Magnífica la charla que nos ofreció Mendoza la semana pasada. Estuvo elegante, cordial y divertido y, sobre todo, conectó perfectamente con sus lectores, a los que respondió sin problemas todo tipo de preguntas, algunas realmente incómodas. Aquí dejo la crítica de su último y entretenido libro, un buen Premio Planeta, para variar:
El pasado miércoles 2 de febrero, el escritor Eduardo Mendoza
presentó su última novela, "Riña de gatos", flamante ganadora del último
Premio Planeta en la sala de conferencias del Museo Picasso de Málaga.
Un lleno absoluto acogió la presencia de Mendoza en la capital de la
Costa del Sol del escritor que no defraudó las expectativas, pues su
charla y su posterior diálogo con el público resultaron tan amenos como
interesantes.
Eduardo
Mendoza es uno de los más prestigiosos autores españoles. Se dio a
conocer en 1975 con "La verdad sobre el caso Savolta", una crónica
magistral de la lucha obrera y el anarquismo en la Barcelona de
principios del siglo pasado. Buena parte de su obra posterior está
impregnada por su personal sentido del humor, como en el caso de la
serie de novelas, comenzada con "El misterio de la cripta embrujada",
que están protagonizadas por un detective que vive en un manicomio. Otra
de sus cumbres es "La ciudad de los prodigios" (1986), donde la
auténtica protagonista vuelve a ser la ciudad de Barcelona. En los
últimos tiempos Mendoza se decantó claramente por el humorismo en su
narrativa, entregando obras tan divertidas como "El asombroso viaje de Pomponio Flato".
Para la novela ganadora del Premio Planeta, Mendoza ha salido de Barcelona,
escenario habitual de sus historias, para viajar a Madrid, a un momento
decisivo en nuestra historia reciente: la primavera de 1936, el último
periodo de la malograda historia de la Segunda República, cuando las
tensiones políticas, cuyo epicentro se encontraba lógicamente en la
capital, estaban a punto de derivar en una larga Guerra Civil. El propio
autor ofreció su visión sobre esta España que no pudo ser:
"Tenemos
una imagen de la España anterior a la Guerra Civil como muy sombría y
en continua lucha de clases. Olvidamos una España Republicana de una
tremenda efervescencia, con una gran proyección de futuro en muchos
ámbitos: las misiones pedagógicas de Giner de los Ríos, la Barraca de
García Lorca... Las mujeres estaban rompiendo moldes de siglos. (...)
Todo ello se perdió irremediablemente."
A
este Madrid de clima prebélico llega el atolondrado Anthony Whitelands,
un inglés experto en el pintor Velázquez, que ha sido contratado para
verificar la autenticidad de un cuadro perteneciente a una de las
familias más antiguas de España, amiga de José Antonio Primo de Rivera.
Lo que no sospecha es que el cuadro, y él por tanto, se va a convertir
en el centro de las intrigas de un Madrid en el que todo el mundo espía a
todo el mundo y más cuando el fundador de Falange está presente en las
mismas.
El retrato que se ofrece del heroíco José Antonio
es uno de los puntos sobresalientes de la novela. Posteriormente
utilizado por el astuto Franco para legitimar su régimen, el joven
político es presentado como una especie de aventurero irresponsable,
sabedor de que está destinado a morir joven, que no es capaz de
controlar el monstruo que él mismo ha creado: un partido de muchachos
fanáticos y de gatillo fácil cuya ideología se inspira en el fascismo
italiano, pero que no cuenta en absoluto con el respaldo de las urnas,
por lo que su deseada toma del poder habrá de ser necesariamente
violenta:
"José Antonio Primo de Rivera es tonto (...) pero él
no lo sabe, y ahí está el problema. Como hijo de dictador creció como
un príncipe, rodeado de halagos. Luego, cuando los mismos que habían
encumbrado a su padre lo echaron escalera abajo, no lo supo digerir.
Esto lo lanzó a la política. Es agraciado de aspecto, orador brillante,
vive rodeado de una corte de señoritos tan tontos como él que le ríen
todas las gracias. En circunstancias normales habría sido un abogado de
éxito, habría hecho una buena boda y se le habría pasado la chaludura."
La
descripción de Madrid y sus habitantes que ofrece el autor es tan real
como esperpéntica y deliciosa, en todo caso. Un Madrid lleno de
intrigas, con episodios diarios de violencia entre bandos
irreconciliables, pero también un Madrid que llena las tabernas y que no
se priva de todo tipo de placeres culinarios, tal y como lo describió
magistralmente Arturo Barea.
Una ciudad en la que la guerra parecía inminente, pero en la que aún
cabía una posibilidad para la paz si las circunstancias hubieran tomado
otros derroteros, si hubiera triunfado la cordura de hombres como Azaña,
cuyos generales (Franco, Queipo de Llano y Mola) conspiran a escasa distancia de la sede del gobierno.
Y en medio de todo ello, Anthony Whitelands, representante de esa estirpe de hispanistas
anglosajones como Henry Kamen o J.H. Elliott, absolutamente enamorados
de la historia y el arte de nuestro país, de los que escribieron las
mejores páginas historiográficas. Tal y como lo describió el propio
Mendoza en su conferencia malagueña:
"A mí siempre me han
hecho gracia esos viajeros europeos románticos que inventan una España
falsa que era mejor que la real. (...) Este hombre está inventándose una
España de opereta, comiendo callos y bebiendo vino barato y poniéndose a
las puertas de la muerte por confraternizar con el pueblo español."
Un fanático de Velázquez,
que se pasea fascinado por un Museo del Prado vacío, donde suele elegir
una sola obra en cada visita para concentrarse en ella. Otra pintura,
de la que el duque de la Igualada tiene una copia en su salón, va a
marcar el devenir del relato: "La muerte de Acteón", de Tiziano,
perfecta metáfora de un país que se precipita fatalmente hacia el
abismo.
Eduardo Mendoza ha
conseguido prestigiar el Premio Planeta con su novela, un galardón que a
veces se ha decantado por obras de calidad bastante dudosa, pero que
en esta ocasión ha acertado plenamente. La visión que ofrece, fresca e
irónica y a la vez melancólica, de la España de hace setenta y cinco
años en la que se mueven unos personajes muy humanos, hace que su
lectura resulte grata para cualquier tipo de lector
Una de ellas fue para levantarse y tener con el interfecto unas palabrillas en la calle. Nada de riña de gatos sino riña con armas. Solo un sinvergüenza es capaz de darse protagonismo faltando el respeto al autor de la forma en que lo hizo. Excelente nivel como tuercebotas, eso sí.
ResponderEliminarEn cuanto a Mendoza, poco puedo añadir a mi proverbial y devota admiración.
Tu crítica en suite101 es mucho más que notable. Para una vez que no discrepamos en nada, tampoco es cosa de excederme; lo vayamos a coger como costumbre.
Un abrazo.
Miguel, fue una presentación memorable. La novela me está gustanto bastante con esa mezcla de arte, ironía e historia.
ResponderEliminarMuy bueno tu artículo de Suit.
b7s
L;)
Un abrazo a los dos. Ciertamente, sin ser su mejor obra "Riña de gatos" recupera el nivel del mejor Mendoza.
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