Existen películas que no son para todos los públicos. Al menos no para aquellos que acuden al cine buscando evasión, situaciones alejadas de la vida cotidiana que le hagan olvidarse de sus propios problemas. Para estos espectadores no es recomendable el cine de Mike Leigh, que es una especie de antropólogo cinematográfico de la vida cotidiana, estudiando situaciones, a veces muy dramáticas, para que veamos como es nuestra propia existencia desde una perspectiva más objetiva. Así definía el director sus intenciones respecto a esta realización en una entrevista concedida a cineeuropa.org:
"La vida es fascinante. Somos seres humanos, tenemos un poder de fascinación ilimitado y una pasión natural que nos impulsa a observar la vida y a celebrarla. He trabajado con mi director de fotografía Dick Pope, desde hace más de veinte años con esa preocupación de mostrar la vida cotidiana. Es casi un documental, pero en esta película trabajamos mucho sobre el aspecto visitual para reconstruir un mundo donde se experimenta, en especial, la diferencia de las estaciones. Cada estación es filmada con detalle, de manera diferente y con diferentes atmósferas."
Another year nos presenta a Tom y Gerri, la madura pareja protagonista, como dos seres que han alcanzado un perfecto estado vital y emocional. Después de décadas de matrimonio, se siguen queriendo como el primer día y llevan una existencia muy equilibrada entre lo profesional y lo íntimo. Para que todo sea más simbólico, dedican sus horas de ocio a cultivar su propio jardín, reforzando su armonía vital. En contraste a tanta perfección, algunos de los amigos que los visitan son unos fracasados, gente que seguramente se siente intimidada frente al refugio de felicidad que los protagonistas han construído. Entre todos ellos destaca Mary, compañera de trabajo de Gerri, de quien depende emocionalmente.
Mary es un ser desgraciado y solitario. Aunque tiene un trabajo estable y una vivienda humilde, su insatisfacción vital la desborda y no puede disimularla ante sus semejantes, condimentando todas sus conversaciones con muestras evidentes de una enorme ansiedad. Necesita hacer ver que es una mujer atenta con los demás, saludando a todos con un cariño exagerado, aunque después no tenga demasiado de lo que hablar, excepto anécdotas cotidianas acerca de sí misma. Su gran frustración reside en considerarse ya demasiado mayor como para encontrar el amor y vuelca esta necesidad de afecto en el hijo de los protagonistas, en el que parece no ver tanto un ser al que amar, sino un instrumento para acercarse aún más a Gerri.
Con estos elementos y otros personajes perdedores (el hermano de Tom, que acaba de quedar viudo o un amigo de la pareja, obeso, bebedor y autodestructivo) Leigh construye una película intimista, que reflexiona acerca de nuestras decisiones vitales y dónde nos llevan éstas al final. Los protagonistas demuestran que, con un poco de suerte y sentido común se puede encontrar la armonía. No es una tarea fácil para todos, depende de las cartas que la vida reparte a cada uno, pero creo que la clave reside en no ser demasiado ambicioso y apoyar a los que no son tan afortunados en la medida de lo posible, aunque, eso sí, estableciendo ciertos límites. La mejor recompensa que ofrece la existencia a sus elegidos es una madurez serena, lo mejor a lo que puede aspirar el ser humano.
Se queda uno pensando qué significa esta historia acerca de la convivencia entre los felices y los infelices. Por un lado, a los felices se les exige mucho, y por eso tenemos que ser comprensivos de que a veces metan algo la pata. Lo principal es que hacen lo que pueden, y hacen mucho. En el feliz matrimonio que cultiva su huerto y disfruta de su estatus social percibimos un cierto rastro de intencionada trivialidad. En los desdichados, la angustia de tratar de eludir su propia realidad.
ResponderEliminarFalta la virtud suprema de la empatía total, pero eso no se puede exigir a cualquiera. Bastante con que sean personas honradas, digo yo...