martes, 19 de abril de 2016

RINCONETE Y CORTADILLO (1613), DE MIGUEL DE CERVANTES. LA COFRADÍA DE MONIPODIO.


Sevilla, a finales del siglo XVI, cuando fue escrita la primera versión de esta narración, era una ciudad soprendente, plena de actividad económica como puerto de las mercancías que llegaban de las Indias. Como reflejo de ello nos ha quedado uno de los centros históricos más extensos del mundo, repleto de iglesias, conventos y palacios. Pero esta opulencia no podía esconder el brutal contraste con la masa de los desfavorecidos, aquellos que tenían que dedicarse a los trabajos más sacrificados, cuando no directamente a la mendicidad o al robo. Con tanta actividad y tanto dinero circulando por sus calles, la ciudad era un polo de atracción para toda clase de buscavidas y pícaros. Esto se refleja muy bien al comienzo de Rinconete y Cortadillo. Cuando los protagonistas, que acaban de conocerse, se enteran de que unos comerciantes aceptan que les acompañen a Sevilla, se sienten gozosos, puesto que allí podrán desarrollar a su gusto las industrias del engaño en los naipes y del hurto, de las que son consumados especialistas.

Pero la gran sorpresa será descubrir que el oficio de ladrón no puede ejercerse libremente en la ciudad. Un muchacho, que es testigo del primero de sus hurtos, les advertirá de esta circunstancia y les invitará a visitar el patio de Monipodio, el auténtico padrino del hampa de la ciudad. Parece ser que esta cofradía que Cervantes describe, cuenta con alguna base histórica. Además, el autor de El coloquio de los perros, había pasado suficiente tiempo en la capital hispalense - también llegó a conocer el interior de su cárcel - como para basar su relato en lo que había visto o lo que le habían contado. En su obra La Miscelánea, escrita a finales del siglo XVI, Luis Zapata cuenta lo siguiente:

"En Sevilla dicen que hay cofradía de ladrones con su prior y cónsules como mercaderes; hay depositario entre ellos, en cuya casa se recogen los hurtos, y arca de tres llaves, donde se echa lo que se hurta y lo que se vende, y sacan de allí para el gasto y para cohechar los que pueden para su remedio. Cuando se ven en aprieto son muy recatados en recibir que sean hombres esforzados y ligeros, cristianos viejos. No acogen sino a criados de hombres poderosos y favorecidos en la ciudad, ministros de justicia; y lo primero que juran es esto, que aunque los hagan cuartos, pasarán su trabajo, mas no descubrirán los compañeros; y ansí, cuando entre la gente honrada de una casa falta algo, que dicen que el diablo lo llevó, levántaselo al diablo que no lo llevó, sino alguno de estos. Y de haber la cofradía es cierto, y durará mucho más que la Señoría de Venecia, porque aunque la justicia entresaca algunos desdichados, nunca ha llegado al cabo de la hebra."

En realidad lo que le interesa a Cervantes es llegar al momento en el que los dos mozos entran en la vivienda de Monipodio, para poder describir a su gusto la realidad cotidiana de esta especie de mafia sevillana. Pero el escritor no quiere ser sórdido, sino más bien amable con el lector, usando con maestría de una de sus armas literarias predilectas, la ironía, para que nos adentremos en un mundo realmente insólito. Y lo hacemos a través de los ojos de Rincón y Cortado, bautizados en el acto con sus nuevos nombres, Rinconete y Cortadillo, cuando son aceptados como miembros de la cofradía. El patio de Monipodio, utilizado una y mil veces como metáfora de la corrupción imperante en nuestro país, es como un escenario teatral en el que suceden mil cosas a la vez, donde Cervantes puede hacer gala de su fino sentido del humor: 

"Estando en esto, entraron en la casa dos mozos de hasta veinte años cada uno, vestidos de estudiantes; y de allí a poco, dos de la esportilla y un ciego; y, sin hablar palabra ninguno, se comenzaron a pasear por el patio. No tardó mucho, cuando entraron dos viejos de bayeta, con antojos que los hacían graves y dignos de ser respectados, con sendos rosarios de sonadoras cuentas en las manos. Tras ellos entró una vieja halduda, y, sin decir nada, se fue a la sala; y, habiendo tomado agua bendita, con grandísima devoción se puso de rodillas ante la imagen, y, a cabo de una buena pieza, habiendo primero besado tres veces el suelo y levantados los brazos y los ojos al cielo otras tantas, se levantó y echó su limosna en la esportilla, y se salió con los demás al patio. En resolución, en poco espacio se juntaron en el patio hasta catorce personas de diferentes trajes y oficios. Llegaron también de los postreros dos bravos y bizarros mozos, de bigotes largos, sombreros de grande falda, cuellos a la valona, medias de color, ligas de gran balumba, espadas de más de marca, sendos pistoletes cada uno en lugar de dagas, y sus broqueles pendientes de la pretina; los cuales, así como entraron, pusieron los ojos de través en Rincón y Cortado, a modo de que los estrañaban y no conocían."

Porque en realidad los protagonistas, obviando la primera parte de la obra, son seres pasivos, que asisten como testigos privilegiados (y críticos al final) a un episodio cotidiano de la picaresca organizada de Sevilla, una organización que parece haberse insertado sin demasiados problemas en la vida de la urbe. Las autoridades, aunque perciben al hampa como a un enemigo del Estado, toleran su existencia y dedican gran parte de los recursos que podrían emplear en su contra a una batalla que estiman mucho más importante, contra la herejía. Manuel Fernández Álvarez en su obra Cervantes visto por un historiador, detalla algunas características de esta organización que funcionaba como una pseudosociedad, con sus propias normas, sus propios estratos sociales y sus propios dirigientes:

"Y lo primero que hay que tener en cuenta es que el hampa no preocupa tanto a los dirigentes de la sociedad, sea cual fuere, como lo pueden hacer los disidentes ideológicos. Baste tener en cuenta lo siguiente: el hampa no aspira a destruir el Estado en que se halla enquistada; al contrario, puesto que es del que se nutre, mediante su juego propio. Están en guerra, por supuesto, y mientras los miembros del hampa conculcan la ley todos los días, el Estado moviliza sus recursos para castigar de cuando en cuando a los delincuentes, al menos en los delitos más atroces. Pero no hay ningún Estado en el mundo, ni lo ha habido, que sueñe con aniquilar el hampa. Es evidente, a todas luces, que no puede. A veces se aprecian, incluso, como pactos y como transacciones. A la inversa, repito, el hampa no tiene el menor interés en destruir al Estado. Sus actividades no son políticas; son meramente sociales. Es a la sociedad a la que mortifica, con sus alfilerazos, que a las veces se tornan en cuchilladas. Pero es claro que necesita de esa sociedad, de la que se alimenta; de forma que tampoco le interesa destruirla. Cuando los matones de cualquier gran ciudad extorsionan a honrados comerciantes, para que les paguen «su impuesto» (y obsérvese esa correlación con las actividades estatales) pueden llegar a la violencia para conseguirlo, e incluso a algún homicidio, pero naturalmente no desean que se pare esa actividad, necesitan de esos miembros de la sociedad que laboran y que acarrean ganancias; lo que aspiran es a llevarse una parte, doblando así, de esta curiosa manera, las funciones estatales. A su vez, el Estado tiene una justificación ante la sociedad para su existencia. No olvidemos que existen ideologías que aspiran a una sociedad sin Estado. Ahora bien, mientras exista el hampa, el Estado puede ser, a los ojos del ciudadano medio, como el orden, como la garantía de que la ley —esa ley que responde a sus necesidades— es respetada. Y los que viven bajo su amparo pueden hacerlo relativamente confiado."

Precisamente, una de las realidades que más sorprende a los dos protagonistas, en el juicio final que realizan una vez que pueden reflexionar acerca de lo que han visto, es la religiosidad de estos cofrades del crimen, que creen que ejerciendo su oficio están realizando una obra santa y que acatando las normas de Monipodio y practicando a la vez sus devociones tienen asegurada la salvación de su alma:

" (...) le admiraba la seguridad que tenían y la confianza de irse al cielo con no faltar a sus devociones, estando tan llenos de hurtos, y de homicidios y de ofensas a Dios. Y reíase de la otra buena vieja de la Pipota, que dejaba la canasta de colar hurtada, guardada en su casa y se iba a poner las candelillas de cera a las imágenes, y con ello pensaba irse al cielo calzada y vestida."

Aunque no pueda inscribirse exactamente en el género picaresco (no está escrito en primera persona y sus protagonistas no parecen obsesionados con la idea de ascenso social) Rinconete y Cortadillo es una de esas novelas que nos retratan como sociedad, de esas a las que siempre se alude como referencia cuando se quieren explicar ciertas actitudes de los españoles en general y de sus dirigentes políticos en particular. A pesar de todo, es una obra que se aleja de toda intención trágica y tiene un tono más bien festivo e irónico. Ni siquiera la pretendida lección moral del final suena a auténtica, puesto que cuando los mozos se proponen no durar mucho "en esa vida tan perdida  y tan mala", Cervantes nos informa de que siguieron con ella unos meses. Tampoco es que el Estado de los Austrias de aquel tiempo ofreciera muchas más alternativas que las galeras a los pícaros que querían cambiar de vida.   

2 comentarios:

  1. Muy interesante la reflexión acerca de cómo el hampa es equivalente a la organización estatal. Ahora me pregunto cuál es el origen de esta idea literaria. He llegado hasta aquí https://es.wikipedia.org/wiki/The_Beggar%27s_Opera , de esta ocurrencia de a primeros del XVIII del genial Jonathan Swift. Pero "Monipodio" es anterior. ¿Hubo precedentes clásicos? No recuerdo que en el "Satiricón", que se considera obra picaresca, se formalizara semejante equiparación.

    La comparación entre el Estado y el hampa es importante porque, refleja, entre otras cosas, la maleabilidad social, el cómo un bandido, cuando llega a ser suficientemente poderoso, viene a ser lo mismo que un rey. Es una burla en la misma medida en que todo el sistema social lo es.

    Y, por cierto, no me parece exacta esta reflexión del señor Fernández Álvarez: "no hay ningún Estado en el mundo, ni lo ha habido, que sueñe con aniquilar el hampa", Estados totalitarios como los marxistas de Cuba y China hicieron explícito su propósito de aniquilar el hampa, ya que identificar el hampa con el corrupto régimen anterior los beneficiaba ideológicamente.

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  2. Creo recordar que algo de esto salía también en la serie "Roma", pero tendría que revisarla para estar seguro...

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