miércoles, 7 de noviembre de 2012
EL JUSTICIERO (1947), DE ELIA KAZAN. JUICIOS PARALELOS.
Aunque es una obra menor dentro de la filmografía de Elia Kazan, El justiciero es una de esas películas que siempre están de plena actualidad, ya que la situación que presenta se repite periódicamente en muchos lugares y, por desgracia, se seguirá repitiendo.
Aquí en España estamos acostumbrados a que se legisle a golpe de actualidad. Cuando un padre mata a sus hijos, los políticos prometen endurecer el Código Penal, cuando hay cuatro jóvenes muertas en un evento nocturno organizado por un ayuntamiento, el ayuntamiento promete no organizar más eventos similares, si los políticos son cada vez más impopulares, se promete una ley de transparencia (cuyo contenido es lo menos transparente del mundo, pero esa es otra historia). Lo mismo sucede cuando hay un caso que por cualquier motivo (normalmente lo morboso de los hechos, cuando hay implicados menores) se convierte en tema prioritario de telediarios y tertulias, el Estado emplea todos los medios de que dispone, sin reparar en gastos, en su investigación, algo que no sucede en casos menos mediáticos, pero cuyos sumarios no están tan expuestos a la luz pública.
Esto es lo que sucede en la pequeña ciudad donde transcurre El justiciero. Uno de sus ciudadanos más queridos, un sacerdote, es asesinado en plena vía pública, a la vista de numerosos testigos, que ven a un hombre con gabardina y sombrero salir corriendo del lugar del crimen. Con estos antecedentes, la resolución del caso no se presenta muy prometedora, pero la presión popular y los intereses políticos fuerzan a la policía a encontrar al asesino como sea. Y de esta manera, con la necesidad de buscar un culpable para calmar las ansias de venganza del pueblo, detienen a un sospechoso (después de investigar a decenas de personas) cuya presunta culpabilidad se sostiene sobre unos indicios muy débiles, pero cuyo sacrificio como chivo expiatorio parece inevitable en esa tesitura...
En mi primer año de carrera, en la farragosa asignatura de derecho natural me explicaban que la ley, al ser una creación de los hombres, es necesariamente imperfecta, por lo que existía una justicia perfecta que trascendía el pensamiento humano y a la que el Estado debía tender. En demasiadas ocasiones creemos poder acogernos a este engañoso concepto de derecho natural para justificar ciertas acciones inadmisibles, sobre todo esos juicios paralelos que se montan, en los que todos creen tener derecho a opinar, aunque sus conocimientos de derecho sean nulos: el sentido de la justicia (que muchas veces se confunde por un primario deseo de venganza) está por encima de la ley escrita para muchos. En esta película el pueblo está a punto de linchar a un acusado que, a la postre, será declarado inocente, porque, una vez calmados los ánimos e investigados los hechos en un proceso con garantías, se prueba que su detención fue precipitada, motivada por una presión insoportable, que necesitaba poner un rostro al asesino. Que reflexionen aquellos admiradores de los métodos bárbaros, de la tortura y de las intuiciones geniales: el derecho, por suerte, es algo distinto, un instrumento que debe tender siempre a juzgar a las personas con las máximas garantías y total independencia.
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