jueves, 13 de noviembre de 2014
HISTORIA DE LAS MALAS IDEAS (2003), DE EDUARDO GIL BERA. EL MIEDO OS HARÁ HUMANOS.
Elijo siempre mis lecturas a través de referencias: las que me ofrecen otros libros, algún suplemento cultural o mis amigos. He aquí la excepción: no conocía nada de este libro ni del autor. No obstante, me sedujeron de inmediato el título y la portada. Además, el texto de la contraportada rezumaba un pesimismo radical. Y en esta ocasión, la experiencia de la lectura ha sido acorde con mi intuición, sobre todo porque me gustan los intelectuales libres, aquellos que exponen claramente su concepción del mundo, aunque duela y lo hacen con argumentos. Este es un libro sobre el miedo, escrito por alguien que no tiene miedo a decir lo que piensa:
"Sin miedo no hay humanidad. Sólo cuando él vino al mundo, pudo empezar la historia. (...) por fin, escogió al primate estresado que le pareció más digno de sí; le abrió los ojos, le acondicionó el ático y lo habilitó."
Según Gil Bera, el miedo es el sentimiento más universal. El que lo domina todo. Más poderoso aún que el amor y factor decisivo en muchas de nuestras decisiones, en nuestro deseo de seguridad, de protegernos de los demás, sobre todo del extraño. El don de la inteligencia lleva en el reverso la maldición del miedo: pensamientos de posibles desastres futuros que no compartimos con ningún otro animal. Decía Petronio que fue el temor el que fabricó a los dioses. A partir de aquí este sentimiento jamás ha dejado de acompañarnos en nuestra existencia, a pesar de la anunciada muerte de Dios. Si Dios existe, habrá temor a enfurecerlo. Si no existe, será aún peor. El hombre está solo.
Pero no es éste el único planteamiento radical de Historia de las malas ideas. Otra invención puramente humana impregna la historia universal: la venganza. Venganzas individuales y venganzas de pueblos enteros contra otros. Pueblos elegidos cuyo Dios clama venganza por afrentas que van más allá de lo puramente humano:
"La sociedad se basa en la venganza. Dondequiera y siempre, naciones, pueblos, tribus, imperios, religiones, culturas o clases se definen por el establecimiento de un espacio-tiempo donde aquella, la innombrable, se regula y garantiza. Cada ámbito comunitario facilita e impone a sus socios los plazos, tasaciones y eufemismos para la venganza. De ese modo, nacen, pululan y caducan las voces más famosas: justicia, derecho, castigo, paraíso, dios, trascendencia, revolución, fe, amor, arte, inmortalidad... Y todas significan lo mismo."
De ahí se infiere que no es extraño que el cristianismo acabara triunfando en el competitivo mercado de las religiones de la decadencia del Imperio Romano. Ofrecía una explicación coherente de la existencia del mal: simplemente esta vida no era más que la preparación para una vida eterna, una apuesta permanente en la que uno se juega la eternidad. Poco a poco se fue haciendo con la autoridad tradicionalmente conferida a los padres de familia.
Con su evolución, la iglesia asume formas más sofisticadas de miedo. La invención del Purgatorio, por ejemplo, un lugar muy desagradable, no eterno como el infierno, pero del que las almas pueden escapar antes a través de las misas que paguen los familiares. Es una religión de puro cálculo de posibilidades: el sufrimiento en este mundo se paga con bienaventuranzas en el otro. Sin embargo, es una apuesta difícil, puesto que las tentaciones son muchas y pocos son los que dejan de lado la materia para entregarse enteramente al espíritu (esta sería la apuesta ganadora):
"Y es que el cristianismo ha manejado siempre el concepto contable que contribuyó a su gran éxito: mientras en otras religiones se consideran las penalidades como algo fatal - bien porque la divinidad es de índole malvada, aunque eso no pueda decirse sin grave riesgo, o bien porque castiga una transgresión -, en la atrevida creencia patibularia se fomenta con especial solicitud que las penalidades son valores de rentabilidad, la aflicción es una inversión que se puede endosar, acumular y negociar."
El cristiano cumplidor está legitimado para reclamar la condena de los demás. Uno de los más supremos goces del Paraíso es contemplar el sufrimiento de las almas condenadas. No cabe una definición más pura de la venganza, del triunfo absoluto del justo sobre el pecador, imponiendo una situación eterna de injusticia plena. Si pudiéramos asomarnos a la historia íntima de la humanidad, nuestra visión del mundo cambiaría por completo. Los protagonistas de la misma no serían reyes y generales, sino el miedo y la venganza encarnados.
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No sé yo si se podría vivir sin miedo. Según parece, una de las características psicológicas más propias de los psicópatas es precisamente el que no conocen el miedo.
ResponderEliminarLa humanidad tiene que inventar métodos para controlar el miedo que no agraven la situación ya mala de por sí. En cuanto a la venganza, los psicólogos la consideran lo mismo que lo que llamamos "justicia": una represalia disuasoria que ha sido seleccionada evolutivamente para producir placer (es decir: si ejercemos violencia disuasoria, la naturaleza nos recompensa con el placer de la venganza).
Y no me parece correcto considerar que el éxito del cristianismo está en la venganza infernal. Ya 300 años antes que el cristianismo, Platón prometía un juicio final con premios y castigos tras la muerte. Y los egipcios, mucho antes, ya tuvieron la misma idea. El elemento fundamental que constituyó el triunfo del cristianismo tuvo más que ver con las redes sociales que explotaron una amalgama de viejas creencias. Por encima de todo, el cristianismo, al fijar la importancia del alma universal, desarrollaba la idea de individualización: tenemos alma, emociones, formamos parte de una comunidad, Dios se hizo hombre y, por supuesto, no podemos morir como animales... ni puede la injusticia salirse con la suya (necesidad de la venganza ultraterrena).
Pero, por supuesto, ahora somos más inteligentes, de modo que podemos inventar métodos mejores de vivir a pesar de nuestro miedo y a pesar de nuestros deseos de venganza.
Tienes razón respecto al cristianismo, yo también he leído tesis similares, aunque me parece atractivo pensar que, aparte de todo esto, pudo haber un motivo inconsciente en su aceptación masiva: la retribución y el castigo de los malvados, la venganza suprema que el hombre ejerce a través de un ser todopoderoso. Lo que comenzó siendo una red de asistencia social y bastante igualitaria, terminó convertido en una institución totalitaria que vigilaba la fe pública y privada con un celo implacable.
ResponderEliminarEs que si quieres asegurar que tu verdad produzca efecto, lo mejor es el totalitarismo. Una verdad que es puesta en duda fácilmente pierde fuerza. Si la gente quiere fe, tienes que alimentarla, y si no sabes hacerlo de otra forma, utilizas el terror. Al marxismo le pasó lo mismo.
ResponderEliminarLa alternativa es fundamentar mejor tu verdad, hacerla conceptual y emocionalmente indestructible, y como eso no es fácil, no resulta raro el recurso al terror.