Me pareció tan sencillo el relato de Imre Kertész en comparación con el de Primo Leví, que me ha costado dos semanas asimilarlo y escribir mis reflexiones. El horror está ahí igualmente, pero el húngaro, a diferencia del italiano, solo mira al frente, no mira a los lados y no intenta explicarse el propósito de todo aquello.
Mi artículo número cuarenta en Suite 101:
La escritura de Imre Kertész es altamente
representativa de la tragedia que vivió Centroeuropa durante el siglo
XX. El lugar fronterizo entre nazismo y comunismo sufrió la pugna entre
uno y otro a través de dictaduras de diferente signo.
Para los judíos húngaros el año 1944 fue especialmente trágico, pues este fue el año en el que los nazis aplicaron la "solución final" de manera decidida contra ellos, deportándolos a Auschwitz en numerosos vagones de ganado que recorrían día y noche la distancia entre Hungría y Polonia.
La concesión del Premio Nobel en 2002 "por una obra que conserva la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de la historia", popularizó a un escritor que ya era apreciado desde antes por los lectores más exigentes con la calidad. Desde entonces el prestigio de Kertész, lejos de la experiencia de otros Nobel que parecen ser flor de un día, no ha hecho sino crecer.
El autor comienza su relato (ni que decir tiene que basado en sus propias experiencias), cuando su padre ha de partir hacia un campo de trabajo obligatorio. Las cosas están poniéndose cada vez más feas para los judíos húngaros, pero pocos pueden imaginarse el destino final que les espera a millones de ellos. En este momento solo se limitan a tratar de esconder sus posesiones en espera de tiempos mejores y aguardar acontecimientos.
Dichos acontecimientos no tardarán en manifestarse: el adolescente será detenido y deportado a Auschwitz. Por suerte para él solo pasará tres días en ese campo. Al mentir sobre su edad y ser declarado apto para trabajar le es sentenciada una muerte lenta en el campo de Buchenwald y finalmente en el cercano y más pequeño Zeitz:
"Sólo en Zeitz comprendí que la vida de un preso también tiene días laborales, mejor dicho, que la vida de un preso sólo tiene días laborales, todos iguales.(...) En primer lugar, todo lo nuevo hay que empezarlo con buena voluntad, incluso en un campo de concentración, ésa fue mi experiencia - de momento, bastaba con convertirme en un buen preso, lo demás vendría después -, ésa mi convicción, en eso se basaba mi comportamiento, al igual que el de todos los demás".
El relato de Kertész tiene la peculiaridad de acercarse al Holocausto de una manera poco común: desde la perspectiva de un adolescente que nada entiende de política, ni de la guerra, que ni siquiera se plantea las razones por las que el pueblo judío ha sido condenado a esa pesadilla. Por decirlo de una manera más directa: se trata de un adolescente que no ve más allá de sus narices y eso es lo que narra al lector.
Si en la que es considerada la gran obra sobre el Holocausto "Si esto es un hombre", de Primo Levi, el autor italiano reflexiona constantemente acerca del significado de lo que le sucedió y su escritura está imbuida por el inefable deseo de narrar su experiencia, de explicársela, de conocer las razones de sus verdugos y de describir todo lo que pasaba a su alrededor con el fin de esclarecer los detalles del universo concentracionario nazi, la obra de Kertész tiene un significado muy distinto. Él no quiere hablar de infiernos, sino de una obra humana, demasiado humana.
En una entrevista realizada por Juan Cruz, publicada por el diario El País el 23 de diciembre de 2007, el escritor húngaro, después de proclamar la necesidad de seguir viviendo después de Auschwitz, pronunciaba estas interesantes palabras:
"No estoy diciendo que estos sistemas, como el comunismo o como el nazismo, estén codificados en los genes. No es lo que quiero decir, pero lo cierto es que los sistemas existieron y a raíz de aquello la gente los lleva consigo. Se ha desarrollado un patrón, y ese patrón existe en las mentes de la gente. Puede ocurrir de nuevo porque ya existe un modelo, un patrón. Antes de la [última] guerra, si a alguien se le hubiese ocurrido decir: vamos a construir un campamento de exterminio de judíos, la gente habría pensado de esa persona que era un enfermo mental. Antes de la guerra, esas cosas no habrían sido posibles. Pero hoy sí, hoy puede ocurrir, porque existe un precedente.
Quiero usar la palabra escándalo para lo que siento. Escándalo porque ocurrió en una cultura cristiana. Tanto el Holocausto como el nazismo ocurrieron en una cultura cristiana cuyos valores se colapsaron. El que los valores se hubieran colapsado, como bien predijo Nietzsche hace tiempo, ¿es algo que ya viene predeterminado por la humanidad? ¿O tiene que ver con la incompatibilidad de los alemanes y los judíos?"
Sabias reflexiones de quien sabe de lo que está hablando por haberlo padecido en carne propia. Y advertencias para el futuro, advertencias contra las repeticiones y el revisionismo de la historia. Ahí queda la voz de este escritor que, a pesar de todo, se mantiene humilde en su denuncia, dando un testimonio muy personal en "Sin destino", prestando su voz a tantos otros que no pudieron volver para contarlo.
Para los judíos húngaros el año 1944 fue especialmente trágico, pues este fue el año en el que los nazis aplicaron la "solución final" de manera decidida contra ellos, deportándolos a Auschwitz en numerosos vagones de ganado que recorrían día y noche la distancia entre Hungría y Polonia.
La concesión del Premio Nobel en 2002 "por una obra que conserva la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de la historia", popularizó a un escritor que ya era apreciado desde antes por los lectores más exigentes con la calidad. Desde entonces el prestigio de Kertész, lejos de la experiencia de otros Nobel que parecen ser flor de un día, no ha hecho sino crecer.
El autor comienza su relato (ni que decir tiene que basado en sus propias experiencias), cuando su padre ha de partir hacia un campo de trabajo obligatorio. Las cosas están poniéndose cada vez más feas para los judíos húngaros, pero pocos pueden imaginarse el destino final que les espera a millones de ellos. En este momento solo se limitan a tratar de esconder sus posesiones en espera de tiempos mejores y aguardar acontecimientos.
Dichos acontecimientos no tardarán en manifestarse: el adolescente será detenido y deportado a Auschwitz. Por suerte para él solo pasará tres días en ese campo. Al mentir sobre su edad y ser declarado apto para trabajar le es sentenciada una muerte lenta en el campo de Buchenwald y finalmente en el cercano y más pequeño Zeitz:
"Sólo en Zeitz comprendí que la vida de un preso también tiene días laborales, mejor dicho, que la vida de un preso sólo tiene días laborales, todos iguales.(...) En primer lugar, todo lo nuevo hay que empezarlo con buena voluntad, incluso en un campo de concentración, ésa fue mi experiencia - de momento, bastaba con convertirme en un buen preso, lo demás vendría después -, ésa mi convicción, en eso se basaba mi comportamiento, al igual que el de todos los demás".
El relato de Kertész tiene la peculiaridad de acercarse al Holocausto de una manera poco común: desde la perspectiva de un adolescente que nada entiende de política, ni de la guerra, que ni siquiera se plantea las razones por las que el pueblo judío ha sido condenado a esa pesadilla. Por decirlo de una manera más directa: se trata de un adolescente que no ve más allá de sus narices y eso es lo que narra al lector.
Si en la que es considerada la gran obra sobre el Holocausto "Si esto es un hombre", de Primo Levi, el autor italiano reflexiona constantemente acerca del significado de lo que le sucedió y su escritura está imbuida por el inefable deseo de narrar su experiencia, de explicársela, de conocer las razones de sus verdugos y de describir todo lo que pasaba a su alrededor con el fin de esclarecer los detalles del universo concentracionario nazi, la obra de Kertész tiene un significado muy distinto. Él no quiere hablar de infiernos, sino de una obra humana, demasiado humana.
En una entrevista realizada por Juan Cruz, publicada por el diario El País el 23 de diciembre de 2007, el escritor húngaro, después de proclamar la necesidad de seguir viviendo después de Auschwitz, pronunciaba estas interesantes palabras:
"No estoy diciendo que estos sistemas, como el comunismo o como el nazismo, estén codificados en los genes. No es lo que quiero decir, pero lo cierto es que los sistemas existieron y a raíz de aquello la gente los lleva consigo. Se ha desarrollado un patrón, y ese patrón existe en las mentes de la gente. Puede ocurrir de nuevo porque ya existe un modelo, un patrón. Antes de la [última] guerra, si a alguien se le hubiese ocurrido decir: vamos a construir un campamento de exterminio de judíos, la gente habría pensado de esa persona que era un enfermo mental. Antes de la guerra, esas cosas no habrían sido posibles. Pero hoy sí, hoy puede ocurrir, porque existe un precedente.
Quiero usar la palabra escándalo para lo que siento. Escándalo porque ocurrió en una cultura cristiana. Tanto el Holocausto como el nazismo ocurrieron en una cultura cristiana cuyos valores se colapsaron. El que los valores se hubieran colapsado, como bien predijo Nietzsche hace tiempo, ¿es algo que ya viene predeterminado por la humanidad? ¿O tiene que ver con la incompatibilidad de los alemanes y los judíos?"
Sabias reflexiones de quien sabe de lo que está hablando por haberlo padecido en carne propia. Y advertencias para el futuro, advertencias contra las repeticiones y el revisionismo de la historia. Ahí queda la voz de este escritor que, a pesar de todo, se mantiene humilde en su denuncia, dando un testimonio muy personal en "Sin destino", prestando su voz a tantos otros que no pudieron volver para contarlo.
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