lunes, 14 de septiembre de 2015

LOS INÚTILES (1953), DE FEDERICO FELLINI. LA VIDA EN PROVINCIAS.

Nada más comenzar el visionado de Los inútiles, el espectador que conoce la obra de Juan Antonio Bardem, no puede sino establecer muchos puntos en común con su obra maestra, Calle Mayor. Ambas películas nos muestran el aburrimiento cotidiano de un grupo de jóvenes ante la vida en una población pequeña, donde casi nunca sucede nada relevante y los mismos rostros pasean por las mismas calles de siempre. Los de Bardem reaccionan ante este nihilismo a través de la presunta superioridad que les concede hacer partícipes a otros de sus bromas pesadas. Las criaturas de Fellini responden de forma más heterogénea: unos soñando con un triunfo artístico que nunca llega, otros mediante conquistas amorosas efímeras y algún otro intentando mantener una especie de simulacro de honor en su familia. Lo cierto es que viven en una sociedad cerrada y muy conservadora, en la que los roles sociales están muy definidos, sobre todo en cuanto al papel que le toca jugar a varones y hembras. Para los componentes del grupo, hombres treinteañeros, es natural llevar una existencia inmadura y nada productiva, aunque nada inútil en el fondo, porque su actitud y sus ocurrencias dan color a la grisura de la vida cotidiana. Son adolescentes perpetuos y como tales son aceptados por sus vecinos.

Se ha hablado mucho de la influencia del neorrealismo en las primeras películas de Fellini, pero ya aquí, en su tercera realización, puede advertirse un estilo y temáticas totalmente personales, en gran parte basada en sus recuerdos de juventud. Como dijo en Entrevistas con directores de cine italianos:

"En mis películas, me he limitado simplemente a contar, a hablar de mis cosas y de hechos que conocía mejor porque me pertenecían; quizá por esto he sabido interpretarlos y contarlos con aquella autenticidad que logra convertir una realidad particular en algo más general, más profundamente común, en la que otros también pueden reconocerse."

Aunque en Los inútiles, hay espacio para desarrollar las distintas personalidades del grupo de amigos, destaca entre todas la historia de Fausto. Fausto es un seductor nato, uno de esos tipos que solo nacen en Italia, capaces de abandonar a la propia esposa en mitad de una proyección cinematográfica por acabar la tarea de seducción a otra mujer, comenzada en la propia sala y después volver con su mujer ofreciéndole una explicación perfectamente absurda de sus acciones. Su conciencia solo despertará cuando la mujer desaparezca, junto a su hijo, del hogar familiar, y tampoco sabemos con certeza si no volverá pronto a las andadas. Ni que decir tiene que su matrimonio fue forzado por la presión familiar, ejercida de forma bastante violenta, cuando su esposa se dio cuenta de que estaba embarazada. Y es que la moral tradicional ha de ser mantenida contra viento y marea, algo que también se aplica a la actitud de Moraldo con su hermana cuando advierte que está en relaciones con un hombre casado. Lo que puede valer para él o para sus amigos, está vetado para su hermana y, de saberse esta historia, el escándalo para la familia sería absolutamente humillante.

El espíritu festivo y burlesco de Fellini está presente en todo el metraje de la cinta, como resulta evidente ante escenas como la de la fiesta, a la que dos de los amigos acuden disfrazados, uno de una especie de trovador medieval y otro de mujer y bailan apasionadamente. Pero esta característica del director italiano está todavía domesticada, no se desborda como sucederá en realizaciones posteriores. Y desde mi punto de vista, este equilibrio favorece al cine de un realizador cuyo estilo llegaría a convertirse en demasiado barroco y asfixiante en ocasiones.     

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