Si hay algo que distingue a nuestra época de los siglos precedentes es que la idea de Dios ya no es parte esencial de la vida cotidiana de muchísimos ciudadanos, sobre todo en occidente. Antes la vida era infinitamente más dura que en la actualidad, pero el hombre común contaba con la esperanza cierta de que su paso por el mundo era algo transitorio, que la auténtica existencia vendría después de la muerte y que una vida virtuosa sería recompensada con el paraíso. La religión podía ser algo opresivo, que controlaba casi todos los aspectos de la sociedad, pero también tenía algo de liberador para mucha gente. Al producirse esta simbólica muerte de Dios, los filósofos y pensadores tenían que encontrar algún sustitutivo, ya sea a través de la ciencia (quizá el mayor enemigo de la religión en la actualidad), o de nuevas maneras de pensar (new age, espiritualidad, filosofías orientales...).
Los gigantes del pensamiento de finales del siglo XIX y principios del XX fueron los que profundizaron la brecha que ya había abierto el pensamiento ilustrado: para Marx, la religión era una droga que impide a las masas despertar y conquistar su dignidad, para
Nietzsche, la representación de una moral gregaria y para Freud una
ilusión reconfortante que sirve para reprimir instintos latentes. Además, Darwin ya había demostrado que no somos una creación divina, sino el resultado de una larga y cruel lucha en el campo de batalla de la ley de la evolución. Pero ¿qué pasaba con las esperanzas del hombre? ¿podían ser sustituidas por pensamiento racional? ¿es mejor que la fe esté generalizada, aunque intuyamos que se basa en una mentira? ¿la muerte de Dios, tal y como preconizaba Dostoiveski significaba que de pronto todo estaba permitido, que la moral moriría con él?
Este problema que conlleva el fin de la fe, ya fue previsto por el escritor Henry James, tal y como comenta Peter Watson:
"En su opinión, la fe en Dios se ha visto sustituida - o debe serlo - por la convicción de que las ficciones compartidas representan algo más que una simple forma de mentir: son un modo de permanecer unidos, de contemporizar con el deseo y refrenarlo, lo que significa que también constituyen un defecto común y un consuelo, además del reconocimiento tácito de que somos todos criaturas expulsadas del paraíso."
Ciertamente en el siglo XX la historia avanzó demasiado deprisa y muchos de sus hitos son causas o consecuencias de nuevas maneras de pensar que sustituyen a unos dioses por otros, con consecuencias nefastas: el nazismo, el fascismo, el comunismo... En contraste, también el bienestar material que alcanzó cotas nunca vistas en el siglo pasado, contribuyó a que la importancia de la religión se fuera diluyendo.
Si a estas alturas podemos decir que el gran triunfador del siglo fue el capitalismo. El nuevo Dios que exige sacrificios constantes a cambio de la salvación aquí en la Tierra: el dinero puede conseguir un sustitutivo instantáneo del escurridizo paraíso prometido. De los conflictos íntimos que derivaban de estas nuevas convicciones hablaba en los años treinta Henry Idema:
"Idema señala la confluencia de tres hechos que dan en cristalizar simultáneamente por esos mismos años: la generalización de las neurosis, debido a la desaparición del consuelo que la gente había venido obteniendo hasta entonces a través de las iglesias dominantes; la "privatización" de la religión; y un alejamiento de las tradiciones religiosas compensado por la aproximación reverencial a la opulencia y el materialismo."
Así pues, las certezas del pasado quedan sustituidas por un volumen cada vez más apabullante de información, un auténtico supermercado de ideologías, creencias y filosofías, en el que el hombre tiene libertad de elegir, pero ante el que comúmente se siente perdido. Ante esto las religiones reaccionan intentando encontrar un sentido racional a su mensaje. Pero al final tenemos que buscar por nosotros mismos como vivir, como comportarnos y como salvarnos. Así lo expresa el canadiense Mark Kingwell:
"Otro de los aspectos del capitalismo moderno que contribuyen a la infelicidad es el enorme volumen de información con que nos inundan la existencia, circunstancia que hace que muchas personas tengan la sensación de estar quedándose rezagadas - generándose así un síndrome al que Kingwell da el nombre de "ansiedad de la puesta al día" y cuyos síntomas se concretan en la íntima convicción de que es preciso "recuperar el retraso", una disposición de ánimo que mina nuestras energías - . Nos hallamos sencillamente saturados de contenidos culturales, con el agravante de que apenas tenemos oportunidad de hallarle sentido al contexto en el que se vierten todas estas informaciones. Y como es obvio, todo esto obstaculiza y torpedea nuestro deseo de plenitud."
El de Peter Watson es uno de esos estudios amplios e inagotables, ricos en información y en sugerencias de nuevas lecturas, de profundización en un tema tan apasionante. Es imposible resumir aquí los autores citados, las doctrinas y las tendencias sociales que se tratan en cada uno de los capítulos de este grueso volumen. Uno solo puede sentir admiración por la erudición del autor de otras obras también de grueso calibre como Ideas o Historia intelectual del siglo XX.
Aquí una reseña sobre el mismo libro
ResponderEliminarhttp://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2015/01/la-edad-de-la-nada-2014-peter-watson.html
Al final, en el libro no hay conclusiones, solo una suma de reflexiones sobre una cultura contemporánea que ya es básicamente atea, y que todavía no ha determinado si la religión tradicional requiere o no una alternativa.