El Capitán América es uno de esos héroes de cómic que surgieron para dar moral a las tropas norteamericanas durante la Segunda Guerra Mundial. La portada de su primer número era ya toda una declaración de intenciones: se le veía asestando un puñetazo en la cara al mismísimo Hitler, una acción que debía ser el deseo íntimo de cada combatiente. Estas historias de los años cuarenta ofrecían una versión edulcorada de la guerra, como un enfrentamiento entre buenos y malos, en el que los primeros poseían los valores propios del héroe: valor, coraje, astucia y generosidad.

El Capitán América siempre fue presentado como un guerrero puro que concentra en su persona todos los ideales de libertad que representa el sueño americano, por ello ha sido un personaje tan exaltado como vilipendiado. En cualquier caso su fama se esfumó cuando terminó la guerra. Veinte años después, Stan Lee, el creador de Marvel Cómics, en una hábil maniobra, resucitó al héroe para integrarlo en Los Vengadores, un supergrupo en el que formó equipo con Thor, Iron Man o Hulk. A partir de este momento, en muchas de sus aventuras en solitario el Capitán América, pese a no dejar en ningún momento de ser patriota, o precisamente por ello, cuestionó en muchas de sus historias el status quo estadounidense, repleto de guerras injustas y sucias maniobras políticas.

Precisamente la nueva hornada de películas basadas en los cómics Marvel tienen como intención confluir en una superproducción dedicada a Los Vengadores que se estrenará el año próximo. Capitán América sería el penúltimo escalón, después de las dos partes de Iron Man, las de Hulk y la reciente Thor.

El comienzo de Capitán América es prometedor. En los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, Steve Rogers, un neoyorkino enclenque y propenso a las enfermedades quiere alistarse en el Ejército por cualquier medio, hasta que se le ofrece la oportunidad de partipar en un experimento que pretende crear una nueva raza de supersoldados para combatir a los nazis. El experimento será un éxito, pero será saboteado, por lo que Rogers queda como el único beneficiado.

Hay que decir que durante esta primera parte la ambientación es francamente deliciosa, logrando recrear a la perfección la atmósfera de los años cuarenta. También es un acierto el primer tratamiento que se hace al personaje, tratándolo como un espectáculo de barraca de feria destinado a captar dinero para los bonos de guerra, situación que recuerda poderosamente a la que vivían los héroes de Iwo Jima en Banderas de nuestros padres, de Clint Eastwood. Estas escenas constituyen una especie de parodia del héroe, que aparece en el escenario vestido con unas ridículas mallas y atestando un puñetazo a un actor disfrazado de Hitler, en un claro homenaje a la portada del primer número de cómic.

A partir del momento en el que el Capitán llega a Europa y toma la iniciativa de ponerse a pelear, la película cambia totalmente de registro y se transforma en un vulgar blockbuster veraniego en el que el protagonista asalta fortalezas enemigas con la sola ayuda de su moto y su escudo y las peleas son tan imposibles como incruentas. Parece como si de pronto la historia se transformara en una sucesión de pantallas de videojuego, donde el Capitán va reclutando aliados para asaltar fortalezas hasta la pantalla final, donde le espera su enemigo, Cráneo Rojo.

Respecto a los intérpretes, Chris Evans está correcto como protagonista, aunque le falta transmitir la grandeza y el liderazgo que se suponen que ha de tener su personaje. Además vive una insulsa historia de amor, totalmente falta de química con la oficial Carter, interpretada por Haley Atwell. Además Hugo Weaving, como villano, está totalmente desperdiciado, al igual que Tommy Lee Jones, que ofrece una actuación totalmente plana.

Quizá el mejor modelo a seguir para esta película hubiera sido la genial reinterpretación de Los Vengadores que realizaron Mark Millar y Bryan Hitch en el cómic The Ultimates, publicado hace diez años. En él se presentaba al Capitán América peleando en una escena digna de Salvar al soldado Ryan, la película de Steven Spielberg. Mostrar la verdadera cara de la guerra es una de las mayores carencias de la película de Joe Johnston, que sacrifica el realismo y a los auténticos nazis y los sustituye por enemigos con máscaras, que disparan rayos láser y se asemejan más a robots que a humanos.