sábado, 31 de diciembre de 2016

LOS SESENTA MEJORES LIBROS QUE LEÍ EN 2016

Y llega el momento de hacer el balance del año literario. Como uno ya se va haciendo mayor, resulta que hay unas cuantas relecturas entre lo que he elegido - o las circunstancias han hecho que elija - este año. De hecho, los tres primeros títulos son viejos amigos de otros años, libros de esos a los que siempre hay que volver porque jamás terminan de decir todo lo que tienen que decir. Pero La metamorfosis siempre ha sido especial para mí. Por más veces que la haya leído - cuatro o cinco - la pequeña novela de Kafka sigue siendo el mejor resumen del horror en el que puede convertirse la existencia si la desgracia viene a visitarnos un mal día, lo merezcamos o no.

1.- La metamorfosis, de Franz Kafka.
2.- Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski.
3.- Cuentos completos, de Franz Kafka.
4.- Sapiens, de animales a dioses, de Yuval Noah Harari.
5.- Homenaje a Cataluña, de George Orwell.
6.- El tío Vania, de Antón Chéjov. 
7.- Rinconete y Cortadillo, de Miguel de Cervantes.
8.- Apología de Sócrates, de Platón.
9.- Ansiedad por el estatus, de Alain de Botton.
11.- Un día en la vida de Iván Denisovich, de Alexandr Solzhenitsyn.
12.- Utopía, de Tomás Moro.
13.- Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin.
14.- Mercaderes del espacio, de Frederik Pohl y C.M. Korbluth.
15.- Vida y tiempo de Manuel Azaña, de Santos Juliá.
16.- Mortalidad, de Christopher Hitchens.
17.- El pabellón de los oficiales, de Marc Dugain.
18.- La guerra de los Ivanes, de Catherine Merridale.
19.- Critón, de Platón.
20.- Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier.
21.- Rimas, de Gustavo Adolfo Bécquer.
22.- Semper Dolens, de Ramón Andrés.
23.- Las manos sucias, de Jean Paul Sartre.
24.- Viajes con Heródoto, de Ryszard Kapuscinski
25.- Dioses útiles, de José Álvarez Junco.
26.- Walden, de Henry David Thoreau.
27.- Relato soñado, de Arthur Schnitzler.
28.- Cartas a un amigo alemán, de Albert Camus.
29.- La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han
30.- El secreto de la fama, de Gabriel Zaid.
31.- Hitch 22, de Christopher Hitchens.
32.- Las trampas del deseo, de Dan Ariely.
33.- Matar a Pablo Escobar, de Mark Bowden.
34.- Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shiver.
35.- El reino, de Emmanuel Carrère.
36.- Capitalismo canalla, de César Rendueles.
37.- La campana de cristal, de Sylvia Plath.
38.- Congreso de futurología, de Stanislaw Lem.
39.- Las entrevistas de Nuremberg, de Leon Goldensohn.
40.- Suave es la noche, de Francis Scott Fitzgerald.
41.- Star Wars. Filosofía rebelde para una saga de culto, de Carl Silvio y Tony Vinci.
42.- El superhombre de masas, de Umberto Eco.
43.- Alocución al pueblo de Fuentevaqueros, de Federico García Lorca.
44.- El libro de la selva, de Rudyard Kipling. 
45.- El periodista deportivo, de Richard Ford.
46.- Sangre, sudor y lágrimas, de John Lukacs.
47.- Lo bello y lo triste, de Yasunari Kawabata.
48.- El arte de la vida, de Zygmunt Bauman.
49.- La vida eterna, de Fernando Savater.
50.- Elogio de la lentitud, de Carl Honore.
52.- Ser español en el siglo XXI, de Martín Ortega Carcelén.
53.- Cuentos de fantasmas, de M.R. James.
54.- El mundo sumergido, de J.G. Ballard.
55.- La tarde un escritor, de Peter Handke.
56.- Vathek, de William Beckford.
58.- Carol, de Patricia Highsmith. 
59.- La ciudad de N, de Leonid Dovychin.
60.- Lisis, de Platón.

LOS VEINTICINCO MEJORES ESTRENOS QUE VI EN 2016.

No ha sido un gran año cinematrográficamente hablando, al menos en mi caso. No he visto tantos estrenos como otras veces y muchos de los que he tenido oportunidad de visionar han sido bastante decepcionantes. Otra cosa son los clásicos a los que uno siempre puede volver con garantías - Lo que el viento se llevó, Rebelde sin causa... - que siempre están ahí para saciar el apetito de buen cine. En cualquier caso, El renacido ha sido toda una revelación. Una producción de la que esperaba que destacase sobre todo su ambientación y fotografía ha resultado ser un retrato magistral del espíritu de supervivencia humano. Creo que es un título que se revalorizará con el tiempo.

1.- El renacido, de Alejandro González Iñárritu.
2.- La bruja, de Robert Eggers.
3.- Capitán América, Civil War, de Anthony y Joe Russo.
4.- Spotlight, de Thomas McCarthy.
5.- El hijo de Saúl, de László Nemes.
6.- Bone Tomahawk, de S. Craig Zahler.
7.- La gran apuesta, de Adam McKay
8.- La llegada, de Denis Villeneuve.
9.- Trumbo, de Jay Roach.
10.- La habitación, de Lenny Abrahamson.
11.- El desafío, de Robert Zemeckis.
12.- 45 años, de Andrew Aigh.
13.- Creed, de Ryan Coogler.
14.- Mr. Holmes, de Bill Condon.
15.- Carol, de Todd Haynes.
16.- Los odiosos ocho, de Quentin Tarantino.
17.- El club, de Pablo Larraín.
18.- Escuadrón suicida, de David Ayer.
19.- Un monstruo viene a verme, de Juan Antonio Bayona.
20.- El libro de la selva, de Jon Favreau.
21.- Calle Cloverfield 10, de Dan Trachtenberg.
22.- X-Men: Apocalipsis, de Bryan Singer.
24.- Techo y comida, de Juan Miguel del Castillo.
25.- Batman v Superman, de Zack Snyder.

martes, 27 de diciembre de 2016

LAS MANOS SUCIAS (1948), DE JEAN PAUL SARTRE. IDEOLOGÍA, MORAL Y CONFLICTO.

Nosotros, que vivimos desde hace décadas en un entorno relativamente pacífico, no sabemos lo que signfica vivir con las manos sucias. Quienes han experimentado una guerra, quienes han tenido que tomar decisiones imposibles, los que tienen que dejar de lado su ética personal más profunda para trabajar por una causa que estima superior a todo eso. Se trata de elegir el mal menor, pero sin duda son decisiones que duelen. Todos hemos pensado qué haríamos en determinadas circunstancias, ante situaciones límite de toda índole. Lo cierto es que no lo sabemos, puesto que no nos conocemos a nosotros mismos tan bien cómo queremos creer. Está más que probado que en los conflictos surge lo peor del género humano. Personas que se creían absolutamente pacíficas sienten surgir dentro de ellas una ira homicida que no sospechaban poseer, sentimiento que utilizarán para sacrificarse por un ideal o simplemente como instrumento de supervivencia.

En Las manos sucias Sartre, que conoció de primera mano los horrores y la ambigua moral que presidió la Segunda Guerra Mundial nos presenta a un dirigente del clandestino Partido Comunista de un país ficticio - seguramente del Europa del Este - aliado de Hitler en su cruzada contra el bolchevismo. Hoederer quiere pactar una tregua con los dirigentes del país y con los socialdemocrátas para lograr una paz por separado con la Unión Soviética. Ha calculado que dicha maniobra ahorrará miles de vidas y creará una perspectivas mejores para el futuro del país. Hugo, su secretario, recientemente nombrado por el Partido, planea matarlo, estimulado por otros dirigentes que creen que dicho pacto es un suicidio para los comunistas. ¿Es Hoederer un traidor o en realidad es un hombre prudente que es capaz de renunciar a parte de sus principios en pos de un bien mayor? Sartre nos plantea este conflicto con el añadido de las dudas de Hugo, un muchacho demasiado joven para conocer el significado de ensuciarse las manos, pero que intuye que, una vez ejercitada la acción que le han ordenado, no habrá marcha atrás, ni en las consecuencias externas ni, lo que es más grave para él, en su conciencia. Pero también es cierto que dicha conciencia, ahora sin mácula, puede quedar manchada sin los escrúpulos morales se oponen a la pureza de sus ideales. Hoederer le ofrecerá una lección al respecto:

"La pureza  es una idea de fakir y de monje. A vosotros los intelectuales, los anarquistas burgueses os sirve de pretexto para no hacer nada. No hacer nada, permanecer inmóviles, apretar los codos contra el cuerpo, usar guantes. Yo tengo las manos sucias. Hasta los codos. Las he metido en excrementos y sangre. ¿Y qué? ¿Te imaginas que se puede gobernar inocentemente? (...) Detestas a los hombres porque te detestas a ti mismo: tu pureza se parece a la muerte, y la Revolución con la que sueñas no es la nuestra, no quieres cambiar el mundo, quieres hacerlo saltar."

Esta pureza de la que intenta hacer gala Hugo está reñida con la idea de mentira. O al menos de lo que el Partido considera que es mentira. Hoederer se muestra como un hombre mucho más pragmático, un perro viejo que sabe que la política, si quiere realmente cambiar la realidad, debe ser flexible con las propias ideas:

"HUGO: Nunca he mentido a los camaradas. Yo... ¿De qué sirve luchar por la liberación de los hombres si se les desprecia lo suficiente para llenarles la cabeza de patrañas?

HOEDERER: Mentiré cuanto haga falta y no desprecio a nadie. La mentira no la he inventado yo: nació en una sociedad dividida en clases y cada uno de nosotros la heredó al nacer. No aboliremos la mentira negándonos a mentir, sino empleando todos los medios para suprimir las clases.

HUGO: No todos los medios son buenos.

HOEDERER: Todos los medios son buenos cuando son eficaces."

¿Que hará al final  nuestro Raskolnikov (el nombre de guerra con el que han bautizado a Hugo)? Para saberlo hay que leer Las manos sucias, una de las obras más representativas de las contradicciones del propio autor, del conflicto entre filosofía, política y existencia. Las palabras de Adolfo Marsillach, que estrenó la obra entre nosotros hace treinta y cinco años, continúan tan vigentes como la obra de Sartre:

"Así como en el teatro de Unamuno, por ejemplo, hay que hacer cierta abstracción, Sartre utiliza con facilidad el vehículo teatral. En esta obra se apoya en un argumento casi policíaco, de intriga, que es un elemento de primera calidad. Tiene una producción amplia y ha utilizado el teatro al servicio de su pensamiento. El origen de su filosofia es la del hombre metido entre los hombres, no la abstracción filosófica del hombre. Es un teatro de tesis donde los personajes en lucha no se modifican por las circunstancias, sino por su necesidad de realizarse."

viernes, 23 de diciembre de 2016

MATAR A PABLO ESCOBAR (2001), DE MARK BOWDEN. PLATA Y PLOMO.

La magnífica serie Narcos ha vuelto a poner de actualidad el nombre de Pablo Escobar, uno de los criminales más sanguinarios de la historia que, paradójicamente, gozó, sobre todo cuando estaba en la cima de su poder, de un considerable apoyo popular. La historia de este narcotraficante es especialmente llamativa por el hecho de que llegó a amenazar la misma existencia de un Estado colombiano que solo pudo deshacerse de él con la ayuda de los Estados Unidos. Fue bien pronto cuando Escobar, un hombre tan inteligente como falto de escrúpulos, se dio cuenta del potencial del tráfico de cocaína, de los enormes beneficios que acarrearía su venta en el territorio estadounidense. Se trataba del mejor producto del mundo: una vez que se prueba, es difícil resistirse a otra dosis. Aunque a finales de los años setenta, el inicio de la carrera del protagonista, no se destinaron demasiados medios a atajar este comercio ilegal - se creía que la marihuana era una sustancia mucho más peligrosa - cuando las autoridades comenzaron a advertir la dimensión del problema, ya era demasiado tarde: Pablo Escobar se había convertido en un monstruo, en uno de los hombres más ricos del mundo, capaz de comprar casi cualquier voluntad, un criminal que tenía a muchos de sus hombres infiltrados en prácticamente todas las instituciones del Estado y que contaba con un enorme ejército de sicarios capaces de retar al Ejército y a la policía.

Pero lo más fascinante de Pablo Escobar era su personalidad. Quienes lo conocieron no dudan en afirmar que era un hombre profundamente educado, un seductor que fue capaz de convencer a muchos de que su desafío al Estado era en realidad un instrumento para defender a los más pobres de Medellín y del resto de Colombia. A éstos se los ganaba construyendo viviendas y equipamientos sociales y deportivos en los barrios más humildes. Aunque dedicara a ésto un escaso porcentaje de su fortuna, los resultados eran formidables: para muchos era una especie de santo laico que robaba el dinero a los ricos para dárselo a los pobres. Así se fue construyendo una leyenda muy difícil de quebrar, sobre todo porque el narcotráfico se había convertido ya en la principal fuente de ingresos para el país. Eran tantos miles los que se beneficiaban de esa industria, que estirparla no solo tendría consecuencias jurídicas, sino también sociales:

"Cualquiera puede llegar a ser un criminal, pero llegar a ser un forajido requiere admiradores. El forajido representa algo que va más allá de su propio destino. Sin importar cuán innobles sean los verdaderos móviles de criminales al estilo del bandido de la sierra colombiana (o los que Hollywood inmortalizó: Al Capone, Bonnie y Clide, Jesse James), un gran número de gente común y corriente los animó y siguió de cerca sus sangrientas hazañas con oscuro deleite. Sus actos delictivos, por más egoístas o absurdos que fueran, transmitían un mensaje social. Los actos de violencia y los crímenes que cometían eran ataques a un poder lejano y opresivo. El sigilo y la astucia que aquellos hombres demostraban al eludir al Ejército y a la policía eran fuentes de festejos, ya que ésas habían sido desde tiempos inmemoriables las únicas tácticas al alcance de los desposeídos."

Muchos de los que fascinaron por la figura de este supuesto benefactor del pueblo despertaron cuando descubrió su verdadero rostro como respuesta a la posibilidad de ser deportado a una cárcel de Estados Unidos (que hubiera cumplido pena en Colombia hubiera sido muy peligroso, o más bien tragicómico, como se demostró en los meses que pasó en una lujosa prisión construída por él mismo) con una brutal campaña terrorista que provocó cientos de muertos y una auténtica guerra civil en la sociedad colombiana. El Estado sudamericano no parecía capaz de pararle los pies y en más de una ocasión estuvo tentado de negociar con Pablo Escobar para acabar con la violencia. Solo unos pocos hombres incorruptibles, poniendo en peligro sus vidas y la de sus familias sacrificaron años de su existencia en una caza sin cuartel que culminó con la muerte del criminal, aunque al final este hecho se convirtiera en un evento más simbólico que práctico para la lucha contra el narcotráfico:

"Haber matado a Pablo no acabaría con el tráfico de cocaína a Estados Unidos, todo el mundo sabía que ni siquiera lo menguaría.  Pero los norteamericanos se habían embarcado en aquella empresa creyendo que lo que estaba en juego era algo más importante: el acatamiento de la ley y su defensa por el bien de la democracia y de la civilización. Pablo era demasiado rico, demasiado poderoso y demasiado violento, un tirano en potencia que había sido al que una sociedad democrática imperfecta, pero al fin y al cabo, libre, se había enfrentado."

Matar a Pablo Escobar es un libro fascinante, que narra con el mejor estilo periodístico cómo la dejación por parte del Estado de sus deberes (acerca de la prohibición de las drogas está pendiente que se produzca un debate valiente y sosegado al respecto) puede crear monstruos inmensos y casi omnipotentes que son capaces de lastrar su poder como si de un tumor cancerígeno instalado en su seno se tratara. En cualquier caso, el ocaso de Pablo Escobar benefició a sus rivales del cartel de Cali, que aprendieron de sus errores de su rival para liderar el mercado del narcotráfico durante la década de los noventa. Estamos ante un problema que dista mucho de estar resuelto en la actualidad. Se imponen soluciones más imaginativas, que consigan que deje de ser posible que tal poder económico y social se concentre en manos de un solo individuo.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ (1939), VICTOR FLEMING. EL FIN DEL VIEJO SUR.


Siendo una de las películas más míticas, de las más visionadas – aunque muchos solo recuerden trozos de la misma – Lo que el viento se llevó requiere una tarde entera ociosa para poder contemplarla en todo su esplendor. La película de Fleming es ante todo la evocación de un mundo que ya no existe con una visión entre nostálgica y fatalista. Las fuerzas de la historia acabaron llevándose por delante el viejo Sur pero, según el film, la esencia de sus valores permaneció prácticamente incólume. 


La protagonista, Scarlett O´Hara, representa como nadie esos valores. Al principio es una niña caprichosa y consentida, la más guapa de las hijas de una rica familia de origen irlandés. La vida de Scarlett es una sucesión de fiestas y de galanteos por parte de los jóvenes del lugar. Pero ella está enamorada del único ser al que considera un auténtico hombre, Ashley Wilkes, que a su vez está comprometido con su prima Melania, un ser bondadoso, dulce e inocente. A pesar de concederle una existencia tan frívola, su padre insiste en una idea que debe quedar impresa de por vida en el cerebro de Scarlett: la tierra es lo más importante, mucho más incluso que el amor. Esta enseñanza le servirá después de inspiración para adaptarse a las nuevas circunstancias y convertirla en una mujer sin escrúpulos.


Pronto llegará un punto de inflexión en la existencia de todos los personajes: el estallido de la guerra contra el Norte. Al principio los caballeros que partirán al campo de batalla se comportan con arrogancia, dando por sentado que van a vencer al enemigo sin apenas esfuerzo. Solo hay alguien que intenta imponer cordura en dicho discurso dominante: el misterioso Rhett Butler, un invitado a una de esas fiestas al que nadie considera un auténtico caballero por su pasado turbulento. Rhett es como Casandra, alguien que conoce el futuro, pero a quien se ignora, aunque, a diferencia de la mujer troyana, a él eso le trae sin cuidado, ya que en realidad se va mostrar como el más inteligente de todos ellos. Al carecer de reglas morales más allá del beneficio propio ni poseer el sentido del honor que se le supone a un caballero del Sur, va a aprovechar el conflicto para traficar con productos básicos y enriquecerse. Solo una debilidad va a quebrantar la solidez de los principios egoístas de Rhett: el amor repentino que siente por Scarlett, un sentimiento fuerte y auténtico, al que le cuesta tratar con el mismo cinismo que aplica a las demás circunstancias de su vida. Al final conseguirá su deseo de casarse con ella, pero a costa de un matrimonio tormentoso, marcado por la imposibilidad de ella de olvidar a un Ashley que ha permanecido cerca de ellos con su esposa después de la derrota.


Ashley es otro personaje fundamental para la película. A diferencia de Scarlett, su amor platónico, la mujer que lucha y sabe adaptarse a las nuevas circunstancias para volver a ser rica, el caballeroso Ashley es incapaz de aceptar que su mundo se ha desmoronado, que su familia ya no representa nada y que su hombría sea puesta en duda en muchas ocasiones. Su mujer, la dulce Melania es un sólido apoyo para seguir adelante, pero carece la fuerza necesaria para volver a ilusionarlo. A pesar de que, al igual que Rhett, él sabía que el Sur no tenía ninguna posibilidad frente al industrializado Norte, Ashley fue a la guerra y puso todo de su parte para evitar el desastre. En ese sentido, nada debería reprocharse a sí mismo, aunque en el fondo esa cuestión le atormente.


Lo que el viento se llevó es ante todo el relato magistral de una derrota absoluta, de la devastación que deja ésta y de la reconstrucción y adaptación que vienen después. Una de sus características más obvias es su antibelicismo. A pesar del retrato edulcorado de la esclavitud – los negros son como niños grandes que deben obedecer a un bondadoso amo mucho más inteligente que ellos - la visión de la guerra que ofrece es absolutamente terrible, con imágenes muy realistas para la época (la desolación de esa estación ferroviaria repleta de heridos y moribundos que no pueden ser atendidos) y tan didáctica que influyó decisivamente en la neutralidad estadounidense al principio de la Segunda Guerra Mundial. Para el espectador actual, la película es una lección de cine, de narrativa y de sentido de la épica. Una obra inmortal e influyente que debe ser visionada más de una vez para apreciar todos los matices de su grandeza.

martes, 20 de diciembre de 2016

MUERTE ACCIDENTAL DE UN ANARQUISTA (1970), DE DARIO FO. LA AUTORIDAD DE LOS LOCOS.

Si queremos hablar de esta obra, la más conocida del Nobel recién fallecido Dario Fo, no podemos obviar que es hija de su tiempo, de uno de los periodos más difíciles de la historia italiana contemporánea, cuando el auge de movimientos izquierdistas radicales provocó una reacción por parte de un Estado que da cobertura a campañas terroristas de elementos de tendencia fascista, para endosar dichos atentados a la izquierda, o al menos así lo aseguraron intelectuales como Pasolini. Ni siquiera hoy se puede escribir una historia objetiva de los años de plomo en Italia, aunque la aportación de Fo fue contundente: un alegato que parte de un hecho real, ocurrido en Nueva York en 1921, cuando un anarquista fue arrojado por la ventana de una comisaría. El mismo autor apuntaba en una entrevista de 1990 que su forma de escribir teatro se remonta a los mismísimos orígenes de este género literario:

"Creo que en todo el teatro, el que ha llegado hasta nosotros, ha habido siempre un discurso político y social, tendente a estimular el interés, la participación, la solidaridad... o la indignación. En resumen, tomaba postura, colocándose a menudo como acusación contra ciertos modelos o actitudes de la sociedad, desde el teatro griego al teatro más cercano a nosotros."

Fo es el maestro del teatro bufo, aquel que trata los temas más importantes desde una mirada burlesca, representada aquí por el protagonista, un loco que adopta varios papeles (a través de los disfraces más grotescos), con el exclusivo propósito de mofarse de la autoridad, para que sus representantes aparezcan al desnudo, como tontos e incompententes. ¿Quien es más loco, el propio loco o el que es engañado por el loco? Sigue hablando el propio Fo:

"(...) Pero la clave de la historia se sitúa en una situación de diversión, porque para provocar el juego cómico, además de satírico, elegimos el personaje de un loco, un maníaco de los disfraces que, mediante la lógica de la paradoja más enloquecida, trata de destruir la lógica de los "mentalmente sanos". Y así ocurre que los auténticos locos resultan ser "normales". ¡Locos y criminales, además! Este juego de lo grotesco, de la paradoja, de la locura se sostendría perfectamente incluso sin el discurso político."

A pesar de su inmensa fama, Muerte accidental de un anarquista no es un obra redonda, porque va demasiado obviamente a su objetivo de ridiculizar a la autoridad, a través de un humor de trazo grueso al que le falta algo de ironía, de caminos más sinuosos para llegar a la razón y el corazón del espectador. El protagonista es demasiado omnipotente y los representantes de la autoridad demasiado estúpidos. La lección final sí que aparece de manera cristalina: que nada es más absurdo que lo que pretende ser solemne, que de lo sublime a lo ridículo solo hay un paso. 

viernes, 16 de diciembre de 2016

LA LLEGADA (2016), DE DENIS VILLENEUVE. LA HISTORIA DE TU VIDA.

Basada en un relato de Ted Chiang, La llegada es una película muy ambiciosa por su sentido filosófico y especulativo. Aunque al final la narración resulte un tanto fallida, su visionado es absolutamente recomendable. Mi primera colaboración en la magnífica página Astoria 21:

http://astoria21.es/critica-la-llegada/

EL PERIODISTA DEPORTIVO (1986), DE RICHARD FORD. BASCOMBE Y LA SOLEDAD.

Comencemos adentrándonos en la personalidad de Frank Bascombe, protagonista absoluto de El periodista deportivo y narrador en primera persona de la novela. Bascombe es un ser herido por la tragedia de haber perdido a un hijo. Divorciado desde hace algunos años, es incapaz de adaptarse a su nueva situación, a pesar de que toma su existencia cada vez con más ligereza, como si la desgracia le hubiera aportado la sabiduría de saber que todo es relativo, que no existen ni el bien ni el mal absolutos. Mientras tanto, también ha renunciado a una prometedora carrera literaria en pos de un puesto mucho más cómodo como cronista deportivo. A Frank le apasiona el deporte, pero le gusta todavía más la forma de vida que le proporciona su trabajo, los frecuentes desplazamientos y las brillantes metáforas con las que siempre pueden relacionarse la vida y los éxitos y fracasos deportivos. Para él, que lo le gusta es escribir, dedicarse a hacerlo de deportes no es un desprestigio frente a sus antiguas ambiciones, es simplemente un trabajo que puede afrontar sin la presión que conlleva estar sometido al escrutinio de la crítica.

Pero en realidad la vida de Bascombe sigue un rumbo un tanto errático. Por un lado ama su soledad, pero también necesita compañía y no le basta con las frecuentes visitas a su ex mujer y a sus hijos ni con asistir a las reuniones del club de divorciados al que pertenece. Necesita a una mujer a su lado que vuelva a activarle la ilusión, las ganas de vivir en plenitud, aunque esa mujer sea mucho más joven que él y con una visión mucho más ingenua de la existencia. Tras fracasar con ella y vivir en primera persona el terrible destino de un compañero del club que le ha pedido apoyo a gritos ante su casi absoluta indiferencia, el protagonista acaba aceptando que su política de no implicarse profundamente en nada de lo que lo rodea activa caminos insospechados por los que transita a sus anchas el azar y eso no puede ser tan malo, a pesar de las apariencias. Al final acepta que lo mejor para él es seguir manteniendo su perfil bajo e intensamente introspectivo:

"La verdad es que la invisibilidad no es tan mala. (...) Porque, nos guste o no, en algún momento todos nos volvemos invisibles, libres del cuerpo y del deber, flotamos a la deriva en la brisa nocturna, hacemos lo que queremos, intentamos descubrir cómo nos gustaría ser en el momento siguiente. Les prometo que ése no es un momento vacío. Y aún está lejos del auténtico remordimiento. (...) Desvanecerse como un susurro en el viento significa libertad. Si somos lo bastante afortunados como para ganar tal libertad, aunque la provoquen acontecimientos negativos, deberíamos utilizarla. Es el único consuelo natural que nos es dado, único y soberano, sin el apoyo ni la tolerancia de otros, entre los cuales incluyo al propio Dios, que no nos deja permanecer invisibles por mucho tiempo, ya que se reserva ese estado para sí."

El periodista deportivo es una novela irregular. Dotada de una magnífica prosa y con una innegable capacidad de tratar temas universales desde una perspectiva profunda - la de su personaje, un ser reflexivo como pocos - el resultado queda un tanto lastrado por la monotonía en la que se incurre en algunos de sus fragmentos, por lo que para el lector la narración se hace a veces innecesariamente larga y un tanto tediosa. Bien es cierto que la intención principal de Richard Ford es que sintamos lo mismo que su personaje, que acompañemos sus sentimentos hasta el menor detalle durante una etapa vital muy delicada y al final mi sentimiento como lector es que este objetivo se ha conseguido con creces. Tanto que, a pesar de todo, no dejaré de leer el resto de la trilogía, puesto que me queda una profunda curiosidad por conocer el futuro de Frank Bascombe.

Como curiosidad, dejo esta frase que le espeta a Bascombe uno de sus interlocutores (sin dar más detalles). Es muy curiosa leída hoy día y no necesita más comentarios:

"Caspar y yo pensamos que Estados Unidos tendría que levantar un muro a lo largo de la frontera mexicana, tan grande como la Gran Muralla, y vigilarla con hombres armados, dejándoles claro a esos países que aquí tenemos nuestros propios problemas."

sábado, 10 de diciembre de 2016

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN DICIEMBRE. CONVÉNZEME.

El otro día me encontré por casualidad con algo bastante extraño: estaban emitiendo un programa sobre libros en Telecinco. Su presentadora era Mercedes Milá, la de Gran Hermano. ¿Se estaba redimiendo por años y años dedicados a la telebasura? En cualquier caso me alegré. Sin llegar ni a rozar la calidad de cualquier producción de La 2, el programa tenía un formato ágil y entretenido, muy adecuado para llegar a las nuevas generaciones, a esas a las que es difícil hilvanar un discurso más allá de los ciento cuarenta caracteres de Twitter. Se trataba de que los invitados - gente normal y algún que otro escritor - recomendaran un libro y repudiaran públicamente otro. Lo cierto es que los títulos, en casi todas las ocasiones, eran best sellers de esos que intentan llamar la atención del lector poco experimentado cuando entra a una librería. Hubo una excepción muy notable: la de un chico que recomendó La montaña mágica, de Thomas Mann y repudió El guardián entre el centeno, de Salinger. Le ofrecí un brindis de la taza de café que estaba bebiendo en ese momento. En cualquier caso me alegré de que al menos se ofreciera a la audiencia de Telecinco un programa cuyo decorado son estanterías repletas de volúmenes, un pequeño oasis entre la basura del corazón habitual, a pesar de las ansias permanentes de protagonismo de la presentadora y su machacón mensaje de que, a pesar de todo, ella es una intelectual incomprendida. También puede servir para dar a conocer librerías al gran público, en un momento en el que muchas de ellas se encuentran en un momento difícil, a punto de echar el cierre algunas de ellas. A ver cuanto dura en antena Convénzeme, con Z de Zweig. Pobre Zweig, si hubiera sabido que iba a protagonizar un programa de Telecinco, su suicidio hubiera tenido mucho más sentido...

Como es costumbre, los clubes a celebrar en este mes - muchos se suspenden hasta el año que viene - en la columna de la derecha.

viernes, 2 de diciembre de 2016

SER ESPAÑOL EN EL SIGLO XXI (2016), DE MARTÍN ORTEGA CARCELÉN. VERTEBRANDO ESPAÑA.

Es evidente que la relación de una buena parte de los españoles con sus símbolos - bandera, himno e incluso gobierno - resulta una anomalía respecto a los países de nuestro entorno. Dicha situación tiene una base histórica muy sólida, que no solo abarca cuarenta años de franquismo, sino el precedente de un siglo XIX repleto de luchas intestinas cuya perversa tradición llega a nuestros días. Un país con buena parte de la población que identifica su bandera con una dictadura y no con una Constitución votada en su día por una mayoría de ciudadanos, es realmente una curiosidad, aunque a nosotros nos cueste verlo así por estar acostumbrados a ello. Quizá este sea uno de los factores determinantes de la profileración de nacionalismos en nuestro país, cuyos símbolos se oponen, como si se tratara de agua y aceite, a los de a una España a la que consideran una nación opresora, que coarta la libertad de elegir de sus ciudadanos.

Aunque el problema más grave - sin contar el paro estructural y la endémica desigualdad entre regiones - al que ha tenido que enfrentarse nuestro país es el terrorismo de ETA, en los últimos años ha sido el nacionalismo catalán el que más quebraderos de cabeza ha provocado al Estado. Tradicionalmente, el gobierno de la Generalitat ha colaborado en la estabilidad de la nación, con un precio más o menos alto, naturalmente, pero no ponía en cuestión la unidad de España. A raíz de la crisis económica y con unos argumentos manipulados, muchos ciudadanos catalanes se han subido al carro del independentismo sin saber muy bien lo que estaban comprando, ya que basta con estudiar las cifras y constatar la realidad para comprender que una Cataluña convertida en nación independiente no se convertiría de la noche a la mañana en una nueva Suiza ni tampoco pertenecería por arte de magia a la Unión Europea. Los gastos que tendría que afrontar el nuevo Estado serían inasumibles en un territorio cuya deuda pública habría pasado ya al nivel de bono basura si no contara con el respaldo del Estado español, ese mismo que el discurso independentista califica de fascista y opresor. 

Los argumentos de los valedores de la independencia se dirigen más a la fibra emocional que a la racional, de ahí su peligro. Fomentar una campaña de desprestigio, cuando no directamente de odio a los ciudadanos de otros territorios - los andaluces somos un motivo recurrente - como los culpables de todos los males que ha provocado la crisis no es solo irracional, sino también irresponsable, un ejercicio de populismo que puede traer beneficios inmediatos a sus promotores, pero que a la larga solo conseguirá provocar grandes dosis de frustración. Como bien ha dejado establecido Naciones Unidas, el derecho de autodeterminación solo puede ser ejercido por territorios con pasado colonial o a través de un acuerdo entre partes. A día de hoy la Constitución española prohibe cualquier escisión territorial. Si queremos cumplir la ley - y para cualquier país serio esta es una condición esencial para el buen funcionamiento de la democracia - el camino no es otro que la reforma constitucional. Un camino arduo y difícil, pero el único posible y la única manera que tendrían los independentistas de conseguir el apoyo de los gobiernos europeos. De ahí el error del presidente de la Generalitat cuando decidió abandonar su papel institucional:

"(...) si Artur Mas quería defender posiciones contrarias a la ley y a la Constitución, debería haber dimitido y haberse situado al frente de las asociaciones cívicas  y manifestaciones callejeras que apostaban por la desobediencia. En efecto, en los países democráticos es posible defender cualquier posición política, pero las instituciones están obligadas a defender el Derecho y el orden constitucional establecidos. Al frente de la Generalitat, Artur Mas ejerció en la sociedad catalana una función antipedagógica, puesto que invitaba a los ciudadanos a incumplir el ordenamiento, o a cumplirlo selectivamente, según el criterio de cada uno."

Frente a todo esto, el profesor Ortega Carcelén reivindica una España, profundamente democrática, igualitaria y volcada en sus responsabilidades con Europa, América y el resto del mundo. A pesar del pesimismo que se ha instalado en los últimos años (un pesimismo y un malestar ciertamente justificados por la mezcla nauseabunda de paro y corrupción que ha azotado a los ciudadanos en los últimos años), es cierto que el país ha aprovechado bien su integración en la Unión Europea para modernizarse y protagonizar el crecimiento económico más intenso de su historia. No se trata de sentirse español envolviéndose en una bandera o gritando en un estadio de fútbol, sino de integrarnos plenamente como ciudadanos europeos, siguiendo la corriente histórica que dicta una cesión cada vez más intensa de espacios de soberanía nacionales a organizaciones supranacionales. Querer al territorio en el que uno ha nacido está muy bien, así como fomentar sus tradiciones, pero se convierte en algo enfermizo cuando lo estimamos algo superior y nos cerramos en banda al resto del mundo.

Lo mejor - y eso es lo que recomienda el autor - es fomentar entre los ciudadanos un mejor conocimiento de la historia e interés general por la cultura, porque un ciudadano informado, con criterio propio, más racional que emocional, es mucho más difícil de manipular. La historia no es un río que lleve hacia un determinado destino previamente determinado, sino una serie de azares que nos han llevado al estado actual. No hay que buscar culpables ni llorar paraísos ficticios del pasado, sino aprender de la misma para no volver a cometer errores pretéritos, para buscar lo que nos une como comunidad universal humana que lo que nos separa:

"El paso del tiempo permite contemplar la creación cultural con ojos nuevos. Los logros del pasado no deben ser objeto de una lectura política interesada. A diferencia de lo que ha ocurrido en otras épocas, cuando la historia de la cultura se usaba con propósitos partidistas u oficiales, en el momento presente podemos considerar sus aportaciones de manera más neutra, como una contribución al patrimonio global, sin necesidad de buscar otros significados. Desde nuestro  punto de vista contemporáneo, una catedral ya no representa  la religiosidad, sino la grandeza de la arquitectura; un cuadro que plasma una batalla no rememora la victoria para unos y la derrota para otros en aquella guerra, sino la perfección estética de la composición; y un poeta no milita en una u otra causa política de su tiempo, sino que nos abre la mente a través del lenguaje. Este enfoque abierto permite entender la cultura española como una suma de aportaciones múltiples, antiguas y contemporáneas, que crean una forma de entender el mundo desde la que organizar nuestra vida pública y privada. El afirmar que existe una cultura española plural y abierta al mundo no tiene nada que ver con mantener un nacionalismo español, sino que es más bien la constatación de una realidad. A partir de este rico terreno que pisamos podemos caminar en muchas direcciones, por ejemplo hacer un proyecto político común o mejorar el mundo."