domingo, 25 de julio de 2010
TOY STORY 3 (2010), DE LEE UNKRICH. PURA ALEGRÍA.
A veces el cine de centro comercial, ese al que hay que añadirle últimamente la coletilla "3D", produce agradables sorpresas. Ví en su día las dos anteriores partes de esta saga. No voy a repetir aquí que la primera es revolucionaria en su concepción y todo eso: es bien sabido. Solo elogiaré las excelencias de sus guiones, que están como dirigidos al inconsciente colectivo del hombre-niño occidental. Todo un acierto.
Todos hemos utilizado de pequeños los juguetes para desarrollar nuestra imaginación, para crear historias localizadas en universos absurdos y geniales. Algunos siguen con esa manía de fantasear con otras realidades y son capaces de plasmarla en un papel o en la pantalla de un ordenador. Muchos consiguen una gran perfección formal, pero pierden la espontaneidad de las historias de la infancia, cuando todo es posible y nada es absurdo.
Este maravilloso rasgo de la ingenuidad se aprecia en todo su esplendor en la escena con la que se abre la película. Lo que empieza como un argumento de puro western termina como un delirante argumento de ciencia ficción de serie B. Eso es un niño jugando. Un niño pre-playstation, se entiende. Un chiquillo puede comportarse como el ser más insoportable del mundo, pero cuando utiliza su imaginación para otorgar un papel a los muñecos que maneja se convierte en alguien fascinante. Algo cada día más raro de ver.
Nos encontramos ante una extraña película que, dirigida en principio al público infantil, provoca un intenso sentimiento de nostalgia en los adultos. Habrá pocos que al verla no vuelvan verse a sí mismos en una de esas largas tardes lluviosas de invierno encerrados en su habitación con el suelo regado de muñecos de todos los tamaños, improvisando una aventura con sus héroes y villanos y dando todas las vueltas de tuerca posibles al argumento no por al amor al arte, sino por pura diversión.
Los juguetes de las dos anteriores entregas siguen siendo los mismos, pero su dueño ha crecido y va a irse a la universidad. El nerviosismo entre los miembros de la pequeña sociedad juguetera es el mismo que siente un trabajador que siente que puede ser despedido: se pregunta que ha hecho mal e intenta imaginarse su futuro. Al final la conclusión es siempre la misma: las circunstancias de la vida nos hacen cambiar, hay que adaptarse y quien no es capaz de hacerlo, sucumbirá. Darwin nos lo explicó muy bien. Los juguetes van a recalar en una guardería con el siniestro nombre de Sunnyside, donde van a ser sometidos a la dictadura implantada allí por un oso amoroso. Fascinante su secuaz, un muñeco-bebé que parece surgido de una película de terror de los años cuarenta. Fascismo con olor a fresas.
Resulta increible en los tiempos que corrren poder visionar una película dirigida al gran público que tenga tantas virtudes: perfección formal, buen guión, coherencia con las anteriores partes y variedad de lecturas, según la edad y condición del espectador. A la espera de "Origen", esta película se erige como una perfecta opción para el verano. Y te dejan entrar aunque no lleves niños.
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