sábado, 5 de octubre de 2024

LECTOCRACIA (2023), DE JOAQUÍN RODRÍGUEZ. UNA UTOPÍA CÍVICA.

Vivimos en la época en la que el acceso a la lectura es más fácil. Las ediciones impresas se multiplican y los nuevos medios digitales, como el libro electrónico hacen que el poseer miles y miles de libros en el propio hogar haya dejado de ser una utopía. Sin embargo, por mucho que se diga, la lectura sigue sin ser una afición popular entre la mayoría de la gente y muchos de los que se pasan por la librería lo hacen para adquirir alguna novela de evasión cuya lectura no resulte demasiado complicada. Y es que el abrumador número de posibilidades de diversión anula la posibilidad de que una persona dedique algunas horas silenciosas a concentrarse en la lectura de un libro y más si este es un ensayo. 

Joaquín Rodríguez nos recuerda en Lectocracia que los regímenes autoritarios no siempre han prohibido toda clase de lectura, sino que han eliminado unos libros para fomentar otros, aquellos que cimentan la ideología imperante en ese momento. Se fomenta una visión del mundo y se purga todo lo que se oponga a la misma, como sucedió en su momento con el Libro rojo de Mao o Mi lucha, de Hitler:

"Lo más paradójico, a pesar de todo, es que quienes proscriben y calcinan aquello que tienen por impío o inmoral son los verdaderos creyentes en la fuerza de las palabras, en el poder de la literatura, en la pujanza de lo escrito. Su energía sancionadora es equivalente a su convicción en la energía transformadora de los textos. Quizás conviniese aprender de ellos esa sola cosa: que la lectura de un texto tiene la capacidad de transmutar nuestras vidas."

El gran problema de nuestro tiempo, al menos en occidente, no tiene que ver con regímenes que prohiben libros, sino con nuevas formas de lectura digital, en pantallas de móviles u ordenadores que tiende a convertirnos en lectores fragmentarios, incapaces de concentrarse más de un minuto en un determinado texto, puesto que las mentes, sobre todo las de los más jóvenes, están dispersas debido a los numerosos estímulos que constantemente surgen a su alrededor. Esto sucede hasta el punto de que no sabemos exactamente cuantos lectores a la manera tradicional quedan, pero sin duda su número está menguando progresivamente. 

El autor propone una utopía, la lectocracia, en la que el Estado debería fomentar la lectura en serio, en todos los ámbitos ciudadanos, incluyendo la creación de un Ministerio de la lectura y el pensamiento. Una lectura libre y crítica por parte de una sociedad de lectores que sean capaces de oponerse con razones al pensamiento imperante:

"La lectocracia, en resumen, como el decidido empeño por promover una actitud de compromiso cívico crítico, capaz de poner en evidencia nuestras interdependencias y alentar nuestra empatía, con la firme ambición de instruir a seres capaces de levar anclas y hacerse a la vela por sí mismos, como una práctica consciente de que, para no resultar ambigua y maleable, capaz de prestarse a cualquier arreglo, debe permanecer siempre vigilante."

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