Poco a poco van desapareciendo los testigos del Holocausto. Los pocos que quedan son ya octogenarios, que vivieron la pesadilla siendo niños. A pesar de haberse realizado una labor muy importante de recogida de testimonios, a través de diversas fuentes, la muerte de los protagonistas siempre es un hecho lamentable, porque son historia viva que pueden enseñar muchas cosas a las nuevas generaciones, sobre todo en el caso de un escritor como Imre Kertész, ganador del premio Nobel y narrador insobornable de la experiencia íntima del infierno, sobre todo a través de su novela más emblemática, Sin destino, una narración autobiográfica que expone los hechos de manera muy cruda, sin apenas insertar opiniones personales ni elementos de juicio, puesto que adopta su punto de vista de la época: el de un adolescente que se ve arrastrado por la Historia sin comprender muy bien lo que está sucediendo.
Un instante de silencio en el paredón es un libro muy distinto, una reflexión profunda de lo que ha significado el Holocausto para la conciencia europea. Y lo hace desde el punto de vista de un testigo ya maduro y que ha tenido mucho tiempo para dedicarse a la introspección, para aprovechar, como él mismo dice, un exilio voluntario a su mundo singular y sacar sus propias conclusiones acerca de un pasado que es capaz de enlazar con un presente que todavía no se ha reconciliado del todo con aquel. Si bien para muchos europeos Auschwitz es más una especie de símbolo que una espantosa realidad que funcionaba a pleno rendimiento hace algunas décadas. Por mucho que la literatura y el cine nos lo hayan mostrado, su representación nada tiene que ver con la realidad de quien tuvo que soportar una estancia en el campo de exterminio. La palabra no basta. La imagen tampoco. Solo la experiencia de quienes tienen que arrastrar este trauma por el resto de sus vidas. Y lo peor de todo es que Auschwitz no es una anomalía, sino una perfecta materialización de una parte del espíritu humano:
"Nuestra mitología moderna empieza con un gigantesco punto negativo: Dios creó el mundo y el ser humano creó Auschwitz."
Y lo peor que podemos hacer es olvidarlo. La cicatriz sobre Europa fue demasiado profunda y todavía es capaz de supurar:
"Y veremos, analizando si el holocausto es una cuestión vital para la
civilización europea, para la conciencia europea, que lo es, en efecto,
porque la misma civilización dentro de cuyo marco fue llevado a cabo
debe también reflexionar sobre él: de no ser así, se convertiría en una
civilización averiada, en un inválido en estado terminal que se dirige,
impotente, hacia la desaparición."
Pero Kertész no se conforma con denunciar el nazismo. A pesar de haber podido huir a los Estados Unidos - cuando fue liberado, contaba con solo dieciseis años, la vida por delante - un impulso le obligó a volver a la devastada Budapest. Allí se convirtió en un paciente observador del día a día de un régimen totalitario, de los intentos de algunos de sus conciudadanos por combatirlo, de la sumisión de muchos y de la pasividad de la mayoría. Para sobrevivir había que convertirse en un engranaje del sistema, llamar poco la atención. Una vez derrotados los regímenes comunistas (el autor dicta estas conferencias en los años noventa), Kertész desconfía, sobre todo cuando la pasión política se convierte en movimientos de masas. Ni siquiera es capaz de esperar algo de los intelectuales: en demasiadas ocasiones se acercan al pesebre del poder o son capaces de adaptarse a la conveniencia del momento. La tentación de entregarse a una ideología puede llegar a ser la tumba de la libertad individual.
Para el premio Nobel húngaro, la única esperanza reside en el saber, en el estudio individual y en formas de memoria colectiva que sean estrictamente respetuosas con la verdad, aunque ésta sea doliente. Un instante de silencio en el paredón recoge las reflexiones de un ser que se siente desarraigado, pero que a la vez es incapaz de dejar de tener esperanza en el hombre.
Para el premio Nobel húngaro, la única esperanza reside en el saber, en el estudio individual y en formas de memoria colectiva que sean estrictamente respetuosas con la verdad, aunque ésta sea doliente. Un instante de silencio en el paredón recoge las reflexiones de un ser que se siente desarraigado, pero que a la vez es incapaz de dejar de tener esperanza en el hombre.
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