sábado, 7 de mayo de 2011

EL SUEÑO DEL CELTA (2010), DE MARIO VARGAS LLOSA. EL FANTASMA DE ROGER CASEMENT.


Aunque la última novela de Vargas Llosa baja levemente su calidad literaria respecto a obras esplendorosas como "La fiesta del Chivo", la temática escogida por el escritor peruano es tan apasionante que el lector es absorbido desde el principio por la vida contradictoria de Roger Casement, ese irlandés tan excepcional y tan humano que no vivió una sola vida, sino varias. Aquí el artículo:
 

La concesión del Premio Nobel de literatura a Mario Vargas Llosa coincidió con la aparición de su última novela hasta la fecha, "El sueño del celta", que se ocupa de un tema por el que el escritor peruano ya había manifestado anteriormente mucho interés. Lo demostró hace diez años prologando el magnífico estudio de Adam Hochschild titulado "El fantasma del rey Leopoldo", donde ya advertía de la importancia de la figura de Roger Casement y aseguraba que era un personaje que merecía una novela para él solo.

Leopoldo II de Bélgica fue un monarca que debería estar en el cuadro de honor de la historia universal de la infamia. Pocos hombres puede exhibir una doblez moral semejante a la del monarca belga. Leopoldo creó la Asociación Internacional Africana con la presunta intención de favorecer el progreso y la civilización en aquel continente, logrando con ello que en la Conferencia de Berlín de 1885 se le cediera el territorio del Congo como posesión personal. Pero en realidad el único interés del monarca era su enriquecimiento a través de la explotación despiadada de unas tierras consideradas como una finca particular, donde la única ley imperante era la que imponían las Compañías autorizadas para recolectar caucho.

Roger Casement nació en Irlanda a mediados del siglo XIX y fue educado como protestante, por influencia de su padre. No obstante, su madre, ferviente católica, hizo que lo bautizaran en secreto, hecho que posteriormente tendría gran influencia en el pensamiento de Casement. El irlandés fue uno de esos personajes capaces de dividir su existencia en varias vidas diferentes y contradictorias.

La carrera de Casement comenzó en El Congo. Ferviente creyente en las bondades del colonialismo (resumidas en las tres C: cristianismo, civilización y comercio), trabajó primero para la Asociación Internacional Africana del rey Leopoldo, conociendo en estas primeras experiencias a personajes tan relevantes como el explorador Stanley, que había sido contratado por el monarca belga en una hábil maniobra publicitaria con la que pretendía hacer ver sus intenciones civilizadoras y al escritor Joseph Conrad, que años después plasmaría todo el horror del que fue testigo en la famosa novela "El corazón de las tinieblas".

Casement realizó su segundo viaje al Congo ya como diplomático de la corona británica. Habiendo observado de primera mano el trato inhumano al que eran sometidos los nativos (los látigos de piel de hipopótamo, llamados chicotes, se hicieron tristemente famosos) y la rapacidad de los europeos a la hora de esquilmar los recursos de aquellas tierras, se propuso denunciar el sistema de explotación patrocinado por el rey Leopoldo. Fruto de sus trabajos fue el primer informe, publicado en 1904, que denunciaba la situación de esclavitud en la que vivían las tribus congoleñas.

Un año después, el viajero irlandés pudo observar de primera mano como la situación de África se repetía e incluso era superior en horror en el Amazonas. Enviado por el gobierno británico para controlar la actuación de la Peruvian Amazon Company, su nuevo informe conseguido poniendo en juego su propia vida en múltiples ocasiones, fue implacable en su denuncia de estas atrocidades y le convirtió en un mito para las organizaciones filantrópicas de una época donde ya se empezaba a soñar con la universalización de los derechos humanos.

Pero el verdadero Roger Casement distaba de considerarse a sí mismo un héroe. Era un ser solitario, avergonzado de sus impulsos sexuales, que emprendía sus aventuras sin atender a los padecimientos continuos que sufría en su propio cuerpo, pues fue un hombre asediado continuamente por la enfermedad y la fatiga, tanto física como espiritual. En una carta dirigida a su prima Gertrude, escrita durante su misión en el Congo, sus palabras podrían haber sido firmadas por el Marlow conradiano:

"Estoy en las orillas de la locura. Un ser humano normal no puede sumergirse por tantos años en este infierno sin perder la sanidad, sin sucumbir a algún trastorno mental. Algunas noches, en mi desvelo, siento que me está ocurriendo. Algo se está desintegrando en mi mente. Vivo con una angustia constante. Si sigo codeándome con lo que ocurre aquí terminaré yo también impartiendo chicotazos, cortando manos y asesinando congolenses entre el almuerzo y la cena sin que ello me produzca el menor malestar de conciencia ni me quite el apetito. Porque eso es lo que les ocurre a los europeos en este condenado país."

Una vez de vuelta a la civilización, prestigiado por sus valientes informes escritos desde dos de las zonas más terribles del planeta, Casement bien podría haberse dedicado a descansar, a llevar una vida cómoda impartiendo conferencias. Pero no fue así, porque desde entonces sus esfuerzos se vieron encaminados al sueño de conseguir una Irlanda independiente. Desde joven Casement se había interesado por los mitos y la historia de su país, pero nunca había gozado del tiempo necesario para entregarse plenamente a esa causa. Estimó que lo que los ingleses llevaban a cabo en su país podía ser definido también como colonización. Y eso supuso su ruina.

Los británicos, que habían distinguido a Roger Casement con el título de caballero, podían pasar por alto sus veleidades nacionalistas, pero no toleraron lo que consideraron una traición en toda regla cuando viajó a Alemania en plena Primera Guerra Mundial para intentar coordinar una operación de apoyo del ejército alemán a la insurrección irlandesa, aprovechando la tesitura de la guerra.

Para los británicos este intento constituyó una vil puñalada por la espalda. Al ser enjuiciado Casement perdió casi todas sus amistades, incluida la de Joseph Conrad. Su condena a muerte fue aún más ignominiosa al salir a la luz, mientras esperaba subir al patíbulo, los diarios secretos del irlandés, llenos de explícitas y obscenas referencias a sus experiencias homosexuales, que el propio Vargas Llosa estima en buena parte imaginadas.

El mismo Vargas Llosa, en una entrevista publicada por El Cultural del diario El Mundo en septiembre de 2010 habla de Casement como de un héroe absolutamente realista:

"...para desmitificar a los héroes y describirlos en su dimensión real. Seres en los que encontramos actos heroícos y miserias propias de un hombre que vive en una permanente contradicción personal: diplomático británico trabajando para los nacionalistas radicales irlandeses y manteniendo una doble vida también en lo personal. Un hombre tremendamente generoso y, al mismo tiempo, supongo, profundamente desgraciado, porque en el mundo puritano británico de entonces ser homosexual era un riesgo muy grande, era vivir al borde de la condena criminal."

La novela de Vargas Llosa no emite juicios morales, ni es posible emitirlos acerca de un personaje tan polémico y contradictorio, aunque seguramente la valoración global debe ser positiva, pues se trató de un hombre desprendido de sí mismo, que se arriesgó siempre en favor de lo que consideraba causas nobles, aunque andara errado a la hora de intentar resolver el conflicto irlandés echando mano de las tropas del Kaiser. Casement fue uno de esos hombres engullidos por la historia, definida magistralmente por el escritor peruano en uno de los pasajes de la novela:

"Una fabricación más o menos idílica, racional y coherente de lo que en la realidad cruda y dura había sido una caótica y arbitraria mezcla de planes, azares, intrigas, hechos fortuitos, coincidencias, intereses múltiples, que habían ido provocando cambios, trastornos, avances y retrocesos, siempre inesperados y sorprendentes respecto a la que fue anticipado o vivido por sus protagonistas."

Y la historia es caprichosa. Y puede ensañarse con determinados personajes o territorios, como ha podido comprobar recientemente Vargas Llosa en su viaje al Congo cuando constantó que el país sigue asediado por enfermedades, guerras, pobreza y continuas violaciones de los derechos humanos. La labor realizada por Casement sigue hoy, tristemente, de plena actualidad.

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