sábado, 12 de octubre de 2024

LA HUELLA (1972), DE JOSEPH L. MANKIEWICZ.

A veces el cine y el teatro se dan la mano y conciben obras tan magistrales como ésta. Pocas veces hemos visto en pantalla un escenario tan conseguido como el que se muestra en esta película. Se trata de la casa de uno de los protagonistas, un coleccionista de objetos raros, el lugar perfecto para que se produzca el mítico duelo interpretativo entre Laurence Oliver y Michael Caine. La huella exige plena atención al espectador debido a los muchos giros de guion que contiene, pero a cambio ofrece una diversión plena, puesto que el interés por la enrevesada trama, lejos de decaer, intensifica su interés hasta el inspirado final. Uno de los personajes es un aristócrata. El otro es dueño de una peluquería, pero ambos se comportan de una manera similar bajo una apariencia caballeresca. Al final la película puede funcionar como una especie de metáfora de lo que es la existencia: una lucha permanente para ser más ingenioso y decidido que los semejantes y adquirir la mejor posición. Todo ello en el escenario de una casa en la que el espectador no puede dejar de mirar cada detalle de la misma, cada muñeco, cada pequeña trampa preparada para sorprender al visitante. Una película mítica que sigue funcionando igual de bien que el día en el que se estrenó.

P: 10

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