Partiendo de ideas expresadas en otros ensayos como La sociedad del cansancio, donde el filósofo coreano teorizaba acerca de la realidad de muchos trabajadores que no han tenido más remedio que pasar a ser jefes de sí mismos y, por lo tanto, esclavos de sí mismos a tiempo completo, La agonía del eros trata acerca de las relaciones amorosas en el siglo XXI. Para el filósofo, nuestro tiempo está dominado por el narcisismo. Las nuevas tecnologías están orientadas hacia la veneración de la propia imagen y también hacia una sed infinita de novedades, por la que estabilidad de la pareja tradicional pasa a ser casi una utopía, contando también con una intolerancia a la frustación cada vez más acusada:
"Vivimos en una sociedad que se hace cada vez más narcisista. La libido se invierte sobre todo en la propia subjetividad. El narcisismo no es ningún amor propio. El sujeto del amor propio emprende una delimitación negativa frente al otro, a favor de sí mismo. En cambio, el sujeto narcisista no puede fijar claramente sus límites. De esta forma, se diluye el límite entre él y el otro. El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad. Solo hay significaciones allí donde él se reconoce a sí mismo de algún modo. Deambula por todas partes como una sombra de sí mismo, hasta que se ahoga en sí mismo."
En el mundo de Tinder, el amor tradicional se transforma en rendimiento sexual y el cuerpo se convierte en una mercancía destinada exclusivamente a la excitación temporal del otro. El sexo y el amor son transformados entonces en objetos de consumo, de consumo rápido, puesto que, una vez satisfecha una relación, hay nuevas experiencias esperando al usuario. Lo único importante en este carrusel de relaciones es el propio ego, los otros quedan reducidos a posibles fuentes de placer momentáneo.
Byung-Chul Han denuncia también una especie de profanación del eros, en pos del auge de la pornografía. Lo que hasta entonces era misterioso y sagrado, se vuelve obsceno, perdiéndose el tradicional ritual de la seducción en pos de un consumo rápido, fácil e inmediatamente olvidable. Todo esto deriva en la pérdida de la capacidad de profundizar en la personalidad del otro, un mero objeto de consumo que debe disfrazar sus cualidades para adaptarse a las que exige el mercado.
Desde luego, a pesar de lo que expone el autor de En el enjambre, el amor tradicional basado en un compromiso durarero sigue existiendo y seguramente sigue siendo el ideal de la mayoría de la gente, por mucho que hoy domine la promiscuidad y el placer instánteneo en lo que los medios venden como relaciones. Aunque aplicaciones como Tinder sustituyan el ritual de seducción por una serie de algoritmos, creo que todavía no se ha podido vencer a esa idea de amor romántico que durante siglos ha sido la base de las relaciones amorosas en occidente.
"el sujeto narcisista no puede fijar claramente sus límites. De esta forma, se diluye el límite entre él y el otro. El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad"
ResponderEliminarVer el mundo como proyección de uno mismo es algo sensato, porque no podemos ser objetivos, por mucho que nos engañemos a nosotros mismos al respecto. Lo que podemos reconocer del otro no es tanto una pura "alteridad" sino una mera suposición a partir de lo que conocemos de nosotros mismos.
El amor propio es un horror, porque es el equivalente a la voluntad de dominio de los mamíferos sociales, pero el narcisismo, en tanto que crea un ideal social común, tiene muchas posibilidades. Amar al otro en cuanto a otro no parece muy probable, porque se trata de ir hacia lo desconocido, lo cual no puede acabar bien. Es mejor crear un ideal común -narcisista- en el que podamos coincidir.
Por lo tanto, el amor es todo lo contrario a la pasión y al deseo. El amor es intimidad en la confianza dentro de un ideal determinado.
Lo de este señor no lo veo yo con mucho futuro.
Y la pornografía está bien: no hay por qué construir misterios acerca de cosas evidentes. De hecho, la mala calidad de la pornografía viene precisamente de los prejuicios por el estilo de los que expresa este autor. La pornografía tendría que ser sensible, elegante, educativa e incluso moralista. Sin embargo, hoy sigue hundida en la marginalidad.