viernes, 2 de diciembre de 2016

LO BELLO Y LO TRISTE (1965), DE YASUNARI KAWABATA. INOCENCIA Y VENGANZA.

Si se quería premiar a la literatura japonesa como una manera muy singular de contemplar el mundo, el premio Nobel concedido en 1968 a Yasumari Kawabata es más que un acierto. Pocos escritores logran plasmar como él el espíritu de una tradición que choca en muchas vertientes con el mundo moderno con el que inevitablemente tiene que convivir. Estas contradicciones están llamativamente presente en los personajes que protagonizan Lo bello y lo triste, empezando por Oki, el escritor, padre de familia tradicional profundamente marcado por la experiencia que tuvo hace dos décadas cuando sedujo y dejó embarazada a una adolescente, que finalmente sufrió un aborto no deseado. Después de tanto tiempo, la nostalgia puede con Oki y pretende visitar a Otoko, su antigua amante, para escuchar juntos las campanas de año nuevo en Kioto.

La extraña decisión de Oki no dejará de traer consecuencias: entra en escena Keiko, la discípula de Otoko (que en este tiempo se ha convertido en una pintora de renombre), una muchacha tan bella como falta de moral. Las redes de la venganza están servidas y su objeto no va a ser directamente Oki, sino su hijo, un joven muy inteligente, pero muy inocente en cuestiones amorosas. En cierto modo Keiko se comporta como una auténtica desequilibrada: tratando de proteger a Keiko de sus traumas del pasado, no hace sino provocar más dolor en el presente, como si la fatalidad se hubiera apoderado desde el principio de esa antigua historia de amor y ella fuera el ángel de la muerte designado para que el drama se prolongue durante décadas.

Lo bello y lo triste destaca, como es propio de Kawabata, por las brillantes descripciones que contiene, en este caso de una ciudad como Kioto en la que la obra humana y la de la naturaleza se conjugan a la perfección. La ciudad es casi un personaje más, un ente que influye en las emociones de los personajes impidiéndoles comportarse racionalmente. Todo esto hace que la sensualidad y la muerte sean casi hermanas gemelas en la narración, un cóctel poético y la vez muy sórdido.

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