La idea de resucitar al personaje de Eddie Felson, protagonista de El buscavidas, un cuarto de siglo después, fue toda una genialidad, por mucho que este nuevo acercamiento al jugador de billar difícilmente iba a emparejarse en calidad con el de Robert Rossen. Pero a Martin Scorsese le interesa explorar la psicología de Felson en su vejez, enfrentándose a la última oportunidad de triunfar y ganar dinero en serio a través de un diamante en bruto, Vincent, un joven jugador de billar impresionante cuyo comportamiento no dista mucho del de un niño caprichoso. Así, El color del dinero basa toda su fuerza en el enfrentamiento entre estos dos caracteres antagónicos: el viejo zorro que se sabe todos los trucos para exprimir a los rivales y el joven talento cuyo ego le impide dejarse ganar. Quizá falla levemente la química entre Newman y Cruise, ya que la diferencia de talento actoral entre uno y otro es evidente, pero la dirección de Scorsese consigue de nuevo que el espectador experimente de nuevo la magia de visitar esos garitos nocturnos en los que jugadores desesperados pierden o ganan fortunas en partidas agotadoras. Lo mejor de todo es el golpe final a Eddie: podrá ser un tipo listo y con una inmensa sabiduría vital, pero jamás podrá dejar atrás su destino de perdedor.
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