La tragedia de la cultura rusa en el siglo XX constituye un capítulo especial en la historia universal de la infamia, sobre todo si nos centramos en la época de Stalin. Leonid Dobychin es uno de esos casos de escritores cuya obra fue truncada por los acontenimientos políticos, en una época en la que solo cabía, para triunfar oficialmente, acogerse al estilo del realismo soviético, aunque ni así el autor podía verse totalmente libre de las suspicacias inquisidoras de un Estado totalitario. La obra de Dobychin se divulgó de manera prácticamente clandestina y la misma muerte del autor tiene mucho de literario: su cuerpo fue encontrado en el río Neva y hasta hoy no se sabe la causa de la muerte, si fue por suicidio o por cualquier otra circunstancia.
El punto de vista de La ciudad de N es el de la inocencia. El narrador es un niño que poco a poco se convierte en un adolescente y va descubriendo el mundo que le rodea. Nos encontramos a finales del siglo XIX y principios del XX, una época muy convulsa, en la que se producen los primeros ensayos revolucionarios que culminarán, en 1917, con la creación del Estado Soviético. Así pues, lo que describe el protagonista es un mundo ya desaparecido, pero lo hace en un tono tal que parece que dicha sociedad va a ser eterna. A pesar de eso hay ciertos apuntes que denotan movimientos subterráneos que finalmente desembocarán en la ruptura total con lo antiguo en el intento de crear una nueva humanidad, con valores radicalmente distintos.
El mundo idílico del pequeño, perteneciente a una clase social acomodada, se mueve entre juegos, observación de sus mayores, asistencias a actos religiosos y los primeros amores. Hay un esfuerzo permenente por dotar de normalidad a las descripciones, aunque de fondo resuenen acontecimientos inquietantes. El mundo del proletariado apenas tiene relevancia en la realidad del protagonista, pero en algunos párrafos puede intuirse que existe una realidad mucho más dura: la de los mendigos y la de los trabajadores explotados, que parecen vivir al margen del contrato social. Su presencia no es invisible, pero trata de ser minimizada en la vida cotidiana de los privilegiados:
"Cuando ya había oscurecido, se dispararon las sirenas de los talleres y desde las ventanas oímos a los trabajadores pasar corriendo por la calle. Maman se levantó y cerró la ventana porque desprendían un olor a aceite de maquinaria y hollín que entraba en la casa."
Las costumbres de la Rusia urbana de finales del XIX están marcadas por una gran devoción religiosa, algo que la emparenta con la sociedad de nuestro país de la misma época. Si que existe un ambiente de cierta tolerancia religiosa, e incluso puede darse la ocasión de que el protagonista se acerque a libros poco convenientes para su edad, porque podrían originar fisuras en la pureza de su fe:
"En un armario encontré un libro titulado La vida de Jesús. Me sorprendió. No creía que fuera posible dudar de la divinidad de Jesucristo. Lo leí a escondidas sin decírselo a nadie. «Entonces, ¿de qué puede uno estar plenamente seguro?», me dije a mí mismo."
La ciudad de N es literatura decimonónica escrita en pleno siglo XX, quizá como protesta frente a una realidad gris y represiva. El estilo de Dobychin trata de parecerse al de Chéjov, aunque carezca del toque que hacía de éste uno de los grandes maestros de la literatura universal. La novela también puede ser leída como una especie de variante de A la busca del tiempo perdido, de Proust, por su poder de evocación y atención a los más nimios detalles de la experiencia pasada.
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