De Ed Avery, el protagonista de esta película, sabemos ante todo que es un buen tipo, trabajador y amante de su familia, hasta el punto de que oculta a su esposa uno de sus empleos para que ella no sepa que pasan por dificultades económicas. Pero este no es el principal argumento de Más poderoso que la vida, sino la terrible enfermedad que empieza a padecer Ed, que se ve obligado, si quiere permanecer vivo, a tomar un medicamento que se encuentra en fase experimental: la cortisona. Entonces la película se centra en los laberintos de la mente de un protagonista que empieza a tener delirios que llegan al punto de intentar sacrificar a su hijo emulando el episodio bíblico de Abraham e Isaac. ¿Hay aquí una crítica soterrada a la vida en la América profunda? En cierto modo la película es fallida, porque no se atreve a llevar sus interesantes planteamientos - al final la medicación es para Ed una droga que no puede dejar bajo ninguna circunstancia y acaba comportándose como un adicto, algo totalmente opuesto a su papel social de padre y esposo - pero ver en pantalla una interpretación tan enorme de uno de mis actores favoritos justifica, junto a la excelente dirección de Ray, acercarse a esta obra.
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