martes, 20 de septiembre de 2011

COWBOY DE MEDIANOCHE (1969), DE JOHN SCHLESINGER. LA OTRA CARA DEL SUEÑO AMERICANO.


Si alguna vez existió algo parecido al concepto de "sueño americano" existió en los años sesenta y en la clase social que retrata tan magistralmente la serie "Mad Men". Existían miedos, claro. Podía producirse una guerra nuclear, por ejemplo, pero esto era algo tan incontrolable por parte del ciudadano medio que valía más la pena no pensar demasiado en ello. Los felices sesenta comenzaron a ser pesadillescos cuando Estados Unidos se implicó a fondo en la Guerra de Vietnam, algo que también se refleja en el cine.

Una de las fascinaciones más recurrentes que me produce la ciudad de Nueva York, al menos la visión que tengo de ella a través del cine, es que se trata de una urbe tan inmensa y en la que conviven tantos tipos de personas que podemos encontrar una Nueva York distinta a cada paso (por no decir en cada época). El periodo que refleja el film era decadente, cuando comenzaba a tener fama de ciudad insegura y tenebrosa. "Cowboy de medianoche" refleja esa cara poco complaciente ofreciendo el magistral retrato de dos perdedores con los que la urbe es implacable. Jon Voight interpreta a Joe Buck, un joven inmaduro que cree que con su atractiva presencia va a seducir a mujeres maduras bien situadas en Nueva York. Su sueño es ejercer la prostitución de lujo y darse a la gran vida a costa de las mujeres. Pronto va a comprender que la gran ciudad solo habla un lenguaje: el del dinero y este no se consigue solo con buenas intenciones. Por otra parte Rizzo (Dustin Hoffman) es un timador de muy poca monta que enseña a Joe a malvivir el sueño americano.

En realidad estos dos personajes se tienen casi exclusivamente el uno a otro mientras soportan el severo invierno neoyorkino en un edificio casi en ruinas, sobreviviendo a base de sueños. Destaca aquí el retrato realista de lo que es vivir instalado en la sordidez, lo cual no impide que los dos personajes vivan en perfecta comunidad solidaria. Quizá su tierra prometida esté en Florida, aunque sea por el buen tiempo. Nos encontramos ante una película importante, no solo por su calidad intrínseca, sino porque adelanta algunas de las constantes experimentales (y feistas) del cine de los setenta.

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