Charles Bukowski es un autor que ha conseguido una notable popularidad entre muchos lectores de nuestro país, desde el mismo momento en que sus libros comenzaron a ser publicados por estos lares, allá por los años ochenta. Títulos como La máquina de follar o Escritos de un viejo indecente, difícilmente van a pasar desapercibidos entre las estanterías de cualquier librería: Bukowski es la definición de escritor de culto, un tipo que no tiene reparos en usar como materia prima de sus escritos los episodios más sórdidos de su propia biografía.
El alter ego de Bukowski en Factótum es Henry Chinaski, un hombre a la deriva que va saltando de trabajo en trabajo y de ciudad en ciudad sin un objetivo definido, quizá solo sobrevivir un día más. Para Chinaski la existencia no tiene más sentido que cubrir las necesidades primarias: comer, beber y follar de vez en cuando. Que para eso haya que trabajar, es un fastido. Sobre todo cuando el lector pierde la cuenta de las labores que ejercita y de las que es despedido por diversos motivos, aunque casi siempre tienen que ver con los efectos de la bebida:
"Francamente, estaba horrorizado de la vida, de todo lo que un hombre
tenía que hacer sólo para comer, dormir y poder vestirse. Así que solo
me quedaba en la cama y bebía. Mientras bebia, el mundo seguía allí
fuera, pero por el momento no te tenía agarrado por la garganta."
Después de todo, el protagonista tiene suerte de vivir en la época de la Segunda Guerra Mundial, cuando tantos americanos estaban peleando en Europa y Extremo Oriente, y haber sido declarado inútil para el ejército. Estados Unidos necesitaba brazos para trabajar y las empresas buscaban empleados sin hacer demasiadas preguntas. Se podían dar situaciones tan insólitas como ésta, impensable en nuestra época:
"Algunos trabajos eran increíblemente fáciles de conseguir.
Recuerdo un sitio en el que entré, me senté en la silla y bostecé. El
tío que estaba detrás del escritorio me preguntó:
-¿Sí, que desea usted?
-Mierda - contesté -, creo que necesito un trabajo.
-Contratado."
Es posible que la actitud de Chinaski ante la vida no sea más que un vano intento de sentirse libre, de no depender de servidumbre alguna, pasar de todo, incluso de sí mismo. Pero al final no tiene más remedio que depender de la botella, del sexo efímero y buscar de vez en cuando un currelo para tirar unos días más. Quizá la clave de su filosofía vital se encuentre en este párrafo:
"Yo era un hombre que me alimentaba de soledad; sin ella era como cualquier otro hombre privado de agua y comida. Cada día sin soledad me debilitaba. No me enorgullecía de mi soledad, pero dependía de ella. La oscuridad de la habitación era fortificante para mí como lo era la luz del sol para otros hombres. Tomé un trago de vino."
La adaptación cinematográfica de Bent Hamer es bastante decepcionante. Es una adaptación bastante literal de la novela a nuestro tiempo, aunque obviando algunos episodios clave y reduciendo otros. Lo mejor es la interpretación de Matt Dillon haciéndose con un personaje a su medida, un tipo en permanente estado de alucinación, que a veces tiene arrebatos de gran lucidez. Merece la pena echarle un vistazo, pero solo como complemento a la lectura del original de Bukowski.
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