miércoles, 11 de febrero de 2009
EL MONJE (LA BATALLA DE TÁNGER) ( II ).
Al fín, pasito a pasito, el extravagante religioso llegó hasta su objetivo, un mirador plagado de cañones que apuntaban al otro lado del estrecho y de jóvenes que también anhelaban llegar a la otra orilla, aunque de manera más pacífica, que se apartaron prudentemente cuando vieron venir a estos desacostumbrados personajes. El monje miró hacia el mar y pronunció unas palabras en latín que yo no me atrevería a traducir aquí, pero quiero entender que querían decir que él era un instrumento del Altísimo y cumplía humildemente sus designios. Dicho esto, y aunque algún escéptico lector no quiera creerme, las aguas se abrieron a la altura de la playa y, como si de un Moisés moderno se tratara, las palabras de nuestro protagonista abrieron camino a algo nunca visto en aquellos lugares. Con una majestad esplendorosa y acompañado perfectamente por una banda de Regulares, apareció Nuestro Padre Jesús Cautivo, mecido perfectamente por sus hombres de trono y avanzando por la playa como si de un desembarco militar se tratara. La icónica figura parecía caminar con el suave movimiento de su túnica y lo más sorprendente es que acabó haciéndolo por su propio pie, pues, seguramente cansado por la lentitud que le aportaba su vehículo, se agachó como aburrido y dio un saltito hacia el suelo y, aunque a punto estuvo de caer de bruces, supo recomponerse y comenzó a pasear por las calles de Tánger con toda dignidad, con sus potencias brillando bajo el Sol.
Para entonces se había desatado el pánico entre gran parte de la población y aunque algunos pedigüeños rodearon al de la túnica blanca para poner a prueba su generosidad, la mayoría de los tangerinos se refugiaba en las mezquitas, horririzada ante el poder que estaba demostrando la fe cristiana. Los almuédanos decidieron salir a la vez a los alminares y convocar una oración colectiva que demostrase el superior poder de Alá ante la ofensiva católica. El Cautivo no fue ajeno a la impresionante demostración de fe musulmana y tuvo que retroceder posiciones hasta su cabeza de puente en la playa. Desde su atalaya, el monje, que todo esto veía acompañado por su angelical Estado Mayor, volvió a pronunciar unos latinazgos para pedir refuerzos y de las aguas surgió nada menos que el Cristo del Gran Poder, con sus costaleros llevando el paso con un fervor digno de verse, dispuesto a ofrecer una memorable madrugá a los habitantes de Tánger. Espantados ante la grandeza del nuevo enemigo que se les venía encima, las huestes islámicas redoblaron sus esfuerzos y, pese a la ausencia de imágenes que oponer, convocaron a los santos sufís que yacían enterrados en tierras marroquíes para encarar a los infieles. Ante tan inesperado contraataque, el monje se vio forzado a pedir apoyo aéreo, con lo cual una intensa luz iluminó el cielo, cegando momentáneamente a ambos contendientes. Nada menos que la Virgen del Rocío, la Blanca Paloma, bajaba en picado hacia el escenario de tan cruenta batalla por la fe...
Desde el cielo, Dios y Alá veían todo aquello y comenzaban a aburrirse. "¿Lo dejamos en tablas?", propuso Dios. Alá encogió los hombros con indiferencia y asintió.
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