová y de homosexuales, que eran considerados la más baja escala social dentro del campo. No importa que el prisionero fuera ciudadano alemán de pura raza aria. Si había sido sorprendido o había sido denunciado por actos considerados de “lujuria contra natura”, perdía de inmediato sus derechos civiles y era enviado a un campo de prisioneros del que tendría pocas posibilidades de volver. Lo más sorprendente es que los nazis no necesitaron modificar el Código Penal alemán para aplicar castigos a la homosexualidad, puesto que se trataba de una conducta que ya se encontraba tipificada desde mucho antes de su llegada al poder. 

La historia del protagonista de este libro es muy triste. Contactó con Heinz Heger  (seudónimo del escritor austriaco Hans Neumann) en los años sesenta y le transcribió su historia. Hasta entonces las víctimas homosexuales del régimen nazi no habían obtenido ningún reconocimiento y siguieron sin tenerlo durante algunas décadas. El libro no interesó demasiado a las editoriales y tardó varios años en ser publicado. Tampoco gozó de demasiado éxito hasta fechas recientes, cuando se ha convertido en un auténtico clásico, un testimonio valiente de alguien que sufrió una doble discriminación: la de su condición sexual y la de no ser reconocido como víctima. Si el protagonista rehusó a dar su auténtico nombre fue para no implicar a su familia en su historia en un momento en el que la homosexualidad todavía estaba mal vista en la moderna Austria.

El relato que cuenta Los hombres del triángulo rosa, es estremecedor. Los homosexuales que recalaban en un campo de concentración eran considerados hombres degenerados no solo por los miembros de las SS, sino también por sus propios compañeros de cautiverio. Lo que cuenta de su llegada al campo es inolvidable:

 “En cuanto nos descargaron en la amplia explanada donde formaban los prisioneros, varios suboficiales de las SS se acercaron y nos golpearon con palos. Debíamos formar en filas de cinco, algo que, entre muchos golpes e insultos, llevó su tiempo a los atemorizados componentes de mi grupo. Luego nos llamaron uno por uno: teníamos que dar un paso al frente y decir nuestro nombre y el delito que habíamos cometido, después de lo cual se nos entregaba inmediatamente al jefe de bloque asignado.

Cuando gritaron mi nombre di un paso al frente, repetí mi nombre y mencioné el artículo 175. Escuché que desde atrás me gritaban “¡maricón de mierda, vete para allá follaculos!”, y a patadas que me acertaron en la espalda y en el trasero me entregaron a un sargento de las SS que estaba a cargo de mi bloque.

Su recibimiento consistió en propinarme dos bofetones que me lanzaron al suelo. Me incorporé a duras penas y me quedé de pie ante él en posición de firme, momento en el que el sargento me dio un furioso rodillazo en los testículos que hizo que nuevamente me retorciera de dolor en el suelo. Unos prisioneros que servían de ayudantes se apresuraron a gritarme:

-Ponte de pie, rápido, o te reventará a patadas.

Con el rostro aún desencajado de dolor volví a ponerme de pie delante de mi jefe de bloque, y este sonrió burlonamente, diciendo:

-Esto ha sido tu billete de entrada, cerdo vienés, mariconazo, para que te enteres de quién es tu jefe de bloque.”

El protagonista hubo de pasar toda la guerra como prisionero. La única manera de sobrevivir era buscar los favores de alguno de los capos, que a cambio de relaciones íntimas, protegían a su amante y le proporcionaban un trabajo cómodo dentro del campo y algo más de comida. Un comercio carnal muy sórdido, pero que estaba a la orden del día en aquel orden social penitenciario. Pero antes de eso fue testigo y sufrió en sus carnes aberrantes episodios de muerte y tortura que pusieron su vida en peligro en más de una ocasión. Muchos de los prisioneros homosexuales eran víctimas en los experimentos médicos nazis. Otros morían por las palizas de sus guardianes o sus compañeros. Quien no se las arreglaba para buscar algún privilegio, aun a costa de su dignidad, tenía muy pocas posibilidades de sobrevivir.

En los últimos meses del conflicto los guardianes de las SS comenzaron a ofrecer nuevas oportunidades a sus prisioneros homosexuales. Primero instalaron un burdel y los obligaron a acostarse con las prostitutas, con el fin de curar su mal. Luego ofrecieron rehabilitar a estos presos, ingresando como soldados en un batallón de castigo destinado al frente del este para que pudieran morir con honor en defensa de la nación alemana. Claro que, para conseguir dicho privilegio, debían aceptar previamente ser sometidos a castración.

Cuando al fin llegó la liberación, el protagonista intentó ingenuamente obtener alguna compensación del Estado austriaco. Le contestaron negativamente: él había sido condenado legalmente por un delito tipificado en el código penal. No cabía indemnización alguna. Hasta 1992 no consiguió que se le computara en tiempo pasado en el campo de concentración para el pago de la pensión, pero como murió en 1994, no llegó a ver como en 2002, sesenta años después de la guerra, Alemania pedía disculpas a la comunidad gay por los crímenes cometidos contra ellos y procedió a anular oficialmente las sentencias condenatorias. Todavía en nuestros días, la triste historia de estos hombres es poco conocida para la mayoría de la gente.


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