jueves, 24 de octubre de 2019

LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO (1959), DE ALAN SILLITOE Y DE TONY RICHARDSON (1962). LA MORAL DEL PERDEDOR.

Alan Sillitoe es uno de esos ejemplos de escritores que se empiezan a interesar a la literatura durante una larga convalecencia. Silloe se propuso narrar historias acerca de un mundo que conocía muy bien: el de la clase obrera británica, aquella a la que llegaban lentamente los beneficios del milagro económico británico posterior a la Segunda Guerra Mundial. Se trata de un mundo bastante sórdido, repleto de obreros sin mucho horizonte vital, de pequeños delincuentes y ancianos olvidados a los que jamás se les recompensó debidamente su contribución a las victorias británicas en ambas guerras mundiales.

En el relato que da título al libro, encontramos a un auténtico rebelde sin causa, un adolescente perteneciente a una familia disfuncional que intuye la marginalidad a la que va a estar destinado el resto de su vida. Después de haber sido detenido por robar en una panadería, Smith ingresa en un Reformatorio. Cuando el director del mismo advierte que el joven tiene un talento innato para la carrera de resistencia, empieza a ofrecerle algunos privilegios (como el de entrenar en completa libertad por los alrededores del edificio) a cambio de esforzarse en ganar un campeonato estatal, algo que le obsesiona. Mientras entrena en soledad, Smith vuelve a sentirse como un ser humano: la misma institución que le ha encerrado, ahora le ofrece pequeñas dosis de libertad a cambio de que el esfuerzo de Smith otorgue prestigio al Reformatorio:

"(...) y entonces conocí la soledad que siente el corredor de fondo corriendo campo a través y me di cuenta que por lo que a mí se refiere esta sensación era lo único honrado y verdadero que hay en el mundo, y comprendí que nunca cambiaría, sin importar para nada lo que sienta en algunos momentos raros, y sin importar tampoco lo que me digan los demás. El corredor que venía detrás debía de estar muy lejos porque había mucho silencio, y se notaba menos ruido y movimiento incluso que el que se nota una fría madrugada de invierno a las cinco. Era difícil de entender, y lo único que sabía era que uno tenía que correr, correr, correr, sin saber por qué está corriendo, pero uno seguía adelante atravesando campos que no entendía y metiéndose en bosques que le asustaban, subiendo lomas sin saber cómo había subido o bajado, y atravesando corrientes de agua que le habrían arrancado el corazón a uno de haber caído en ellas."

La elección moral de Smith, que se sustancia al final del relato, consiste en decidir si debe unirse al enemigo, y dar el primer paso hacia su integración en el sistema o seguir siendo un rebelde, castigado, sí, pero fiel a la ética del marginado, aquella que no busca solo el propio beneficio, sino también la retribución del mal a quienes le han castigado. La película de Richardson, es una fiel adaptación del relato, aunque desarrolla muchas situaciones y personajes que no aparecen en la obra de Sillitoe, lo que no es obstáculo para que ambos se complementen perfectamente.

El libro de Sillitoe contiene otras joyas, como Tío Ernest, un relato muy ambiguo acerca de la soledad de un señor maduro que ha vivido casi siempre en soledad y al que los acontecimientos que ha ido experimentando a lo largo de los años le parecen una especie de sueño en el que él ha sido un mero testigo sin implicación alguna con los mismos. La pequeña ilusión vital que se produce por la irrupción en su vida de dos niñas muy pobres, a las que da de comer todos los días, produce en el lector sentimientos encontrados, porque realmente jamás podemos saber cuales son las verdaderas intenciones de Ernest.

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