La figura de León Tolstói emerge en la historia de la literatura como uno de los escritores más prodigiosos de todos los tiempos, capaz, como su contemporáneo Dostoyevski, de reflejar sus tormentos interiores en sus escritos. Fruto de estas dudas existenciales que le acuciaron durante su entera existencia es esta Confesión, que toma como modelo escritos precedentes en los que el escritor se autoanaliza espiritualmente, como los de San Agustín, Montaigne o Rosseau. Es este un género muy especial, en el que solo pueden ser maestros unos pocos elegidos capaces de desnudar su alma de manera absolutamente impudorosa, exponer sus eternas dudas y tratar de encontrar una salida al laberinto en el que se ha convertido su propio pensamiento. En el caso de Tolstói, la solución va a venir al observar la experiencia de los más humildes.
Hasta los cincuenta años, Tolstói estuvo viviendo conforme se esperaba que lo hiciera una persona de su cuna, aunque manifestando serias dudas internas respecto a lo establecido. Pero es al cumplir esa edad cuando le sobreviene la auténtica crisis, en la que empieza a dudar del sentido de la existencia, precisamente en el momento más equilibrado de su vida, cuando gozaba de fama, riquezas y era considerado uno de los grandes intelectuales de su tiempo. Para enfrentarse a este peligroso trance, en el que estuvo coqueteando con la idea del suicidio como única salida, el autor rememora su propia vida y analiza la falta de espiritualidad que la ha regido hasta aquel instante. Tolstói parte de la religión que practicaban los miembros de su clase social (él pertenecía a una familia de la antigua nobleza rusa), para concluir que esta fe no es auténtica, sino más bien una tradición utilitarista, casi un instrumento para mantener el status quo, e incluso llega a asegurar que, en este caso, los que se dicen creyentes suelen ser menos bondadosos que los que no lo son:
"(...) la fe se profesa en algún lugar lejos de la vida e independientemente de ella. Si nos topamos con la fe, será sólo como un fenómeno externo, no ligado a la vida.
Por la vida de una persona, por sus actos, hoy igual que ayer, es imposible saber si es creyente o no. Si existe alguna diferencia entre los que profesan abiertamente la ortodoxia y los que la niegan, no es en beneficio de los primeros. Ahora, como entonces, el reconocimiento público y la profesión de la ortodoxia se encuentran, en gran medida, entre personas estúpidas, crueles e inmorales, que se consideran muy importantes. La inteligencia, la franqueza, la honradez, la bondad y la moralidad se suelen hallar, por el contrario, entre los hombres que se reconocen no creyentes."
Tampoco la ciencia, tan prometedora en su compromiso de aumentar el conocimiento de los hombres es capaz de responder a la cuestión fundamental acerca del sentido de la existencia, ni siquiera los grandes filósofos como Aristóteles o Schopenhauer. Al final fija su mirada en las clases humildes, en aquellos hombres y mujeres que son tan abundantes que hasta entonces le han pasado desapercibidos. Analiza su forma de vida, sus creencias y empieza a encontrar una nueva dimensión a la palabra fe. Fe quiere decir vivir conforme a unas creencias, siendo coherente con las mismas. El campesino que trabaja duro toda su vida, comprende cuales son los ciclos de la existencia y está siempre preparado para la llegada de la muerte, es su auténtico modelo:
"Recordé cómo esas creencias me habían repugnado y parecido desprovistas de sentido cuando eran profesadas por gente que vivía en contradicción con ellas, y recordé cómo esas mismas creencias me atrajeron y me parecieron sensatas cuando vi a la gente que vivía de acuerdo con ellas; comprendí por qué las había rechazado y por qué las había encontrado absurdas, mientras que ahora me parecían llenas de sentido."
A partir de aquí, Tolstói se retiraría a sus tierras en Yásnaia Poliana e intentó vivir conforme a las enseñanazas de lo que se ha dado en llamar movimiento tolstoyano, bajo el principio de querer "comprender de tal manera que cada postulado inexplicable se me
aparezca como una necesidad de la razón, y no como una obligación de
creer", siguiendo en esencia la doctrina de Jesucristo, pero sin estar adscritos a ninguna iglesia oficial, una forma de vida en la que se inspiraría el movimiento anarquista y a la filosofía de la no violencia de Gandhi (que llegaría a cartearse con Tolstói). Que un escritor de fama mundial, venerado por tantos terminara sus días conviviendo con campesinos, instruyéndolos y aprendiendo de ellos, nos habla de la grandeza de una figura irrepetible.
Y tan irrepetible. Ya no quedan intelectuales de este tipo, que vivan de acuerdo con sus ideas, que vivan públicamente sus dudas espirituales, que sean referentes morales.
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