miércoles, 22 de septiembre de 2010

NARCISO NEGRO (1947), DE MICHAEL POWELL Y EMERIC PRESSBURGER. HISTORIA DE UNA MONJA.


La creación literaria es un mundo eminentemente individualista. Son raros los casos de libros firmados a cuatro manos. De inmediato me viene a la cabeza aquella maravillosa fábula de ciencia ficción de Frederik Pohl y C. M. Kornbluth llamada "Mercaderes del espacio". Pero esta es una muy rara excepción.

El cine, por su parte, es un arte que no puede ser realizado en soledad. Hace falta mucha gente para filmar una película, pero al final va a ser firmada por un director, que es el que se va a llevar la etiqueta de autor. Tampoco es habitual la autoría compartida en el mundo del cine. Michael Powell y Emeric Pressburger son responsables de muchos títulos clásicos: "Coronel Blimp", "Las zapatillas rojas" o "Los invasores", películas nada complacientes y que tratan al espectador como a una persona inteligente. "Narciso negro" es un pequeño prodigio en este sentido.

La religión católica, como todas, se nutre de su continua expansión, de la evangelización de otros pueblos. La historia comienza con la misión que se encarga a unas monjas de habitar un antiguo palacio en pleno Himalaya y transformarlo en convento que haga las veces de colegio y hospital. En principio dichas monjas son mostradas como seres sobrehumanos, capaces de sobreponerse a las peores dificultades para llevar a cabo sus tareas guiadas por su fe. El trabajo parece ir dando sus frutos y las hermanas gozan de gran prestigio entre la población. Hasta allí llega incluso un joven príncipe local (Sabú), interesado en todo conocimiento que las monjas puedan transmitirle. El contrapunto a tanta perfección lo pone un cínico occidental habitante de aquellas remotas tierras, el único que parece comprender que el cambio de mentalidad que parece estar penetrando entre los indígenas es tan generalizado como frágil.

Ahora está de actualidad hablar acerca de la sexualidad reprimida del clero, sobre los deseos ocultos que se manifiestan a veces de la peor manera posible. En 1947 esto temas eran mucho más difíciles de tratar y más en una película destinada al gran público. El espectador actual de "Narciso Negro" siente por momentos que está ante una de esas raras películas valientes que se adelantan a su tiempo. Las monjas (sobre todo la protagonista, Deborah Kerr) recuerdan su pasado en el mundo, no pueden evitar que les vengan a la cabeza imágenes de sus antiguas historias amorosas. El celibato es descrito en esta película como una autoimposición antinatural. El deseo sexual acaba imponiéndose, pero cada una lo afronta a su manera. La protagonista sabe reprimirlo, quizá porque ya recibió un desengaño amoroso en su día. Su compañera, la hermana Ruth (una bellísima Kathleen Byron), se ve desbordada por él, no sabe como hacerle frente y finalmente cae en una penosa locura.

La película transcurre en unos escenarios irreales, que se mueven sutilmente entre el cielo y el infierno. La naturaleza nos es mostrada en todo su esplendor y su crudeza. La fotografía exquisita de Jack Cardiff es una contribución fundamental para comprender los estados de ánimo de los personajes. Fue justamente premiada con un oscar.

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