sábado, 3 de enero de 2015

VALS CON BASHIR (2008), DE ARI FOLMAN. LA NIEBLA DE LA GUERRA.

La del Líbano en los años ochenta es una historia terrible. Afectado su precario equilibrio político por la llegada de miles de refugiados palestinos, procedentes de las guerras de Israel con sus vecinos, en la Suiza de Oriente Próximo comenzó una guerra civil que a su vez implicó a sus vecinos. Israel comenzó a intervenir en el país a finales de los años setenta, con la excusa de destruir las bases desde donde lanzaban sus ataques los palestinos de la OLP. La campaña fue exitosa para los hebreos, aunque tuvieron que pagar el precio de una ocupación en la que se veían constantemente acosados por una guerra de guerrillas que a la postre les haría retirarse hacia zonas más seguras. En este contexto, en 1982, sucedió la masacre de Chabra y Chatila. Se trató de una desmesurada venganza, ejecutada por los aliados de Israel en el conflicto, las fuerzas cristianas de la llamada Falange Libanesa, en respuesta a la masacre de Damour, sucedida seis años antes y al reciente asesinato de Bashir Gemayel, el presidente electo de Líbano, llevado a cabo por fuerzas sirias y palestinas. Ante la pasividad del ejército israelí, los falangistas arrasaron los campos de refugiados, repletos de mujeres, ancianos y niños, mientras las bengalas lanzadas por el ejército israelí iluminaban el espectáculo. Aunque las cifras finales de fallecidos nunca estuvieron claras, se estima que superaron las dos mil personas.

Esto es lo que cuenta la historia. Para quien estuvo allí y fue testigo de unos acontecimientos tan terribles, los recuerdos pueden ser otros. Incluso pueden no existir recuerdos. La mente tiene mecanismos de autodefensa tan complejos que pueden dejar zonas de sombra en nuestras vivencias más dolorosas, las que nos hacen sufrir o sentirnos culpables. El mismo Ari Folman, que es a su vez el protagonista de la película, nos habla, desde la página oficial de Vals con Bashir, de como surgió el proyecto:

"Es mi historia personal. La película empieza el día que descubrí que algunas partes de mi vida se habían borrado de mi memoria. Los cuatro años que trabajé en Vals con Bashir me provocaron un violento trastorno psicológico. Descubrí cosas muy duras de mi pasado y, sin embargo, durante esos cuatro años, nacieron mis tres hijos. Puede que lo haya hecho para mis hijos. Para que, cuando crezcan y vean la película, les ayude a saber escoger, a no participar en ninguna guerra."

Quien está inmerso en un campo de operaciones bélico vive la experiencia como una constante confusión. No sabe situarse geográficamente, no está seguro de por qué está peleando, no sabe desde donde dispara el enemigo, ni siquiera si es realmente el enemigo el que está disparando. La guerra no es más que crueldad y caos y quien se ve inmerso en ella, solo quiere olvidar lo que ha vivido. Algo así le sucede a Ari Folman. Vive con zonas de sombra respecto a lo que sucedió en el Líbano en 1982 y le gustaría saber el porqué. Con ese objetivo emprenderá una búsqueda de sus antiguos compañeros del ejército, conversando con ellos para poder reconstruir, fragmento a fragmento, el papel que tuvo en aquella historia.  Quizá el conocimiento de la verdad no sea agradable, pero es el precio que hay que pagar por asumirla.

Vals con Bashir está realizada con una técnica de animación a la vez sobria y expresionista, perfecta para mostrar con toda su crudeza las pesadillas de los ex-soldados, que llegan a confundirse con el conflicto real. ¿Es inocente quien cumple órdenes? ¿Es inocente el soldado que asiste pasivamente a una masacre sin que sus superiores hagan nada para impedirla? Lo más terrible para el espectador es el final, cuando Folman le hace despertarse de lo que hasta el momento no era más que una narración realista, en dibujos animados, para mostrar imágenes reales de las consecuencias de la masacre. Como el protagonista, nosotros también tomamos conciencia de lo que es auténtico y lo que es soñado.

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