Toda una curiosidad del cine español, Rojo y negro fue estrenada por todo lo alto en 1942, publicitada como una exaltación de Falange, para ser casi inmediatamente olvidada. La película no gustó a los altos mandos del Ejército, ni tampoco a Franco, porque humanizaba a uno de los protagonistas, un comunista que era capaz de dejar de lado toda disquisición ideológica para culminar la historia con un acto de amor puro. Además, la heroína era una mujer, mucho más valiente que los hombres que la rodeaban, algo que seguramente también debía incomodar al Régimen. Entre las virtudes de Rojo y negro destacan el conseguido ambiente del Madrid de 1936, un lugar en el que cualquiera podía ser denunciado en cualquier momento y algunas escenas de gran mérito técnico, como esa en la que la cámara nos presenta la fachada seccionada de la checa de Fomento, para que podamos ver los distintos terribles episodios que están sucediendo en su interior. Conocida solo por un puñado de historiadores cinematográficos, la película de Carlos Arévalo fue recuperada gracias a un afortunado hallazgo en fechas recientes. Una vez restaurada, Rojo y negro nos ofrece una visión alternativa de lo que podría haber sido el cine español si sus creadores hubieran gozado de mayor libertad. Las dosis de realismo y de humanismo que transmite el filme no debieron gustar nada a los responsables del Régimen, que querían en exclusiva películas de exaltación absoluta en las que el enemigo fuera deshumanizado.
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