Hay películas que son hijas de su tiempo, que reflejan en sus imágenes el zeitgeist de un determinado momento histórico, sin perder su ambición de gran espectáculo. Objetivo: la Casa Blanca, parte de los telediarios más recientes, aquellos que hablan continuamente de la amenaza que representa Corea del Norte para dar verosimilitud a un argumento que a la postre resulta bastante sencillo y tópico. Hay un agente del servicio de seguridad del presidente que ha caido en desgracia debido a un accidente en el que ha fallecido la primera dama (lo cual remite al personaje que interpretaba Clint Eastwood en En la línea de fuego, de Wolfgang Petersen) que por supuesto se va a convertir en el héroe de la función cuando la Casa Blanca sea atacada por un auténtico ejército de terroristas norcoreanos y él sea el único que logre infiltrarse en el edificio (lo cual remite a Bruce Willis y su serie de La jungla de cristal y a la serie 24, en la que Kiefer Sutherland interpreta al inefable agente Jack Bauer). Es decir, que Objetivo: la Casa Blanca no arriesga en ningún momento, ya que es una película construida sobre tópicos y cuya estructura y funcionamiento va a reconocer el espectador de inmediato. Hasta el presidente se muestra casi tan heroico como el que encarnaba Harrison Ford en Air Force One (también de Wolfgang Petersen).
Remitiéndonos a los valores estrictamente cinematográficos de la cinta, hay que reconocer que, desde un punto de vista técnico, la primera parte de la misma resulta muy llamativa. El ataque al edificio presidencial, pese a su inverosimilitud (en el fondo uno se niega a aceptar que la capacidad de respuesta de Estados Unidos ante un ataque de esta envergadura sea tan pobre) está filmado con oficio por Antoine Fuqua (recordemos que es el director de la magnífica Día de entrenamiento) teniendo siempre presente que la amenaza terrorista entró hace una década por la puerta grande en el american way of life y ahora el ciudadano vive asediado por la obsesión de la seguridad y el episodio vivido recientemente en Boston no invita precisamente al optimismo al respecto. Más bien parece que las amenazas se multiplican y pueden llegar desde Chechenia, Arabia Saudí, Pakistan, Afganistán, Siria (muchas veces a través de ciudadanos que parecían plenamente integrados en su país de adopción) y ahora también desde Corea del Norte, país que cuenta con armamento nuclear.
Objetivo: la Casa Blanca no es más que una entretenida adaptación a la pantalla grande de los miedos contemporáneos que atenazan al americano medio, cuyos ojos ya vieron desmoronarse por televisión varios de sus símbolos más sólidos. Uno de los edificios emblemáticos que se libró de los ataques del 11 de septiembre es ahora cinematográficamente asaltado, para recordar al espectador lo frágiles que son las bases en las que asienta su realidad (lo cual tiene mucho que ver con el concepto de Vida líquida de Bauman). Es como si un católico viera asaltada la basílica de San Pedro en el Vaticano por las hordas de Satanás. Eso sí, la película de Fuqua lo resuelve todo con dosis exageradas de patriotismo y con un mensaje un tanto paradójico: que vengan los terroristas a sembrar el caos, que sus ataques nos unirán y nos harán más fuertes. Termino con una pregunta un tanto maliciosa ¿surgiría una ola de patriotismo hispano si un grupo terrorista asaltara la Moncloa y secuestrara a nuestro presidente Rajoy? Prefiero no pensar demasiado en la respuesta.
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