martes, 10 de marzo de 2015

MAMMA ROMA (1962), DE PIER PAOLO PASOLINI. VIDA EN LA PERIFERIA.

La nueva película de Abel Ferrara, de estreno inminente en España, va a volver a poner de actualidad al director italiano, un tipo tan heterodoxo como fascinante. Aunque no he tenido oportunidad de leer ninguna de sus novelas, sí que puedo decir que en su cine volcó buena parte de sus contradicciones vitales: desde la religiosidad más serena en El evangelio según san Mateo al sadismo más virulento de Saló, pasando por lo burlesco en Pajaritos y pajarracos. De la entrevista que concedió para el libro colectivo Entrevistas con directores de cine italianos, de José Ángel Cortés, me quedo con la comparación que establece entre la literatura y el cine, un tema que a mí siempre me ha apasionado:

"Mientras la literatura se expresa a través de un sistema de signos para expresar la realidad, el cine lo hace a través de la realidad misma. Como ve, la diferencia es tan grande que resulta un poco absurdo pretender hacer un parangón. Las comparaciones se pueden hacer en un campo no técnico no lingüistico. Es decir, en un campo espiritualista. Yo puedo afirmar que sustancialmente, en lo que respecta a la manifestación de mi espíritu, la literatura y el cine son la misma cosa. Pero, repito, en un nivel espiritualista. Para concluir insisto en que una confrontación entre la expresión literaria y la cinematográfica es una comparación entre dos miembros técnicos lingüisticos sin posible comparación entre sí."

Mamma Roma está influida por el movimiento neorrealista, pero lo trasciende, porque Pasolini imprime a su cine un sello personal e inconfundible. Si bien retrata un barrio decadente de la periferia de Roma el lugar, más que ocasión de denuncia social, es el escenario perfecto para retratar las andazas de sus personajes, sobre todo de su protagonista, interpretada por Anna Magnani. La Mamma Roma de Magnani es una mujer ya madura, pero con muchas ganas de vivir. Mantiene una relación conflictiva con su pasado como prostituta. No se avergüenza del mismo - le ha ayudado a sobrevivir y a lograr su independencia actual - pero tampoco se enorgullece. En cualquier caso, sus vecinos aceptan con naturalidad su pasado. Ante el mundo se muestra como la típica mujer meridional, expresiva y amante de las relaciones sociales. Su debilidad es su hijo, un joven de dieciseis años del que no se ha podido ocupar como hubiese querido y ha resultado tan iletrado como ella. Su obsesión será que el muchacho no comparta un destino tan sórdido como el suyo, aunque no sabe muy bien como orientarle por un camino que ella misma no conoce. Cuando mejor queda retratada es en esas escenas nocturnas en las que la cámara la acompaña en su paseo y conversa con distintos personas (antiguos clientes casi todos), hablando de sus problemas y de la vida en general.

La periferia de Roma juega en el film de Pasolini como un personaje más: en el horizonte puede verse el perfil de los edificios que habita la clase media y al fondo las torres de las iglesias del centro histórico de la ciudad. Pero los habitantes del barrio están condenados a pasear por un descampado en el que no faltan unas evocadoras ruinas que seguramente tendrán siglos de antigüedad. Son personajes con conviven con naturalidad con la sordidez, con la pequeña delincuencia y con el comercio carnal ocasional. Si algo me resulta desconcertante de Mamma Roma es el destino final del hijo de la protagonista, algo que descoloca si uno se atiene al resto del metraje, pero que es una muestra más de que Pasolini no se atenía a convenciones, ni siquiera en su segunda película.

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