martes, 28 de septiembre de 2010
LA HUELGA.
He visto pocas huelgas tan desconcertantes como ésta. Los motivos sobran, eso es indudable pero ¿se ha escogido el mejor momento para convocarla? Leyendo los periódicos de hoy, varios analistas coinciden en señalar que ni a los sindicatos les interesa que la huelga tenga un éxito arrollador (que no lo va a tener), para no debilitar en exceso al gobierno y así darle alas al Partido Popular, ni al gobierno le interesa que la que sea un fracaso absoluto, debilitando a los sindicatos, sus tradicionales aliados.
Lo cierto es que el gobierno perdió el norte hace mucho tiempo. Recuerdo que hace algo más de dos años, un sonriente Zapatero nos anunciaba que había que hacer algo con el superhábit del Estado. No se le ocurrió mejor manera de repartir el dinero presuntamente sobrante que creando el cheque-bebé, que podían cobrar todos los padres, independientemente de su situación económica, y regalando cuatrocientos euros a todos los contribuyentes. Todas medidas muy progresistas y muy acertadas de cara al futuro. A nadie en el gobierno se le ocurrió invertir esos fondos en Investigación y Desarrollo o en políticas culturales que crearan empleo antes de que llegara el ladrillazo. A partir de entonces, pocas veces se ha visto un deterioro económico tan rápido y desconcertante y a un gobierno tan exhausto, cabalgando como puede por detrás de los acontecimientos.
Desde mi punto de vista, la gran oportunidad para los Estados se perdió con la quiebra de Lehman Brothers. Algunos de los grandes empresarios capitalistas hablaban de la absoluta necesidad de ser rescatados por los Estados, de suspender el sistema durante algún tiempo... Los gobiernos podrían haber ayudado a los grandes bancos y empresas, tal y como lo hicieron, sí, pero poniendo condiciones, estableciendo nuevas normas de regulación de los mercados, mecanismos de control, estableciendo la tasa Tobin... volviendo a ser el ente controlador de los desequilibrios del mercado, volviendo a su papel de redistribuidor de las riquezas que nunca debió abandonar. En lugar de eso dio a los bancos todo el crédito que pedían y estos bancos, una vez recuperados, se dedicaron a desacreditar a los Estados por haberse endeudado para ayudarles.
España es un caso especial. Ya en la época de presunta bonanza, nuestro nivel de paro era similar al de Alemania en horas bajas. La economía funcionaba a base de ganancias rápidas y nada productivas para el futuro, nuestra riqueza se fundamentaba en el crédito ilimitado que iba creando poco a poco una gran masa de deuda a la que algún día habría que hacer frente. Los ayuntamientos se endeudaban con alegría. Los gestores responsables de esta situación siguen ahí, quejándose y reclamando más nivel de endeudamiento para las entidades locales. La irresponsabilidad de los gobernantes jamás se ha exigido en este país. Nadie parece entender que gastar más de lo que se ingresa acaba provocando la quiebra. Uno de los pocos ejemplos de buena gestión ha sido el ayuntamiento de Bilbao, que apenas debe tres millones de euros. Su alcalde fue prudente y no se dejó llevar por la alegría general de gasto. Y no creo que a los bilbaínos les haya faltado de nada. Si acaso, sus fiestas habrán tenido menos fuegos artificiales que las de otros ayuntamientos, pero sus ciudadanos tienen garantizados los servicios más básicos, algo de lo que empieza a dudarse cuando miramos a ayuntamientos que se acercan a la quiebra técnica, como el de Madrid.
Ante todos los problemas de nuestro país, los sindicatos solo han parecido despertar cuando se han tocado los sueldos de los funcionarios y se han congelado las pensiones. Desde mi punto de vista, existen dos tipos de trabajadores en este país: los que pueden permitirse el lujo de protestar y los que no. Los primeros son los funcionarios y los empleados con contrato fijo. Los segundos son los afectados por la temporalidad, por contratos basura, los que viven constamente al filo del abismo, sometidos por el miedo al despido. Dejo aparte a los parados, que ni siquiera pueden optar por la huelga ni se sienten representados por sindicato alguno. El parado observa con envidia a los trabajadores que todavía gozan de derechos que defender. El empresario aprovecha la coyuntura para exigir la debilitación de estos derechos en nombre de la creación de empleo.
En lo que nadie parece reparar en esta lucha es que los únicos trabajadores que realizan eficazmente su trabajo son los que se sienten felices y realizados en su labor diaria, los que se sienten útiles. En la actualidad hay demasiadas personas que se sienten elementos sobrantes, a las que invade la desesperanza. Estoy de acuerdo en luchar contra el deterioro de los derechos de quienes todavía gozan de ellos. Pero echemos también una mirada a los hombres y mujeres a los que el sistema ha dado una patada. Busquen soluciones para ellos entre todos. Nada es más triste que sentirse prescindible y no tener el más mínimo poder de protesta. Es curioso, pero en nuestra Constitución el derecho a la huelga se encuentra mucho más protegido que el de trabajar.
Por cierto ¿qué repercusión mediática lograría una huelga de agentes comerciales?
Aquí dejo un artículo de Juan Torres, que fue mi profesor de economía en la Universidad. Lo explica todo mucho mejor que yo:
http://blogs.publico.es/otrasmiradas/101/contra-el-crimen-perfecto-2/
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Miguel, me parece estupendo el análisis que haces de la situación, de cómo se ha llegado a ella y de cómo nos encontramos los "parados" ahí en el limbo del sistema.
ResponderEliminarAbrazos
L;)
Esperemos que pronto, de alguna manera, ese limbo se vaya abriendo a nuevas oportunidades.
ResponderEliminarAbrazos.
Gracias Miguel por tu punto de vista y por el enlace al artículo de Juan Torres. Me ha encantado leeros a ambos.
ResponderEliminarMuchas gracias a tí, Eva. Es mi punto de vista, pero ni si quiera estoy seguro del mismo, porque vivimos tiempos demasiado confusos. Espero que la perrita siga mejor.
ResponderEliminarBesos.