Es uno de los libros que más ganas tenía de leer, me lo habían recomendado varios amigos. A veces es fácil cumplir los deseos, cuando estos son sencillos. Se trata de la narración de un hombre que se sincera con el lector de forma cautivadora y le cuenta los principales episodios de su vida, obviando las intimidades familiares, ya que Zweig proviene de una época en la que la palabra "decoro" quería decir algo. La existencia del escritor vienés estuvo marcada por las dos guerras mundiales, episodios dolorosos cuyas consecuencias supo prever sin ser escuchado. Un gran escritor y un gran hombre:
Es el 22 de febrero de 1942. Son malos días para la libertad en el mundo. Aunque temporalmente detenidos a las puertas de Moscú, los ejércitos nazis preparan nuevas ofensivas para la primavera destinadas a aniquilar definitivamente la Unión Soviética. Mientras tanto, en Oriente, el ejército japonés acaba de conquistar Singapur y parece extenderse sin oposición por todo el Pacífico. En una habitación de hotel de la ciudad de Petrópolis (Brasil) el célebre escritor Stefan Zweig, que lleva meses huyendo de la barbarie de país en país, desesperado ante lo que intuye será la caída definitiva de la civilización que ha conocido, se suicida junto a su esposa.
Poco antes, ha dejado un manuscrito, un libro muy diferente a las excelsas narraciones y biografías a las que tiene acostumbrados a sus lectores. Se trata del relato de su propia vida, una evocación de un mundo y una forma de vivir que, estima, se ha perdido para siempre, hundida entre dos guerras mundiales devastadoras, especialmente esta última, que ha asesinado o lanzado al exilio a millones de seres anónimos, almas desesperadas y errantes de país en país, tratando de hallar un sustituto del hogar perdido.
Si observamos el mundo en que nació Stefan Zweig y lo comparamos con el que estaba padeciendo en el momento de su muerte, parece como si malignas fuerzas de la oscuridad se hubieran apoderado de la realidad como si de una fatalidad inevitable se tratara. Su libro es una especie de homenaje a las personas inocentes que, como él, padecieron estas circunstancias:
"(...) toda una generación, la nuestra, la única que ha cargado con el peso del destino, como, seguramente, ninguna otra en la historia. Cada uno de nosotros, hasta el más pequeño e insignificante, ha visto su más íntima existencia sacudida por unas convulsiones volcánicas casi ininterrumpidas que han hecho temblar nuestra tierra europea; y en medio de esa multitud infinita, no puedo atribuirme más protagonismo que el de haberme encontrado como austriaco, judío, escritor, humanista y pacifista, precisamente allí donde los seísmos han causado daños más devastadores."
La Viena de finales del siglo XIX, la de la juventud de Zweig, era la capital de un imperio. Sus habitantes apenas habían conocido los horrores de la guerra y vivían en la seguridad de que los fundamentos de su existencia eran inamovibles. La paz conllevaba pujanza económica y un continuo progreso técnico que repercutía directamente en el bienestar de los ciudadanos, en una espiral de progreso que parecía no tener fin.
Claro está que la Viena de final de siglo no era la sociedad perfecta. Existían enormes desigualdades entre clases sociales y, sobre todo, una gran hipocresía en las costumbres. A las mujeres jóvenes no se les hablaba jamás de sexualidad y llegaban al matrimonio vírgenes en cuerpo y espíritu. Los muchachos tenían que conformarse mientras tanto haciendo uso de la próspera industria de la prostitución, o de las muchachas fáciles de las clases más bajas, lo cual solía traer problemas en relación a hijos no deseados o a todo tipo de enfermedades venéreas.
Zweig tuvo la típica educación de la escuela austriaca de la época: rígida, monótona y agotadora. La curiosidad intelectual del futuro escritor se rebeló contra este conservadurismo educativo y, junto a muchos de sus compañeros, se lanzó al descubrimiento de la verdadera cultura, la cultura alternativa de los escritores o artistas de vanguardia que no se enseñaba en las escuelas, sino en los cafés vieneses. Estos años están marcados por una auténtica fiebre de conocimientos que sentaría las bases de la curiosidad intelectual que marcó el resto de su existencia.
Los años anteriores a la Primera Guerra Mundial están marcados por sus viajes al extranjero y por sus primeros éxitos literarios, en una carrera que avanzaba despacio pero con firmeza y seguridad. En esa época comenzó a tratar con escritores famosos como Rilke o Romain Rolland, amistades que le durarían toda la vida. Fueron años placenteros, de constante aprendizaje, en los que todavía no podía sospechar el desmoronamiento que vendría después.
La Primera Guerra Mundial supuso un gran quebranto en su existencia. Se trató de un conflicto, como él mismo afirma, inútil y sin sentido:
"Si hoy, reflexionando con calma nos preguntamos por qué Europa fue a la guerra en 1914, no hallaremos ni un solo fundamento razonable, ni un solo motivo. No era una cuestión de ideas, y menos aún se trataba de los pequeños distritos fronterizos; no sabría explicarlo de otro modo sino por el exceso de fuerza, por las trágicas consecuencias de ese dinamismo interior que durante cuarenta años había ido acumulando la paz y quería descargarla violentamente."
Lo que más le dolió a Zweig fue la fiebre patriótica que embargó a los ciudadanos ante el anuncio del conflicto, incluidos algunos amigos del escritor que hasta ese momento habían sido fervientes partidarios de la paz. El escritor vienés se encontró en ese momento solo, pues nadie quería escuchar en aquellos días sus negros vaticinios acerca de lo que estaba por venir al haberse desencadenado esa locura. De esta desesperación nació su obra teatral "Jeremías", dedicada al profeta bíblico que advirtió a su pueblo, sin éxito, de las desgracias que estaban por llegar.
Aún así, el autor de "Carta de una desconocida" se reunió en la neutral Suiza, con un reducido grupo de escritores para efectuar un llamamiento en favor de la paz y la cordura entre las naciones beligerantes. El vienés estaba plenamente convencido de que el camino de Europa debía ser la unión de sus pueblos en una comunidad basada en la libertad y el respeto mutuo. Sus palabras fueron ignoradas y la lucha continuó hasta la derrota de Alemania y Austria.
Los siguientes años fueron terribles para los vencidos, pues tuvieron que soportar las gravosas condiciones económicas impuestas por el Tratado de Versalles, lo cual derivó en una terrible inflación y en un descontento general que avivó la llama de los radicalismos y abrió la puerta a la expansión de las ideas nacionalsocialistas. La llegada de Hitler al poder fue uno de los acontecimientos más infaustos para Europa. Irónicamente, Zweig, que desde ese momento tomó conciencia de su condición de judío, podía observar desde su casa en una colina de Salzburgo la residencia de Hitler en Berchtesgaden.
Mientras la nueva tormenta, infinitamente más terrible que la anterior, se iba formando, El autor de "La impaciencia del corazón" se consolidaba como uno de los escritores más populares de su tiempo. Su obra era traducida a muchos idiomas y él viajaba constantemente para visitar a sus amigos escritores o por compromisos profesionales. Su éxito en Alemania se vio repentinamente oscurecido cuando los nazis prohibieron su obra y quemaron públicamente sus libros:
"De todos los miles e incluso millones de libros míos que ocupaban un lugar seguro en las librerías y en numerosos hogares, hoy, en Alemania, no es posible encontrar ni uno solo.; quien conserva todavía alguno, lo guarda celosamente escondido y en las bibliotecas públicas los tienen encerrados en el llamado "armario de los venenos", sólo a disposición de los pocos que, con un permiso especial de las autoridades, los quieren utilizar "científicamente" (en la mayoría de los casos para insultar a los autores)".
A partir de aquí, la lucidez del escritor se impone y advierte que la barbarie que se está sembrando en Alemania pronto se expandirá por el resto de Europa en una guerra de proporciones apocalípticas y que Austria será de las primeras en caer. En consecuencia, paulatinamente va pasando más periodos en el extranjero hasta abandonar definitivamente su hogar poco antes de la anexión de Austria por Alemania. Lo más doloroso de todo será no poder asistir al fallecimiento y funeral de su propia madre.
Desde entonces Zweig, el exitoso escritor que gozaba de fama y una vida acomodada en Austria se convierte en un proscrito, en una pequeña gota en la ola de refugiados que inunda el mundo desde ese momento, en una huida de país en país donde unos papeles firmados por un consulado son más importantes que el procurarse comida diariamente:
"Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba adonde quería y permanecía allí el tiempo que quería. No existían permisos ni autorizaciones; me divierte la sorpresa de los jóvenes cada vez que les cuento que en 1914 viajé a la India y América sin pasaporte y que en realidad jamás en mi vida había visto uno. (...) No existían salvoconductos ni visados ni ninguno de estos fastidios; las mismas fronteras que hoy aduaneros, policías y gendarmes han convertido en una alambrada, a causa de la desconfianza patológica de todos hacia todos, no representaban más que líneas simbólicas que se cruzaban con la misma despreocupación que el meridiano de Greenwich."
Magnífico artículo, enhorabuena. Otro libro pendiente de lectura. Gracias por toda la información que nos ofreces.
ResponderEliminarMuchas gracias a tí, Mariola, me alegro de que te haya gustado.
ResponderEliminarBesos.